13. Agonía.

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MELL

Despierta, despierta, ¡despierta!

Nada funcionaba, esta mierda no era una pesadilla.

Llevaba tres días y diecisiete horas en el hospital, sentada sobre una camilla y oyendo los gritos de Sam, Alice, Derek, Matt, Brian, Jenny y Leo. Yo no podía hablar, creo que la doctora que me atendió dijo que había entrado en estado de shock, me había desmayado segundos después de hablar con la policía, pero, según los estudios, no tenía un solo rasguño.

Quería hablar, quería preguntar por él y saber como estaba, pero el miedo no me dejaba emitir ni un miserable sonido, tenía miedo de oír una respuesta que no me gustaría escuchar, una que no soportaría. Por los lamentos de Sam, me imaginaba que algo muy malo había pasado. Me molestaba que todo el mundo esté pendiente de lo que sucedía conmigo, siendo que yo estaba perfectamente bien, no soy yo quien necesita a los doctores en mi habitación.

Me sentía mareada porque me habían sedado varias veces desde que llegué, no dejaban entrar a nadie por más de diez minutos, ni siquiera dejaron que Alice entre a verme. De pronto se me iba el aire y todo me daba vueltas hasta que caía desmayada en el frío piso para luego despertar de nuevo sobre la camilla; no me gustaba quedarme acostada, como si de verdad estuviera mal, así que me sentaba en la orilla de la camilla a pensar que todo esto era culpa mía.

Esto no estaría pasando si yo no fuera tan dependiente de Ian, si yo me hubiera negado a acompañarlo, él no estaría como está ahora..., al borde de la muerte. O si se hubiera quedado en su lugar, si tan solo no fuera tan tonto y se hubiera quedado de su lado del coche, la bolsa de aire lo hubiera protegido del impacto y así sería otra la historia. Pero tal vez es mejor así, porque no le deseo a nadie lo que ahora siento yo, mucho menos a él; prefiero que esté muriendo, a que esté muerto en vida, como yo.

Parecía que sólo llevaba segundos sentada aquí, pero en realidad eran horas, tristes y vacías horas llenas de paredes blancas y olor a desinfectante. Era absurdamente paradójico como siempre se relacionaba al color blanco con la paz, yo estaba rodeada de ese color y lo que menos sentía era paz, todo lo contrario. Una horrible guerra se llevaba a cabo dentro de mí: una parte quería salir corriendo hasta la habitación de Ian y ver como estaba, pero otra parte estaba muerta de miedo por pisar el suelo y encontrar el abismo. Tenía miedo de lo que le pudiera suceder a una de las personas más importantes en mi vida.

Aquí venía de nuevo la casada de agua salada que caía hasta mis labios, sólo en ese momento me daba cuenta de que estaba llorando. Y luego de mucho pensar, entendí que llorar no es de débiles; llorar es lo que hacen los fuertes cuando quieren morir, mientras que los débiles se suicidan. Era la forma más sana de sacar todo de adentro antes de explotar.

Ya no se oían los gritos de nadie, sólo las manecillas del reloj que me echaban en cara que dos horas más habían pasado. Por lo que había oído, me quedaría dos días más en observación y asistiría al psicólogo para ver si lograba recuperar el habla. Yo quería hacerlo, de verdad deseaba hablar, pero me daba miedo no poder contener la crisis nerviosa y gritar todo lo que siento en este momento si abría la boca. Cuando llegué tuvieron que inyectarme algo para que baje mi nivel de adrenalina, o al menos eso es lo que la doctora les dijo a Al y Derek; nadie hablaba de Ian frente a mí y eso me desalentaba.

Cuando llegué, constantemente entraba alguien a pedirme que me acostara, y yo obedecía sólo para luego de cinco segundos de que se haya machado, volver a sentarme; dejaron de insistir a la quinta vez que sucedió. Al había entrado hace algunas horas a verme, pero se retiró con lágrimas en los ojos sin siquiera hablarme, no soportó estar aquí ni un minuto, literalmente.

Lo entendía. Desde mi posición me veía reflejada en la pantalla del televisor, mi aspecto asustaba. Vestía un camisón blanco, mis labios estaban secos y pálidos, mis ojos oscuros se enfocaban sólo en un punto: la nada. Mi cabeza estaba algo inclinada hacia la derecha y mi cabello caía muerto sobre mi cara, mis piernas estaban flexionadas frente a mí y mis brazos tensos ya que mis manos apretaban fuertemente el colchón de la camilla. Permanecía en esa posición por horas y horas que a mí sólo me parecían segundos.

Mi estúpido EX novio (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora