16. Rehuíamos al resto de la sociedad

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***
♪Solo tenías diecisiete años♪
(You were only seventeen)

Daydream
Cigarette After Sex

Capítulo 16


—¿Que hiciste hoy?

Sentado en el cabezal de la mesa, papá me miraba con esos grandes ojos preguntones que ponía cuando realmente quería saber algo. Incluso dejaba la cuchara a medio camino cuando formulaba la pregunta, como si la respuesta fuese tan importante para el como la cura de alguna enfermedad terminal.

—Lo mismo de siempre, papá.—le respondo comiendo un poco de puré.

El siempre preguntaba lo mismo. Yo siempre contestaba lo mismo. Supuse que también se valía. Era algo que se había vuelto cotidiano rápidamente. Además, no mentía, siempre hacía lo mismo. Estaba en casa, comía, dormía, miraba el techo de mi habitación, cuidaba de Cheshire, hablaba con Cheshire, estaba con Cheshire. En mi defensa diré que mi gato era mi única compañía, y yo era la única compañía de mi gato. Y así funcionaba para ambos, rehuiamos al resto de la sociedad.

La única diferencia ahora, es que mi respuesta el día de hoy era mentira. Hoy si que había hecho algo. Había ido al bosque. Aunque el no lo sabría.

Papá siguió comiendo su comida, como si no le extrañase mi respuesta. Y es que no lo hacía.

—¿Por qué siempre me haces la misma pregunta si sabes que la respuesta no será diferente? —pregunto derrepente, con real curiosidad. Y hasta yo me sorprendo.

Yo nunca, alrededor del año en el que llevábamos haciendo esto, había cuestionado el sistema que teníamos, el sistema que ambos habíamos creado. ¿Por qué? Pues porque me era cómodo. El preguntaba, yo respondía y ambos fingiamos que estábamos satisfechos.

Papá me mira por unos segundos de más antes de responder.

—Tal vez tengo la esperanza de que algún día yo te pregunté y tú me respondas que te has lanzado en paracaidas.

Solté una carcajadas silenciosa, y a el se le iluminaron los ojos.

—Digamos que esa situación es poco probable, por no decir imposible.

—Lo imposible es la atadura de los cuerdos.

—¿Dónde escuchaste eso?

—Me lo acabo de inventar. Tengo madera de filósofo, ¿No creés?

—Estas loco, papá. —dije, negando con la cabeza.

—Las mejores personas lo están. —respondio él, con una sonrisa contagiosa que no llegaba a sus ojos.

Luego recordé porque sus sonrisas jamás serían sinceras, y todo el momento se esfumó. A el también parecieron llegar esos recuerdos, porque su rostro se ensombrecio por una profunda tristeza que apagaba el brillo en sus ojos.

Nos quedamos en un silencio en el que costaba respirar. Realmente costaba respirar. Agradecí mentalmente cuando el decidió romperlo. O no.

—Tengo que hablar contigo, Jhada. —pronuncio en un tono tan serio que me extrañó. Los cubiertos hicieron ruido cuando los soltó sobre el plato.

—Estamos hablando.

—Es... es sobre la escuela.

Mi corazón se paralizó.

—¿La escu...?

—Vas a empezar este curso en la escuela del pueblo.

Él no me miraba. No me miraba porque era un mentiroso. Y lo sabía. A mí no me salía la voz gracias al nudo seco que se me había formado en la garganta. Mi respiración se volvió un desastre.

—Lo prometiste... —fué lo único que me salió decirle, con voz bajita. Mi mirada fija en el plato frente a mí.

—Sé lo que te prometí, y lo siento, pero la señora Grace dice que...

—Teníamos un trato.—le interrumpo.

—Sé que teníamos un trato, lo comprendo, pero...

—¡Entonces no lo rompas! —alzó la voz, dando un golpe sobre la mesa que hace saltar la vajilla. —Si sabes el significado de una promesa, no la rompas...

—La señora Grace dice que no es sano que te quedes encerrada por más tiempo...

—¡Me importa una mierda lo que diga la maldita psiquiatra! ¡Estoy bien! ¡Solo quiero que me dejes tranquila en casa!

Papá, que parecía ya no escucharme e inmune a mi histeria, empieza a agarrar de nuevo sus cubiertos con tranquilidad.

—Ya no es discutible, Jhada. Te hemos dado el tiempo suficiente para estar desconectada del mundo. —entonces me miró, me miró y pude ver en sus ojos que también le dolía lo que estaba haciendo. Pero eso no era suficiente. —El accidente fué hace un año, hay que seguir adelante, hija. Aunque duela. Aunque hiera tan solo pensarlo. —cierra los ojos por unos segundos, el dolor lazerante crispando sus rasgos fuertes. —Yo lo he hecho. Ahora tienes que hacerlo tú. Mañana a primera hora empiezas el instituto.

Me temblaba tanto la respiración que parecía que volvía a ahogarme con aire. O tal iba a vomitar.

—Mentiroso. ¡Eres un mentiroso! ¡Lo prometiste! —grito con la voz rota, antes de levantarme de mi silla e irme a mi habitación con las lágrimas surcando mis ojos.


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