21.Experimentación.

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		 Existía un largo proceso en una experimentación antes de llegar a la fase de pruebas: eran etapas que ningún científico calificado saltaría, incluso ante la seguridad de que el resultado fuera positivo

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Existía un largo proceso en una experimentación antes de llegar a la fase de pruebas: eran etapas que ningún científico calificado saltaría, incluso ante la seguridad de que el resultado fuera positivo. No era tan fácil como lanzarse a un océano de desconocimiento y salir victorioso ante las olas llenas de variables. Y ella lo entendía bastante bien.

No le agradaba la idea de jugar ciegamente con la ciencia, tampoco con su propia vida en medio. Sabía muy bien que respetar el método científico era lo único que la había llevado a la creación de River. Por lo tanto, arriesgarlo todo por la posibilidad de volver a caminar sonaba hasta un poco extremista. Pero no se sentía capaz de dar marcha atrás.

Banner armó el suero según sus indicaciones. Lo vio recorrer el laboratorio durante horas hasta que finalmente le entregó la pequeña botella transparente con el contenido semi-transparente. Por un instante, él esperó a que dijera que se arrepentía, pero Clover sólo esbozó una preocupada sonrisa.

Era el momento.

El grupo le dio un poco de espacio. El laboratiorio se llenó de silencio mientras la rubia analizaba la situación con detenimiento. Tenía la simple oportunidad de lanzar la botella lejos y destruir el suero. O esperar con su corazón acelerado a que el equipo regresara.

De alguna forma, se sentía demasiado simple. La pequeña Clover que había visto a su madre deteriorarse por el cáncer en cuestión de meses jamás hubiera imaginado que un día podría tener entre sus manos una cura como aquella. Casi parecía estúpido, sin sentido. No podía terminar de entender cómo era que había llegado hasta allí, y cómo era que nadie pudo hacerlo antes.

Para alguien que no creía en cosas absurdas como el destino, Clover no podía dejar de imaginar que existía algo escrito para desarrollar su situación de esa forma. Como si fuera el proceso mismo de una investigación, una prueba constante para descrubir su verdadera persona. Pero así también, una burla a todas esas esperanzas que la habían llevado a imaginar que su madre podía salvarse.

Hipótesis: ¿Clover Ferguson tenía un alma?

Observación: había fallado con su propio hijo.

¿Acaso merecía cualquier tipo de salvación luego de haber generado ella misma ese desastre? Poniendo todos los aspectos en perspectiva, consideraba que ese desenlace era el menos esperado. No por el lado de su labor y esfuerzo, no. Consideraba haber hecho un buen trabajo como para conseguir un suero como aquel. Pero no por el aspecto de que ella sería la primera en probarlo.

Su boca se secó cuando entendió lo que significaba.

Estiró una mano intentando atrapar el pequeño marcador del escritorio, pero falló terriblemente. Las suaves pisadas de Zemo indicaron que se acercaba, y se detuvo cuando lo vio alcanzarle el objeto.

—¿Necesitas algo más?

Clover negó con la cabeza.

En la etiqueta casi vacía que indicaba «001» en la muestra, la rubia anotó algo más en tinta negra. «E1-B1».Ella era el siguiente experimento en su larga lista de intentos. Y comprender eso era suficiente para presionar su corazón de forma agonizante. Zemo leyó su escritura temblorosa, pero no se animó a decir nada al respecto.

—Cuando estés lista —murmuró poco después, acuclillandose frente a ella para captar sus ojos—. Y si no lo estás, también estará bien.

—¿Y si nunca lo estoy? —La rubia mostró el inicio de una sonrisa, pero sus ojos delataban su dolor.

—Entonces está bien; será exactamente lo que tú consideres necesario.

Su voz era cálida, pero Clover captaba su propia indesición. Sabía que Zemo aún tenía sentimientos encontrados con lo que estaba por ocurrir. Su corazón se sentía dispuesto a aceptar el camino que ella decidiera para sí misma, pero el temor latía con tanta fuerza como su corazón.

En su mente miles de pensamiento coexitían en un caos ordenado; de alguna forma, todo caía sobre sí, pero formaba un eco claro y consiso. Clover no podía evitar pensar en su propia vida, y todas las acciones que la habían llevado justo hasta ese momento. Y en todo aquello que jamás sabría si ese experimento resultaba terriblemente mal.

—¿Qué fue lo primero que pensaste cuando me viste en La Balsa?

Los ojos de Zemo brillaron por un instante ante su pregunta, pero no cambió su semblante. Permaneció allí, casi inmóvil, como si esperara que la rubia siguiera hablando.

—Que era hora de tener algo de compañía.

La rubia bufó ante sus palabras.

—Di la verdad. Aún recuerdo que me dijiste que estaba allí por una razón y que debía hacerme cargo de mis crímenes —le recordó ella, jugando torpemente con el frasco entre sus manos. Sus dedos temblaban, pero de alguna forma, no se podía detener de su pequeña acción.

—Lo sé; tenía planeado pelear contigo todos los días solo para pasar el tiempo —admitió esta vez, mostrando el inicio de una sonrisa. Sus ojos se volvieron pequeños lentamente, con un brillo que Clover no podía dejar de observar.

—Hubieras sido un dolor en el trasero.

—Creí que ya lo era —aquello porovocó una pequeña risa de parte de la rubia—. La verdad era que estaba un poco preocupado. Para que decidieran encerrarte conmigo... debías haber hecho algo terrible.

—¿Y acaso no es terrible lo que hice?

—Tú único crimen fue ser inteligente, Ferguson. Aparte de crear a River, no hay nada en ti que pueda significar un peligro real para otras personas —elevó su figura del suelo. Repentinamente, su cabeza quedaba más alta, y Clover estiraba un poco el cuello para verlo—. Aunque tú y yo sabemos bien que el conocimiento puede ser más peligroso que la violencia.

Fue allí cuando se dibujó una sonrisa diferente en sus labios, misteriosa y un poco pícara. El sokoviano dio un paso hacia atrás, a pesar de que nada le indicaba que debía apartarse aún de ella, y mantuvo silencio mientras la mujer aún debatía sobre lo que estaba por ocurrir.

—¿Lo harías tú? —Preguntó tras un pequeño suspiro. No necesitaba mostrarle sus manos temblorosas para demostrar su estado.

—No creo ser la mejor opción para hacerlo.

El sokoviano apoyó una mano sobre su corazón, intentando demostrar honestidad. Ferguson no estaba segura si se debía a que él intentaría estropear la situación, o si existía algún otro factor que pudiera hacerlo rechazar su pedido. Sea como fuere, no parecía dispuesto a aceptar.

—Considero que el doctor Banner podrá hacer un buen trabajo —Zemo señaló al científico verde del otro lado de la sala. Repentinamente exaltado, Bruce negó con la cabeza.

—Creo que Sam podrá hacerlo incluso mejor que yo.

—¿Por qué nadie quiere hacerlo? —Se quejó el mencionado, abandonando su postura rígida de brazos cruzados para avanzar hacia la rubia.

Habían un par de opciones bastante pausibles, iniciando por la posibilidad de perecer una vez que ese líquido ingresara a su sistema. Cualquier otro desenlace posible era también desastrozo, pero quizá no tan sorpresivo como una muerte repentina.

—Sólo lo haré si estás lista y aceptas hacerlo —dijo una vez frente a ella.

—Hazlo, estoy segura.

La reducida botella pasó a sus manos. Con cuidado, Wilson preparó la jeringa con el líquido en su interior con manos firmes y seguridad en cada músculo. Era una imagen completamente opuesta a ella, que temblaba sobre la mesa, tan asustada que parecía a punto de desmayarse del terror.

Cuando Wilson se arrodilló frente a ella, con la jeringa en alto, sollozó. El sonido, perceptible para aquellos más cercanos a su figura, los alertó. Sam retrocedió un poco, pero Zemo avanzó. El sokoviano envolvió su mano en la de ella, y dio un pequeño apretón para brindarle un poco de consuelo. Fue allí cuando entendió porque no se sentía dispuesto a ser él quién le inyectase el suero: sus manos temblaban de igual forma que las de ella.

—Por favor, Sam —habló con un pequeño asentimiento de cabeza.

El soldado procedió, acercándose a su pierna descubierta.

Ella no podía ver la herida, pero notaba su piel rojiza y la suave hinchazón en sus venas. Tampoco pudo sentir cuando la jeringa pasó a través de su piel, ni cuando el líquido se esparció a través de su cuerpo.

Cuando Sam se apartó, pudo respirar. No se había percatado de lo fuerte que había apretado la mano de Helmut hasta que sus uñas se apartaron de su piel. Unas pequeñas líneas rojas se habían dibujado a través de su palma, y un reducido rastro de sangre demostraba que no controló su fuerza con él. Pero lo resistió sin queja o molestia.

Solo le tomó unos pocos instantes volver a perder la pelea contra sus propias lágrimas. La desesperación que inundaba su pecho desbordó en agonía a través de su cuerpo. No tenía certezas; no había realizado pruebas, tampoco análisis, ni había tomado otras investigaciones para hacer la suya sólida. Contar con esperanzas era algo absurdo, pero posible cuando Zemo apoyaba una mano sobre su espalda buscando reconfortarla.

Era una acción y pequeña, y casi inocente ante los presentes. Pero Zemo había demostrado en más de una oportunidad carecer de algunos grados importantes de empatía con el resto. Por esa razón, incluso él mismo sabía que todos esos pequeños instantes que compartían con la rubia eran la prueba más evidente de sus sentimientos.

Los primeros instantes pasaron en silencio. Clover se mantuvo inmóvil, salvo la suave sucudida de su pecho ante sus sollozos. La mano de Zemo se movió en un pequeño círculo, siendo lo único que Clover podía sentir aparte de su terror.

—Clover... —habló poco después, consiguiendo que los ojos de la rubia fueran hacia él con cierta lentitud—. Aún estás viva.

De repente, un largo suspiro pesado. Zemo imitó su acción, soltando todo el aire de sus pulmones al entender que el corazón de la mujer aún latía firme cerca de él. Aunque aún existía la posibilidad de un desenlace poco elegante para ella, ya habían pasado algunos minutos cruciales.

Una pequeña sonrisa nerviosa se formó en los labios de Ferguson.

—¿Te sientes bien? —Sam aún se encontraba frente a ellos, pero mantenía su mirada fija en la rubia—. ¿Sientes algún cambio? ¿Algún dolor, molestia?

—Nada aún.

Clover unió sus manos sobre sus piernas, jugando torpemente con sus propios dedos. Estaba ansiosa por respuestas, pero entendía bien que debía esperar para recibirlas.

—No hay indicación de cambio de temperatura —habló Banner, mirando los signos vitales a través de una de las pantallas táctiles—. No hay ningún cambio visible en la estructura ósea; no se osberva alteración cerebral. Estamos bien.

—¿Sientes algo en tu pierna? —Sam no cambió su expresión consternada.

—Aún nada.

Existía la posibilidad que nada ocurriera. Que aquel líquido fuera expulsado de su sistema en cuestión de un par de horas sin ningún tipo de alteración en ella. Era la posibilidad más pequeña considerando el peligroso riesgo que era la sangre de River. Sin embargo, prefería aquello a que una precipitada muerte.

Pero cuando el tiempo pasaba, y no percibía ningún cambio, empezaba a imaginar que jamás podría recuperar su pierna. Su única opción ya había sido probada, y fallaba terriblemente ante sus ojos.

—Percibo... Percibo una alteración física —Banner habló, señalando algo en la patalla que ella no podía percibir.

Fue Sam quién se precipitó primero, arrodillándose a su lado para observar la herida sobre la parte posterior del muslo. No se animó a tocar su piel, como si pudiera causar una reacción contraria a la esperada. Clover lo miró con detenimiento, esperando notar cualquier posible cambio en su expresión, para bien o para mal.

Y pronto, una pequeña sonrisa se dibujó sobre sus labios.

—Está sanando.

Clover no se precipitó; sólo asintió hacia el soldado con lentitud. Aún no tenía sensibilidad, tampoco era capaz de mover los dedos de su pie. Su extremidad aún seguía siendo peso muerto para el resto de su cuerpo.

El laboratorio se mantuvo en silencio, y tan estático que Clover sentía temor de mover un sólo músculo. Sin embargo, su expresión cambió ante la primera sensación de un delicado cosquilleo en la planta de su pie. Solo eso fue señal de alerta para las dos personas que la rodeaban, pero ninguno fue capaz de decir nada.

—Creo que... Creo... —su voz se esfumaba; no podía formar un pensamiento coherente en ese instante, y era difícil verbalizar lo que sentía.
Con cuidado, intentó la primer prueba: mover los dedos de sus pies.

Y allí estaba; el pequeño y costoso movimiento que indicaba que su cuerpo estaba en recuperación. Sin pensarlo demasiado, hizo avanzar su cuerpo hasta la esquina de la camilla, pero Zemo la detuvo.

—Espera, no debes precipitarte —habló colocando una mano sobre su estómago, deteniendo cualquier posible movimiento extra que deciciera hacer—. Aún tenemos tiempo, ¿si? Solo... debes esperar.

—Lo siento.

Zemo rió con suavidad.

—¿Por qué te disculpas? —Una de las comisuras de sus labios se elevaba, único indicio que demostraba su alegría por ella—. Sólo debes tener cuidado, aún no sabemos cómo funciona esto.

—Lo sé... solo me siento optimista —admitió con un pequeño suspiro.

—Esa es una buena señal.

Unas pocas veces en su vida había sentido la satisfacción de contar con un experimento que brindara resultados positivos. Algunos pocos en Australia, y otros en Estados Unidos, pero ninguno le había brindado la felicidad que River le dio. Salvo, quizá, ese momento. Era allí donde sentía que tenía una segunda oportunidad para retomar su vida.

Entrelazó sus manos a las del sokoviano cuando lo creyó prudente. No depositó demasiado racionamiento en ello; él estaba más cerca, y era el punto firme de soporte que la rubia había recibido durante los últimos minutos. Por eso, ni siquiera reparó en las miradas curiosas que caían en ellos mientras más se acercaban delante de los presentes.

Zemo le brindó un pequeño impulso, buscando animar a la rubia mientras estiraba sus brazos, y pronto, lo hizo. Clover apoyó ambos pies sobre el suelo, firmes y con plena sensación. Tenía un suave temblor en su rodilla, que parecía subir como un eco a través del hueso, pero no lograba debilitarla.

Sus manos se movieron suavemente junto a las de él, buscando poder dar uno o dos pasos para corroborar su propio estado. Helmut lo hizo, flexionando sus brazos para guiar a la rubia contra su propio pecho, dando unas pequeñas pisadas en su dirección.

—Funcionó —soltó con emoción.

Cuando elevó su rostro, lo notó. Zemo tenía sus ojos brillantes, cargados de alegría. Era la primera vez para Ferguson que se volvía tan fácil interpretar las emociones del sokoviano, o quizá, la primera vez que él no trabajaba arduo para ser un continuo secreto.

—No hay ningún otro cambio visible; temperatura corporal controlada —indicó Banner, intentando mantener el registro clínico y científico de la situación—. Aún es probable que cambios diversos se presenten durante las siguientes horas, pero ya se consiguió lo principal: aislar el componente del ADN de River y generar el principio de una cura.

—¿Sientes algún otro cambio? —Sam elevó una ceja hacia ella. Parecía encontrarse en estado de alerta, pero mantenía una prudente distancia.

—Nada aún.

—Dale la lata, Bucky —pidió mirando a su compañero.

La prueba era demasiado simple para representar una respuesta concreta: apretar una lata vacía de alguna bebida carbonatada para medir su fuerza. Aún así, era más fácil que ponerla a levantar un coche, o que intentara atravesar una pared con su cuerpo.

Su palma se cerró a través del material, y presionó fuertemente. Con algo de esfuerzo, logró apenas abollarla en el centro, donde el material era más fino. Ante la mirada de los presentes, la rubia probó que su fuerza aún se mantenía intacta.

—Supongo que... eso tendrá que bastar por ahora —Banner acomodó sus lentes en el puente de su nariz—. No puedo recomendar nada más que descanso para usted, doctora. Han sido largas horas para todos.

—Creo que lo necesito —su voz sonó más relajada mientras miraba al equipo, que formaba un círculo a su alrededor.

—Tendremos que controlar tu estado cada hora; temperatura, tensión... todo —Banner no tardó en explicar—. Vamos a necesitar que te quedes aquí, al menos las primeras doce horas, ¿entiendes?

—Lo suponía; si fuera yo la que establece el control posterior, no me dejaría salir de aquí durante dos semanas —una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios, agotada y un poco torcida, pero persistente.

—¿Lo mides como una vacuna común y corriente? Sabes que esto es muy diferente.

—Lo único que seguro es que tengo dentro mío un líquido experimental del que aún no sé nada —la rubia dio unos pocos pasos hacia atrás para acomodarse contra la camilla, lugar en donde reposaría durante las siguientes horas—. Catorce días es muy poco, incluso.

—Haremos lo que podamos, con el tiempo que tenemos —comentó, intentando dar por cerrado el asunto.

—No debemos olvidarnos de que River aún se encuentra allí abajo, ¿no es así?

Sam trajo a colación el evento que había desencadenado todo aquello. River había sido su única razón para abandonar el laboratorio y lanzarse al riesgo como nunca en su vida. Y ahora estaba allí, a pocos metros de ella.

¿Acaso sabía lo que su sangre había hecho por ella?

Se durmió en la camilla entre el murmullo de los presentes. Banner intentaba explicar y detallar al resto el trabajo realizado, y cómo analizar los signos vitales de la mujer para un apropiado control. Con los riesgos que llevaba esa investigación, el equipo no había dudado en tomar responsabilidades extra para controlar a Ferguson.

Supo que roncó en algún momento, por la vibración que recorrió su pecho y casi la sacó de su ensueño. Pero, aparte de eso, nada logró despertarla hasta el primer control de Banner. Una hora después, el control de Sam, y una hora más tarde, Zemo.

Las conversaciones eran breves debido a su estado agotado; alguna que otra respuesta precisa de «si» y «no», y luego volvía a apoyar su cabeza en la camilla. Sus sueños eran grises, completamente incoloros entre nubes poco precisas. Si soñaba algo ameno o triste, lo desconocía.

Cuando finalmente se despertó, las doce horas habían pasado. Banner había decidido celebrar el momento con una taza de café cargado y unas galletas dulces que, según él, tenía escondidas del resto de los presentes. No todos los días una persona sobrevivía a una experimentación apresurada y sin todos los fundamentos claros. Pero ella lo hizo, sin aparentes consecuencias.

Fue tiempo después que pudo ver su pierna. Desnuda en la ducha del piso superior, Clover pudo revisar que la herida que amenazó con arruinar su vida, no había dejado rastro alguno. Su piel estaba lisa, sin pequeñas cicatrices, ni marcas rojas que indicaran el lugar de impacto. No se trataba de ningún tipo de milagro: era su trabajo y su esfuerzo.

Cuando finalmente se reincorporó con el equipo, hizo el único pedido que aún tenía pendiente: hablar con River.

Su experimento yacía en silencio, con luces tenues, y algunos elementos que podían hacer su estadía en esa prisión un poco más amena. Sus ojos, tan similares a los de ella, la estudiaron con detenimiento una vez que ingresó. A pesar de lo que había imaginado para ese encuentro, River no pareció reaccionar más allá de un pequeño movimiento en el labio superior.

—Hola... —su voz se esfumó. A pesar de no encontrarse en Bluebird, una parte de ella parecía alarmada de llamarlo por su nombre—. River.

—Doctora Ferguson.

Su voz no cargaba ningún tipo de emoción, lo que lo volvía difícil de interpretar. Repentinamente, parecía volver a las extenuantes pruebas que habían llevado a creadora y experimento a apartarse con rencor. Y en esa oportunidad, era consciente de ello.

—¿Cómo te sientes? ¿Ellos te trataron bien?

Un simple movimiento de hombros ambiguo. Clover respiró hondo, esperando que esos pocos segundos fueran suficientes para encontrar sus siguientes palabras.

—Lamento... todo.

No había forma de explicarlo en pocas palabras pensó, pero adentrarse en los detalles más oscuros de la relación que compartían parecía ser la opción incorrecta. Exponer sus errores podía ser una solución, pero abrir la herida era algo que no se sentía capaz de hacer. River sabía bien lo que había hecho, no tenía sentido regresar a ello sólo para causar más dolor.

—No creo que lo hagas —su cabeza se balanceó suavemente—. Los adultos no suelen lamentar lo que hacen; solo fingen, mienten y dañan.

—No estoy mintiendo, River. Realmente lamento lo que ocurrió, desearía poder haberlo hecho diferente —habló un poco más apresurada, como si pudiera detener el tren de pensamiento del experimento.

River, a pesar de su corta edad real, contaba con un cerebro desarrollado, y una experiencia cara a cara con una realidad confusa y peligrosa. Quizá tenía una buena base de herramientas aprendidas en Bluebird para su relación con el mundo, y quizá contaba con la posibilidad de análisis interno que no tenía al ser un niño. Sin embargo, todo eso no tenía forma alguna de clasificarlo como un adulto real. Aún era un niño dentro suyo, oculto detrás de una expresión estoica y molesta.

—Te hice mucho daño, y estoy arrepentida. Jamás quise nada de esto, ni para ti, ni para nadie más —prosiguió, sintiendo que poco a poco perdía su atención—. Cuidé de ti todo lo que pude; intenté brindarte una infancia lo más completa posible en Bluebird, pero sé que no fue suficiente. Debí hacer mucho más por ti.

—¿Y?

—¿Qué?

—¿Crees que eso es suficiente ahora? —Consultó; no parecía haber ironía en su tono, sin embargo, sí se escuchaba como una acusación—. No cambia todo lo que sucedió, ni cómo me siento, ¿cambia como tú te sientes?

La rubia guardó silencio unos instantes.

—No.

River volvió a elevar los hombros, una acción que Clover asociaba más a su lado infantil. Estiró las piernas sobre el suelo, y soltó un pequeño suspiro. No parecía molesto, pero Clover no creía que quisiera seguir la conversación con ella.

—Hace varios años atrás, fui llamada para hacer un trabajo imposible —dijo la rubia, dando un paso más hacia el cristal que los separaba—: tenía que crearte a ti.

Él no la miró; sabía bien que estaba siendo escuchada, pero él fingía ignorarla.

—Trabajé muy arduo para poder traerte a la vida, hice todo lo que estuvo a mi alcance, e incluso cosas que escapaban de mí... y luego te creé —explicó con detenimiento, atenta a cualquier cambio en la expresión del hombre ante ella—. ¿Sabes qué fue lo primero que cruzó mi corazón cuando te vi?

River la miró de reojo por una fracción de segundo, pero se mantuvo en silencio.

—Amor.

—El amor no asusta —soltó repentinamente, cruzando sus brazos sobre su pecho—. Y tú me temes a mí más que a nadie.

—El amor... el amor asusta, porque te hace vulnerable —a pesar de que volvió a hablar, River ya miraba hacia otro punto de su aprisionamiento. La rubia decidió arrodillarse frente al cristal, buscando llamar su atención una vez más—. Estaba asustada, porque había creado la cosa más pequeña y hermosa, y sólo quería protegerte.

—Y no lo hiciste.

—Lo hice... hice todo lo que pude. Evité las pruebas que te dañarían, luche para que no nos separaran, inclusó mentí para que creyeran que no estabas listo para seguir con la experimentación —su voz iba bajando entre sus palabras, admitiendo algo de lo que solamente había mencionado al sokoviano—. Sé que no fue suficiente, y entiendo si no quieres perdonarme por ello.

—Me mostraste el mundo en una pantalla. Un mundo vacío y sin vida... ¿tú viste todo lo que hay allí afuera?

—Lo sé, lo sé —cerró sus ojos con fuerza. Cada vez sentía encontrarse más alejada de la posibilidad de restaurar cualquier tipo de relación con su propio hijo—. Te mentí, y te engañé. No puedo decir que fue para mantenerte a salvo, porque seguiría mintiendo. Pero tú eres... eras un pequeño eslabón de una cadena mucho más grande. Tú y yo sólo éramos peones, con un solo fin.

—¿Peones?

—Actúabamos en base a lo que alguien más necesitaba —intentó explicarle, consiguiendo que sus ojos regresaran a ella—. Tú como mi experimento perfecto, yo, como la encargada de llevarte a tu extremo.

«Tu verdugo» pensó. Debió tragar con fuerza en un intento por poner sus palabras en marcha una vez más.

—Jamás fui tu experimento perfecto... Ever... y tantos otros.

—Sí lo eres; con un poco de tu sangre me has salvado, ¿entiendes eso?

—¿Y necesitabas de mi sangre para saber que era perfecto? —Consultó con cierto dolor.

—Siempre lo supe, River.

La mujer metió una mano en su bolsillo y sacó una fotografía arrugada. Con cuidado, la extendió contra el cristal que los separaba. Era la imagen del nacimiento artificial de River, cuando ella lo cargó entre sus brazos por primera vez. La había escondido con temor de que fuera una de las pruebas de que sus sentimientos se escapaban del ámbito profesional. Su rostro, lleno de lágrimas, demostraba más que la emoción de su experimentación.

—Estos somos tú y yo el día que naciste. Te cargué entre mis brazos durante horas, y te canté canciones de cuna que aprendí sólo para ti —rememoró con cariño, con una pequeña sonrisa sobre sus labios—. Te sostuve hasta que mis brazos se entumecieron, y di tu nombre esa misma noche. Eras pequeño, y dormías tan calmado... y decidí llamarte River en secreto, porque estaba prohibido. ¿Lo recuerdas? No podíamos usar tu nombre delante de nadie.

Él asintió con lentitud.

—Si decías mi nombre...

—Nos iban a separar.

Por un instante, ninguno dijo nada. River solo observaba la imagen que la rubia le mostraba, del primer instante que compartieron.

—Si me... amabas tanto, si me diste un nombre... ¿por qué ahora me odias?

—No lo hago.

—Me temes —sentenció

Clover apartó la fotografía del cristal, pero no la guardó.

—Tú también me has hecho daño, River. 

—Antes de eso... tú ya me temías —se apresuró a decir.

—Bueno, supongo que...

La rubia suspiró; parte del porqué había empezado a temer de River era porque el pequeño niño siempre escapaba de sus estimaciones y controles. ¿Cómo podía llevar a cabo una observación de análisis si el pequeño superaba todo tipo de espectativa? ¿Cómo iba a sentirse segura si la experimentación se tornaba peligrosa?

Pero la otra parte de su temor inició cuando entendió que River parecía ver más allá de lo que se le enseñaba día a día. Una cosa era que fuera capaz de brindar respuestas a preguntas que niños más grandes que él pudieran resolver con un pensamiento profundo. Otra cosa era que pareciera ver lo que ella misma pensaba.

Le llevó sólo un par de meses entender que estaba encerrado, y que había un mundo externo del que era privado. Sólo le llevó semanas entender que Clover tenía problemas con el desarrollo de su investigación. Pero sólo le llevó verla una sola vez para entender que ella había empezado a temerle.

Y sin embargo, Clover nunca pensó en eliminarlo. Aunque era una propuesta por parte de Ethan Byrne ante la idea de que el experimento pudiera ser incontrolable en un futuro, ella había hecho todo lo posible para detener cualquier intento por hacerle mayor daño al pequeño. No por egoísmo, no por orgullo. En ese momento no importaba su trabajo, sino más bien, importaba la integridad y el bienestar de quién consideraba una parte suya.

Porque el amor asusta, y te hace vulnerable.

—Nadie te enseña a cómo ser madre; pero nadie allí quería que fuese tu madre, sino tu instructora —era difícil poner esos tres años en palabras, y todas las elecciones que la habían llevado a ese preciso momento—. Siempre estamos asustados de aquello que no podemos comprender, y tú eras la única cosa dentro de mi mundo que no terminaba de descifrar. Incluso así, no podía evitar querer protegerte.

River apartó su vista de ella; para él, parecía suficiente para dar la conversación por terminada, pero ella estaba lejos de haber llegado al final.

—River, tú eres mi hijo. Eres una parte mía —sus palabras no parecieron generar nada en él, así que recurrió a un último y pequeño secreto que aún tenía dentro suyo—. ¿Recuerdas...? ¿Recuerdas la marca de tu brazo?

Una marca de nacimiento se estendía en la parte interna del brazo. River había consultado al respecto en una oportunidad, en su primer mes luego del crecimiento imprevisto. En ese entonces, Clover no había decidido especificar en su procedencia, y decidió explicar que era una pequeña pigmentación. Sin embargo, era un detalle único que la rubia había generado mientras lo creaba.

La rubia movió su brazo para mostrarle su propia marca, exactamente la misma que él tenía, y que compartían. Era un detalle ínfimo, y casi borrado de su piel, que apenas recordaba tener. Pero era exactamente el mismo que el de River, en todo sentido.

—Espero que... esto pueda probar que te amaba incluso antes de crearte.
Los ojos de River se hicieron pequeños un instante; parecía intentar descifrar si realmente era la misma marca, o si se trataba de algún engaño. Sin embargo, tenía la misma forma, los mísmos límites, y el mismo tono de pigmentación. Era evidente, incluso para algún despistado, que eran la misma marca.

—Decidí recrear esta marca en ti cuando estabas en la incubadora —agregó pronto, sintiendo que el silencio volvía más grande la distancia entre ellos—; era para saber que eras mío, que eras parte de mí. Sin importar que tu origen fuera diferente al de todos los demás, aún así naciste con el único deseo de que fueras... un hijo, no un experimento. Una pequeña parte de mí.

—Ever no tiene la misma marca.

Clover respiró hondo; no era la respuesta que esperaba, pero al menos estaba feliz de que él decidiera cortar el silencio.

—Si se lo hacía a cada uno de ustedes, iba a ser demasiado extraño, ¿no crees?

—¿Te hubieran apartado de nosotros? —Clover tardó unos pocos instantes en asentir.

—Estoy segura de que sí.

—¿Amas a Ever?

Clover no supo que responder por un instante, porque sentía que sus palabras tenían el poder de cambiar ese pequeño contacto que tenían para siempre.

Aunque apreciaba a cada pequeña criatura creada en su laboratorio, no había llegado a sentir el mismo cariño por el resto como lo había hecho con River. Suponía que parte de ello se debía a que River había sido el único en la cámara de incubación durante meses, y le dedicó tiempo completo antes y después de su nacimiento.

Ever, o E1-A9, era la última de la segunda parte de su investigación. Creada en base a los aciertos en el proceso de River, no había mostrado complicaciones, ni errores. Era tan perfecta como el resto de sus hermanos. Sin embargo, era la única que había sobrevivido a Ethan Byrne y su intento por eliminar a todos los experimentos en Bluebird.

River la había salvado.

—No lo sé... aún.

—¿No lo sabes?

—Contigo lo supe porque pasé cada noche frente a tu incubadora, y cuidé de ti desde que naciste —la rubia mostró una pequeña sonrisa nostálgica. A pesar del dolor que causaba algunos aspectos de su pasado, los momentos compartidos con él eran, en su mayoría, bastante bellos—. No tuve la oportunidad de hacerlo con Ever. Supongo que habrá un fuerte instinto maternal cuando la vea, como todo mamífero, pero ni siquiera pude verla aún.

—Si la conoces... ¿la amarías?

—Estoy segura que sí —la mujer asintió con lentitud—. ¿Puedes decirme dónde está ella ahora? ¿Está a cargo de alguien que la cuide?

—Tú dices que me amas, pero me tuviste allí encerrado todo ese tiempo... —su rostro se arrugó con evidente molestia—. Si a Ever no la amas, ¿qué es lo que harás con ella?

Era una acusación fuerte, que casi la llevó a llorar una vez más.

—Lo que siempre debí hacer: ponerla a salvo.

—Eso debiste hacerlo conmigo —su mano se elevó hasta su pecho, presionando justo sobre su corazón. Parecía dolido, agonizante, pero no lloraba—. Tú debiste protegerme a mí; debiste sacarme de Bluebird y darme libertad.

Clover dejó escapar las lágrimas acumuladas. Era difícil retenerlas, y ver el estado de River era suficiente para revolver sus emociones y convertirla en un caos en su interior.

—Si pudiera cambiar algo de mi pasado, juro que sería haberte sacado de Bluebird, River. Lo juro —repitió sus últimas palabras con mayor profundidad, esperando que él pudiera ver que hablaba de verdad—. Ahora no puedo cambiarlo, pero puedo hacerlo diferente para Ever. Ella puede estar a salvo.

River torció los labios. Parecía querer mantener el secreto, pero una parte suya delataba su indesición. Clover quiso darle un poco de tiempo, que él fuera capaz de entender lo que quería hacer.

—Ella está bien.

—¿Dónde está? ¿Te acuerdas de dónde la dejaste? —River elevó la cabeza, pero no terminó de asentir. Aún parecía luchar contra sí mismo.

—Está en... un orfanato.

Clover respiró profundamente. Aunque no era una ubicación precisa, la idea de que hubiera dejado a la pequeña junto a alguien que pudiera cuidarla ese tiempo era suficiente para calmar un poco su desesperación.

—¿Puedes decirme en cuál?

—¿Irás sola? —River levantó ambas cejas hacia ella. Confusa, Clover negó.

—No lo creo, quizá necesite ayuda para traerla de regreso.

—¿Irás con el castaño?

—¿El castaño? —La rubia llevó su cuerpo un poco hacia atrás. No terminaba de comprender a dónde estaba yendo con su consulta—. ¿Bucky?

—No, el que nos ayudó a escapar —dijo con calma, rememorando el rostro de quien lo sacó del laboratorio—. Lo vi antes, él estuvo conmigo una vez; él me devolvió a Ever.... Confío en él.

¿Zemo? Oh...

Eso sí que era una sorpresa. Comprendía que sus actos pasados eran reprochables, y que él más que nadie podía juzgarla por lo que había hecho. Sin embargo, que alguien confiara más en Helmut Zemo que en ella parecía algo irrisorio. ¿El mundo se estaba dando vuelta? Al menos River no parecía notar lo irónico del asunto.

—Me encargaré de que él busque a Ever, ¿está bien?

—Si —confirmó en un murmullo esperanzado—. Y cuando esté aquí... quiero verla.

—La verás, lo prometo.

—Ella es mi hermana —comentó repentinamente, con el pequeño indicio de una sonrisa en sus labios—. Yo la protegí fuera de Bluebird.

—Yo sé que sí lo hiciste, River. Y estoy feliz de que hayas sido tú quien la mantuvo a salvo. Mi hermoso y fuerte niño.

No estaba segura del porqué, sólo de que debía decirlo. Era la primera vez que converesaban de verdad fuera de Bluebird, y todo aquello que había guardado como su mayor secreto, allí podía salir a la luz. No tenía sentido mantener el engaño y ocultar todos sus sentimientos.

Sus palabras, aunque pequeñas, cambiaron la expresión de River. Su rostro adulto se relajó, casi como si hubiera escuchado a alguien decirle que estaba a salvo del peligro. Su corazón se había acelerado ante las palabras de la rubia, pero ocultaba todo tipo de reacción posible de ella. Pero Clover ya lo podía ver en sus ojos.

Estaba lejos de ser confianza, y distaba mucho de cualquier tipo de cariño. Pero justo allí, y a pesar de los fuertes sentimientos negativos que aún surgían, River la veía por primera vez por lo que era: su madre.




COLLATERAL › barón zemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora