5. Desconocidos y condenados

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Aquel fin de semana durmió sin ningún tipo de interrupción por primera vez en años. Se despertaba cuando la potente luz del sol entraba por la ventana e iluminaba toda su habitación y se iba a dormir un rato después tras el amanecer.

Esto causó que cuando regresaron sus padres de su viaje de negocios encontraron a su hija menor de lo más activa por la casa. Acostumbrados a encontrarla, al menos cada dos semanas, derrotadas por una migraña brutal, ver a su hija despierta, comiendo y haciendo tareas en el hogar fue una agradable sorpresa.

Al llegar a su casa, habían decidido no saludar en voz alta por si se encontraba mal. Para su sorpresa, Deidre estaba esperándolos en el salón con un libro entre manos.

—¡Mamá, papá! —exclamó ella al verlos aparecer por la puerta.

Rápidamente miró en qué página del libro se había quedado y lo cerró para dejarlo encima de la mesita delante del sofá. Se levantó y fue directamente hacia ellos para saludarse con un cálido abrazo, después de todo, se habían ausentado casi por una semana.

—Hola, cariño.

Su madre acarició su cabello suavemente al abrazarla y le plantó un beso en la frente antes de separarse.

Posteriormente, su padre le dio otro abrazo en el que le sobó la espalda firmemente.

—Tienes los ojos brillantes, Deidre —le informó su padre al fijarse—. ¿Te encuentras bien?

—Nunca me he encontrado mejor.

La sonrisa de su rostro fue sincera y luminosa y consiguió alegrar a sus padres, que esperaban regresar a casa para atender a una hija que estaría débil.

—¿Y qué has hecho para conseguirlo? —preguntó su madre.

Deidre los acompañó arriba mientras les explicaba su fin de semana, no había nada a destacar en él que explicara por qué de la noche a la mañana había dejado de tener pesadillas y migrañas.

Al gozar de tan buena salud repentinamente, decidieron aprovechar y organizar una salida en familia, que tuvo lugar al día siguiente, para que los padres de Deidre, Roger y Maeve, pudieran descansar.

Ambos se ausentaban frecuentemente debido a sus trabajos como fotógrafos, se habían conocido gracias a un curso que tomaron de jóvenes y desde entonces no se habían separado.

Ellos le explicaron cómo les había ido por la savana africana, donde habían tenido que viajar por un proyecto de National Geographic que saldría de aquí a unos meses. El pago había sido excelente por lo que no tenían prisas en volver a buscar ofertas de trabajos hasta dentro de un mes y medio, aproximadamente.

Además, era importante para ellos estar reunidos porque su hija mayor, Adelaide O'Connell volvería a casa pronto de vacaciones del tercer curso de su carrera en Literatura Inglesa.

Aquel fin de semana se convirtió para Deidre en uno de los mejores que había tenido en mucho tiempo. Fue tan bueno, que se le olvidó que el lunes volvía a tener clase y no puso a punto la alarma para despertarse.

Cuando abrió los ojos, el sol estaba mucho más alto que de costumbre cuando se despertaba y, tan solo por unos segundos, pensó que seguía siendo fin de semana pero el sonido de la puerta de su casa al cerrarse fue muy extraño.

Abrió los ojos de golpe y tiró de la sábana para sacársela de encima. No era fin de semana, era lunes y llegaba muy tarde a clase.

Se vistió a toda prisa y metió todo su material escolar, que estaba desperdigado por allí dentro de su mochila. Ni siquiera se ató los zapatos y ya estaba bajando las escaleras.

CONDENADOS #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora