Henry

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Charleston, Carolina del Sur, 1986

Si había alguien de la ciudad de Charleston que estaba destinado a triunfar en la vida, ese era Henry Laurens. La reputación que se había armado durante todos esos años debía finalmente pagar factura, él entraba a su último año de secundaria como líder del equipo de fútbol americano, mariscal de campo, con unas notas que no tenían nada que envidiarle a los cerebritos del salón y que definitivamente le daban la seguridad de ir a la capital a estudiar en la la universidad que sus padres habían sugerido. Su nombre —Henry, que literalmente significaba rey de la casa— estaba ligado a la gloria y cuando caminaba por los pasillos de la secundaria Ramsay se notaba.

Algunos lo describirían como controlar el mar rojo.

Otros sabían que era la persona más amigable del mundo.

Sus amigos del equipo sabían lo determinado que podía llegar a ser por que el otro equipo no adivinara la jugada, pero lo característico de él era la mirada intimidante con la que respondía, cada vez más intensa mientras el partido se acercaba a su final.

Esa noche, en uno de sus primeros partidos de la temporada, habían llegado a los noventa minutos con un empate, el tiempo extra lo habían usado para acercarse a las diez últimas yardas y ahora necesitaban que la jugada tomara forma.

El reloj marcaba tres segundos, y si no querían extender la tortura, lo mejor era acabarlo en ese mismo instante. Solo necesitaban un touchdown.

—Tenemos que preocuparnos por romper su defensa. Los necesito con la moral arriba. ¡La moral! Morales, ¿tienes piernas, no?

El chico asintió sin despegar los ojos de él.

—¡Pues demuéstralo! ¡Ya vieron el reloj!

A su lado, Michael Easton comenzó a aplaudir, Henry sonrió al reconocer el ritmo, si fuera por su amigo habrían armado un plan de distracción con confeti y bailarines.

—¡Nadie se mueva hasta escuchar mi señal! ¿Listos?

Rompieron el círculo y se colocaron en sus posiciones, desde las gradas se escuchó la barra de los estudiantes que poco a poco se fue disipando por el sonido de la sangre en sus oídos. A un lado, las porristas agitaban sus pompones, quizá la idea de Mike no era tan alocada, quizá necesitaban salir de su zona de confort, quizá arriesgarse a un cambio de último minuto era lo que desequilibraría a la defensa del equipo contrario.

Sin previo aviso, gritó:

—¡Porrón, rojo 82! ¡Porrón, rojo 82! —nuevamente, intercambió mirada con su tackle izquierdo, fue un vistazo rápido pero Mike entendió lo que pretendía—. ¡Muévanse! ¡Hut!

Fue increíblemente rápido. En un segundo, sus manos recibieron el balón, el crujido de los cuerpos chocando lo lanzó al otro extremo del campo, sus piernas avanzaron con voluntad propia hasta que notó que Mike ya lo había cubierto atrás por lo que no podría ayudarlo en donde estaba.

Quedaban dos segundos, los sintió al lanzar el balón y verlo volar sobre la cabeza de Robinson, su otro tackle. De lejos, lo vio llegar a manos de Morales, lo siguió con la mirada, sus piernas yendo una detrás de la otra, enfocado en llegar a la línea de anotación.

Un segundo. El alma se le escapaba del cuerpo, había acabado por alguna razón en el suelo y se estaba levantando. Entonces buscó al reloj para ubicarse.

Cero.

El pitido del silbato lo trajo de vuelta al campo. Los gritos lo llenaron de euforia. Henry corrió a buscar a Mike, en el camino agarró a Mendoza de los hombros y lo sacudió, Colletti se lanzó sobre su espalda. Sullivan y De Luca estaban festejando con las gradas de la izquierda, mientras que Rodriguez y Young se empapaban de agua helada. Desde el banquillo, el pequeño Alston le dio dos pulgares arriba antes de señalar a Gallagher, quien seguía en el césped:

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⏰ Última actualización: Apr 10 ⏰

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Pasado Imperfecto - TDA #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora