Me gustan los hombres como me gusta el café (también me gusta el té)

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Después de pasar parte de su noche leyendo las cartas entre "él", Alexander Hamilton, y Elizabeth Schuyler, Alex logró entender unas cuantas cosas:

1. Las cartas parecían ser más de él hacia ella que de ella hacia él.

Elizabeth casi nunca escribía, y si era así, entonces su cartas se habían perdido. La mayoría de la correspondencia estaba firmada por Alexander, y dirigida a su esposa, a quien él llamaba de una forma que a Alex le pareció adorable.

2. Alexander le había puesto a Elizabeth el apodo de "Betsey".

Ni siquiera "Beth". No, Betsey. Sabía que Elizabeth era mejor conocida como Eliza, pero Betsey era un nombre reservado solo para la gente más cercana a ella.

3. La labia de Alexander era la misma que la de Alex, solo que menos moderna.

Alex siempre había sido bueno con las palabras, y ahora sabía por qué.

4. Habían tenido hijos—mínimo tres, ya que Alexander mencionaba a un tal Philip y otros dos.

A Alex le vino un recuerdo, un poco nublado, pero lo suficiente claro para entenderlo. Vio a siete niños—no, ocho, seis chicos y dos chicas. Si Elizabeth Hamilton realmente había dado a luz ocho veces, entonces no quedaba duda que era una santa.

Y luego era que se ponía rara la cosa.

5. Durante un año entero, Alexander y Eliza no se intercambiaron ni una sola carta, y si lo hicieron, se habían perdido con el tiempo.

A partir del 25 de octubre de 1801, la correspondencia paraba hasta octubre de 1802. Alex no sabía por qué, pero algo le decía que en 1801 había pasado algo importante. Importante del estilo que cambia tu vida.

Pero sobre todo, y a pesar de la poca información que podía obtener con tan solo unos cuantos papeles, una cosa era evidente para Alex:

6. Alexander amaba mucho a Elizabeth.

Puede que las cartas de ella estuviesen perdidas, pero era obvio que, al menos desde la perspectiva de su esposo, se respetaban y querían genuinamente.

Alex tenía la ventaja de poder leer rápido, y afortunadamente para él, las cartas no eran muy largas. Exactamente a las 12:14, se quedó dormido; esa noche soñó con el romance entre un pelirrojo que quería pasar a la historia y una castaña de ojos amables que quería crear su propia historia junto a él.

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Esa misma semana, Samuel, por más voluntad propia que por consejo de sus padres, marcó el número de Mary para una videollamada de esas que hacían a diario desde que había partido de Castle Combe. Aún recordaba cómo se habían quedado hablando por casi tres horas su primer día de instalarse en la ciudad. Le había contado de cómo eran extremadamente amplias las calles, también del ruido del tráfico que separaba por completo al centro de su pueblo.

Mary había sido su mejor amiga por tanto tiempo que no le sorprendería que ambos hubieran sido amigos desde que nacieron, aunque claro, ella era mayor por meses. Le tenía un cariño especial, juntos en ocasiones se la pasaban jugando en la granja o haciendo tareas. Hasta sus padres se llevaban bien con los suyos, tanto que los consideraba familia.

Había querido posponer unos días su viaje para alcanzar a celebrar el cumpleaños de Mary, pero no había sido posible, sus planes en la universidad, la acomodación y la mudanza de algunas de sus cosas al apartamento que sus padres habían conseguido para él —más cuando los meses antes de viajar, los había visto ocupados en llamadas con los números internacionales para que todo saliera conforme a lo acordado— eran prioridad. Así que tuvo que conformarse con adelantar el cumpleaños y pasar todo el primero de marzo con Mary en una despedida larga, en la que prometieron hablar casi o igual que cuando estaban a solo una casa de distancia.

Pasado Imperfecto - TDA #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora