﹝REDDO HANABIRA﹞

13.8K 887 240
                                    

Akashi miraba con detenimiento la foto que se había tomado en el cumpleaños de Kuroko; ignorando la montaña de papeles que tenía frente a él, de todas formas para él era tan fácil como encestar la pelota mientras nadie te esta presionando.

Suspiro.

Habían pasado dos semanas desde que no había visto a Kuroko. Desde aquel día no había tenido el tiempo suficiente para ir a visitarlo y comunicarse al celular era inservible. Cada que le llamaba estaba ocupado, fuera de servicio o, lo que parecía ser, lo ignoraba, y los mensajes eran un quicio: le contestaba con máximo diez palabras. Recordaba la vez que le había preguntado que si quería hacer algo un fin de semana y le contesto un seco no. Al parecer el chico podía tener veintidós años, pero seguía igual de lento que en el instituto.

—Realmente siempre superas mis expectativas, Tetsuya —tomó el marco y lo acerco más a él.

Se reclino en su cómoda silla y comenzó a dar vueltas con ella, hasta que se detuvo bruscamente. Una idea estaba rondando su cabeza, y al comprobar que era brillante, una sonrisa se le formo en sus labios. Dejo el marco en donde estaba y acerco su mano al teléfono.

—Señorita Kayrim podría hacerme el favor de buscarme la dirección del restaurante Reddo Hanabira, por favor.

—Claro que sí, Akashi-san.

Corto la comunicación y feliz comenzó a checar aquella gran montaña de papeles.

...

—Sólo déjenme saber, ¿cómo es que todos llegaron aquí? —colocó su mano en el puente de la nariz.

—Yo le pregunte a tu secretaria y ella me dio la dirección —comento Kise.

—Recuerda que te dije que teníamos que hablar acerca de recaudar fondos para el hospital y como me diste el nombre de este lugar supuse que teníamos que vernos aquí —se acomodó los lentes Midorima. Hoy tenía como amuleto de la buena suerte una videocámara.

—Yo solo vine acompañar a Shin-chan.

—Kise nos invitó —hablaron al mismo tiempo Aomine, Kagami, Himuro y Momoi.

—El dueño del restaurante en donde trabajo me dijo que viniera a checar como le estaba yendo a su amigo —explico Murasakibara, desenvolviendo una paleta.

Exhalo. Eso sí era tener mala suerte. Se suponía que iría al trabajo de Kuroko para poder verlo y, en todo caso, poder hablar con él acerca de todo lo que había pasado con el mencionado durante aquellos cinco años sin verse y si él no quería hablar lo presionaría un poco para que no tuviera otra opción. Lo entendía. Estaba actuando como en sus viejos tiempos de instituto, pero es que la intriga de saber lo que le había pasado y el volver a verlo no lo dejaba pensar con la cabeza fría.

Se sacudió los cabellos.

—Bueno, no importa, entremos —índico dirigiéndose a la gran puerta negra con vectores dorados.

Antes de poder tocar la manija las puertas se abrieron dejando al descubierto un hermoso pasillo al estilo clásico del siglo XIX: un piso forado de una alfombra roja con bordado dorados; paredes de madera; arañas de cristal colgaban del techo iluminando la habitación y cuadros a oleo colgaban de la paredes. Pero lo más impresionante era el chico que se encontraba frente a ellos; vestía un traje negro de tres piezas estilo pingüino, una corbata color dorada y una áster color roja. Ese chico era Kuroko, quien al ver a sus amigos se sorprendió de sobremanera, claro está que sabía cómo controlar aquellas emociones, por eso simplemente los miro como siempre. Serio y sin ninguna emoción fija en su rostro. Se colocó una mano en el estómago y la otra en la espalda mientras hacia una reverencia.

El pequeño Kuroko #PremiosKnB2017Where stories live. Discover now