Sinceridad

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Miércoles
Amanecer

Un día nuevo comenzaba, otro día más en el que el pobre cuervo debía permanecer en cama. Cuando Missa lo encontró la noche anterior, lo llevó a la cama y revisó sus heridas. Por suerte, no se abrió ninguna y todo parecía funcionar correctamente. Aun así, fue peligroso y no se podía saber si había daños internos. Missa no tenía muchos conocimientos médicos ni magia curativa que pudieran ayudar. ¿Los huesos se regeneran como las colas de las lagartijas...? Era una buena pregunta. Durante toda la madrugada restante, Missa se quedó cuidando de Phil, sentado al borde de la cama, revisando que durmiera cómodamente. Para Missa, tener a alguien a quien cuidar parecía ser importante. Sentía que si ayudaba a Philza, estaba siendo útil. ¿Y por qué era tan importante? Bueno... Hay algunas cosas que aún faltan por descubrir.

«Hace algunos meses...»

Sentado en un callejón se encontraba una persona con capucha café, abrazando sus piernas y escondiendo la cabeza entre sus rodillas. Su estómago rugía de hambre y su mirada se notaba perdida. No se veía en tan buenas condiciones, teniendo incluso sangre seca en su cabeza que extendía por una máscara de calavera blanca. Era nada más y nada menos que Missa. Después de cierto incidente, Missa perdió la memoria. Todo aquello que conocía y llegó a conocer se perdió, y no había nadie a su lado para ayudarlo a recordar. Estuvo al borde de la muerte en más de una ocasión, sobreviviendo al día, caminando en una cuerda floja donde cualquier error lo condenaría a la perdición. Así estuvo por un tiempo, siendo solo él contra un mundo que luchaba por mantenerse con vida, donde a las personas no les suele importar la vida de los demás y donde la muerte se respira incluso en los pueblos aún concurridos. Todos se preocupan únicamente por sí mismos o por sus familias; no hay espacio para desconocidos y "vagabundos", volviéndose un rechazo constante hacia Missa el hecho de no tener a nadie ni dinero para pagar por el "respeto" de los demás. Esa situación le enseñó al pelinegro a sobrevivir con cualquier medio, a veces trabajando, otras veces mendigando y algunas más... robando... ¿Acaso había otra solución? La gente de los pueblos solían lastimarlo si lo encontraban robando, y de algún modo se había ganado una mala reputación. Verlo solo significaba que le lanzarían piedras, lo golpearían o lo echarían. Aun con todo el odio que le tenían, Missa no se resintió con ninguna persona o pueblo, tampoco se quejó si lo echaban o le hacían algún daño. Él no culpaba a nadie, solo a sí mismo por no ser una buena persona; robar es terrible, pero era la única alternativa en algunas ocasiones. ¿Y por qué no buscaba un camino más justo? No todos tienen la oportunidad, mucho menos Missa, que tenía la "marca" de la desesperación. Sus manos oscuras no eran más que una horrible mancha que se extendía por su cuerpo, consumiéndolo poco a poco. ¿Era peligroso? Para Missa no, él no sentía dolor, malestar ni quejas, pero para los demás, era sinónimo de amenaza. Algunos incluso decían que las personas con esa mancha estaban marcadas por los dioses y solo servían para traer mala suerte y desgracia. La gente suele creer cualquier cosa en tiempos de crisis; después de todo, es más fácil culpar a los demás de las desgracias que suceden, incluso a los inocentes. Este rechazo tan fuerte contra Missa lo obligó a vagar entre pueblos, caminar largas distancias y buscar un lugar donde al menos pudiera llamarlo hogar, pero no encontró nada. Nadie lo quería cerca ni estaba dispuesto a correr el riesgo de tener a un "maldito" en sus hogares, así que eventualmente se acostumbró a la soledad, el rechazo y el abandono. Sus viajes se detuvieron cuando encontró una casa, un hogar que fue víctima de la guerra y que actualmente no tenía dueño. Era un sitio en ruinas, pero nada que algunas reparaciones no solucionaran; aunque Missa era terrible construyendo, así que la casa terminó con muchas grietas y agujeros. No era el mejor sitio, pero era uno al que Missa podía regresar. Su triste vida continuó igual, hasta que vio a una persona caer del cielo cerca de su casa. Al principio pensó que era un enemigo o alguien que lo odiaba y había ido a matarlo, pero al verlo más de cerca se encontró con una persona que necesitaba de su ayuda. Fue entonces que decidió hacerse cargo de ese hombre de alas negras, cuidarlo, alimentarlo y de algún modo protegerlo. No era fuerte, no tenía dinero, no poseía un hogar adecuado y en general, él se percibía como un inútil y un monstruo horrible, pero incluso los inútiles y monstruos pueden hacer algo por los demás si les dan la oportunidad, y Philza se la dio. Sentir que no era rechazado, que Phil no se veía asqueado o perturbado con sus manos cuando se quitaba los guantes, y que de algún modo estaba feliz con él, lo hizo sentir increíble. «¿Incluso los monstruos pueden hacer sonreír a los demás...?» Se preguntaba de vez en cuando. Esa era la razón por la que estaba tan desesperado por ayudar a Phil, por la que dejó de comer bien y por la que regresó a esos pueblos donde lo despreciaban, todo con tal de hacer que su amigo se sintiera mejor y no se recuperase. No quería estar solo de nuevo, no quería que Phil lo abandonara, es por eso que se esforzaba tanto por hacerlo sonreír. De ser necesario, Missa daría su vida por él... Porque él fue el único desde que despertó sin recuerdos que le sonreía cada mañana, sin ningún tipo de prejuicio o desprecio en su mirada. ¿No es precipitado sacar conclusiones de una persona que has conocido apenas hace una semana? Bueno... A veces las personas solo necesitan de un día para encariñarse de los demás.

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