Mussolini y la Reina de Inglaterra

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El cielo ese día estaba luminoso, el sol se mantenía en lo alto tratando de acaparar la atención de los soldados que acababan de salir de un invierno fatal que por poco les hacía recurrir a medidas alimenticias que habían quedado rezagadas en el tiempo. Al despertar se había dado cuenta de que el universo no se iba a dignar en sincronizarse con sus emociones, ni un solo sonido de bala rompiendo la velocidad del aire, ni un mosquete siendo disparado, tampoco algún cañón en mal estado que repicara contra sus tímpanos haciendo volar la pólvora sobre él.

Era un día normal.

En cambio, Alexander no se había levantado esa mañana como si fuera uno así, él sabía que aquel día marcaría un antes y un después. Extrañamente era un sentimiento que conocía demasiado y le aterraba que tuviera el tiempo para que se desarrollara como tal. No iba a dejarse llevar, sería solo un hasta luego, no era una verdadera despedida.

Con aquella máscara sobre su rostro, pasó el resto de la tarde mirando su reflejo en el río Middle Brook, tratando de asimilar la idea de que hoy sería el día en que daría un paso atrás. También porque Washington había tenido ocupado a su compañero desde la mañana. Rebotando sus dedos contra su pierna observaba la naturaleza que lo rodeaba y guardaba cada recuerdo para saber qué escribir cuando se extrañaran.

Aún no sabía cómo, pero de alguna manera, supo que el momento había llegado; sin embargo, ese mismo presentimiento fue el que lo detuvo de regresar al campamento por los pasos que escuchó detrás de sí. No, no eran pasos, eran pisadas de un caballo, casi un galope, aunque lo suficientemente lento como para saber que su jinete no saldría volando por los aires o caería contra el río, salpicando todo a su alrededor —como si ya no hubieran probado su suerte—. Tomó un suave respiro y se volteó.

Su cabello rubio ondeaba con el viento debajo del tricornio que le protegía el rostro del sol, una pequeña sonrisa de resignación se formó en sus labios, Alexander podía ver el leve rastro de duda en sus ojos azules. Se quedaron observando unos segundos hasta que, desechando las paredes que llevaba construyendo las últimas horas, Alexander dio un paso hacia al frente, notando cómo él se veía mejor sin el molesto sombrero.

—¿Ya es hora? —entrecerró los ojos, tanto para no dejar que ninguna lágrima golpeara el suelo como para permitirse verlo sin que el contraluz afectara su visión— En estos días, el tiempo ha transcurrido a mayor velocidad que la habitual y ni siquiera es invierno como para darle la razón a el cambio de estación.

—¿Terminaste? —soltó las riendas de su caballo y se llevó el sombrero con él, balanceándolo entre sus dedos mientras caminaba hacia Alexander.

—Si eso es una pregunta para ver si puedes hablar, la respuesta es sí.

—Sabes que es mi deber, debo ir y quiero hacerlo.

—Le pediré formalmente a Washington que me permita acompañarte, Jack —no quería aceptarlo, pero lo sabía y estaba entre la fina línea de un reclamo a un berrinche.

—El general te necesita con él. Todos los demás también —luego de inhalar largo y tendido, sus mejillas se inflaron al soplar fuerte—. No vas a sacrificarte por mí.

—Tú te estás sacrificando por una causa mayor y hay veces en las que deseo convencerme de que no sé la otra razón, no quiero que salgas lastimado. Por favor.

—Mi decisión es definitiva, solo vine a despedirme —el hombre rubio había caído en el tono diplomático que se le hacía tan familiar a Alexander.

—De acuerdo —sacudió la tierra de sus manos en sus pantalones oscuros, del mismo color que el uniforme que portaba Jack—. Respeto tu decisión, necesitas hacer esto. Lo que no necesitas —dio otro paso hacia adelante— es despedirte, yo nunca lo haría, no sabría cómo hacerlo.

Pasado Imperfecto - TDA #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora