O79: Lucidez

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ㅡEun, cielo ㅡllamó silenciosa, abriendo un poco la puerta de la habitaciónㅡ Debo salir de emergencia, me marcaron del trabajo. JooJeong salió con unos compañeros de su salón, ¿estarás bien sola aquí?

Silencio.

ㅡNo te preocupes ㅡsuspiróㅡ Ve con calma.

ㅡCualquier cosa, marca a mi oficina ㅡseñaló como último, alejándose un pocoㅡ Te quiero.

La madera fue nuevamente cerrada, junto a los pasos lejanos de los tacones sobre el suelo.
La mirada de JooEun, abatida por las lágrimas de sangre y el cansancio, vagó un poco más por el exterior de la ventana, que mostraba el mismo conjunto de casas y la fauna típica de SeJong sobre las aceras; no había anda nuevo, de hecho no tenía ninguna motivación de seguir viendo, de seguir viendo la nada. Ver. Incluso, vivir.

Las vacaciones terminaban mañana. Justo ahora debía estar acomodando sus cosas, que no había tocado desde que lanzó su mochila lejos el último día y se recostó toda la tarde durmiendo por ratos hasta la mañana siguiente. Pero no le apetecía hacerlo, el sólo moverse le parecía doloroso, junto al dolor cervical y vertebral presente, tan presente como hacia medio año, en 1994 aún.

No tenía motivos para eso, para sentirse así; así de miserable, así de vacía, así de triste, así de entumida. Así. Cómo naturalmente era.
Porqué en esos momentos JooEun, al menos la nueva versión que había construido de ella misma con tanto esfuerzo y empeño mental, debería estar disfrutando del último día de vacaciones. Debería estar en el centro comercial con sus amigas probándose ropa linda o comiendo en algún lugar sin preocuparse de las calorías, debería estar repasando algún tema que le haya fallado en los trimestres pasados con sus amigos para ratificar puntos, debería estar acurrucada entre sábanas y peluches con su novio mientras veían películas o sencillamente tenían una de esas siestas vespertinas que tanto les gustaban, debería estar incluso matando seres asquerosos a punta de objetos inanimados. Consideraba incluso que eso último era preferible, a estar pudriendo en su depresión, sólo porqué sí.

Estaba cediendo a la idea de morir así, ahogándose entre sollozos y el fluido rojo, cayendo en un vacío del cual (al igual que muchos en la vida real) no podría escapar. Tal vez ese era su destino después de todo, después de todos, al igual que todos.
La vida seguía para muchos, para otros, para aquellos que nunca en su existencia habían presentado el más mínimo indicio de violencia. Para aquellos que, incluso si la tuvieron, no estaban como ella en ese momento y trataban a toda costa de seguir adelante.
Eso era admirable. Porqué no había dolor más fuerte y envidia más justa, que esos que se sienten por la razón antes que el sentimiento.

Y ahí estaba de nuevo. El sentimiento de estar muriendo.
El sentimiento de morir.
Morir. Morir en vida, quizá.

Muy en el fondo JooEun estaba deseando que alguien, quien sea, fuese quien fuese, llegase.
Pero, claro, nadie iba a llegar. Nadie ni nada. No más que, desgraciadamente, ella misma.
Porqué cuando uno se siente mal, no sólo es que la gente se olvide de nuestra existencia, es que nosotros mismos nos olvidamos de ella. Olvidamos que existimos. Que sentimos. Que somos. Nosotros mismos.

Tal vez, sólo tal vez, nosotros mismos buscamos nuestro propio sufrimiento. Nuestro dolor. Nuestras lágrimas, que aunque no sean de sangre en todos los casos, duele igual.
Nosotros mismos lo sentimos, nos hacemos sentirlo; el sentimiento de estar muriendo, el sentimiento de morir. Quizás nos gusta, nos gusta sentirlo, tenerlo; quizás no podemos vivir sin ese dolor.

Era un poco tarde para arrepentirse, lo sabía, desde un inicio no debió exponer a tanto peligro a sus amigos. Era probable, un hecho mejor dicho, que también pasarían por cosas así por su propia cuenta; sabrá Dios si de alguna manera hubiesen quedado enredados y en lo mismo, como ahora, desesperados antes algo desconocido. Y así había muchas, cientos, miles, millones de personas; personas que, al igual que ella, se dejaban seducir por la Muerte.

Estaba en un punto de su vida donde, por más que quisiera, no era capaz de volver al pasado y poder arreglar algo, un pequeño detalle, incluso si el por qué no era (del todo, pensó) su culpa.
Y, ¿qué se hacía? En una situación así, en esa posición, ¿qué más debía hacerse?

¿Cómo poder encuadrar a la misoginia vivida? ¿Siquiera ese era el término correcto para describir su caso? ¿Cuál era el paralelismo entre misoginia y machismo?
Su definiciones, al menos para el nuevo año, la mitad de los noventas, no eran tan distintas en sí; consistían en lo mismo, una sola cosa, que por muy pequeña que pudiese verse era real y se vivía a flor de piel: oprimir a una mujer, dañar a una mujer, matar a una mujer.

Sólo, por ser mujer.

Meditó un momento más, entonces.
¿Cuándo había sido la última vez que su padre la había golpeado hasta casi matarla?
¿Cuándo había sido? Cuándo. Existía. Existió en algún punto.

Y no sólo ella, probablemente.

Recordaba a su madre, sus amigas le venían a la mente. Las madres de sus amigas.

Pero, ¿por qué?
¿Por la misma razón, acaso? ¿Por ser mujeres? ¿Por ser seres humanos?

Tenía en cuenta, también, que no sólo ellas habían sido afectadas, había sido heridas; a lo mejor no necesariamente por el machismo, por la misoginia, por un país y por una sociedad que al son del día seguía acosándolas y persiguiéndolas, culpándolas de todo el daño que se ganaban por ser mujeres. También había un ellos, lo sabía; un ellos que estaban tan heridos como ellas, un ellos que nacieron por otra ellas, que también estaban lastimadas.

No tenían la misma gravedad, a lo mejor, pero se podía arder d ella misma manera.
Sus amigos también sentían dolor, sentían el ardor, poseían el mismo sentimiento de morir en sus venas, su sangre, su mente. Su todo.

Como justo ahora.
Había un pero, de hecho. Sí, había.

Incluso si ahora se encontraba a nada de cerrar los ojos para no volver a abrirlos jamás, podía atreverse a decir que se sentía viva, si se podría decir. Moría en vida, pero también vivía en la muerte.

Y era extraño, hasta estúpido, de suponer ambas cosas al mismo tiempo. Era difícil de explicar, pero por alguna razón lo comprendía totalmente. Si se ponía a repasar más en su vida, en sus días, en aquellos ayeres, podía confirmar que se sentía realmente viva.
No recordaba, desde el primer encuentro con los que ahora suponen ser sus amigos, sentirse así; tan consciente, tan estable, tan real, tan ella. Sus sentimientos, sus emociones, sus pensamientos, sus ideas, sus errores, todo aquello que nunca pudo expresar con la claridad y fluidez, con las mismas fuerzas y las mismas ganas; si se trataba de explicar mejor, podía llorar, podía reír, podía odiar, podía amar, podía existir de una forma tan natural que, irónicamente, se sentía irreal. Por primera vez, en toda su vida, se sentía; simplemente sentirse, con ese era suficiente.

Experimentar su humanidad por primera vez, era quizá la frase correcta. No lo sabía, a lo mejor tampoco le importaba.

Incluso ahora, donde siente que se ahoga en todo y en todos, sabe que es así.

El sentimiento de vivir.

Y estaba bien, sólo olvidaba quién había sido y qué había sentido. Esa era la nueva vida.
El redimirse. El arrepentirse. El perdonar. El guardar rencor. Eso era humanidad.
Porqué para renacer debió morir, y es lo que durante catorce años experimentó. A lo mejor sus padres cumplieron con algún tipo de mandamiento divino, preparándole para el paraíso, para el mundo, para que ya nada pudiese romperle; aunque, también, JooEun pensó que no era tan débil entonces. Su fragilidad quizás era la de una bomba, y no la de una flor, como siempre creyó.

Estaba moralmente mal relacionar el dolor y la tortura con algo tan bello como un regalo del cielo. Muy lejos del placer, también.

Volviendo lentamente al plano de realidad, cerró los ojos y se recostó a las sábanas, regulando a una respiración tranquila. La consciencia propia también era cansada, más en un momento y estado tan tedioso como ese, por lo que pidió por sólo dormir y no entrar a algunos de los niveles.

Era suficiente.

ㅡ환각

CLÍO ONE: ILLUSIONWhere stories live. Discover now