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ALLISON


No podía dormirme.

Así de simple era la cosa.

Warren estaba descansando como un puto bebé en el suelo de mi cuarto, y yo por mi lado había estado dando vueltas en mi cama desde las ocho y media de la noche.

Ahora, eran la una de la madrugada.

Tal vez era sólo el pensamiento de que Connor podría ser descubierto por cualquiera que no fuera Cooper en su cuarto por error, la adrenalina de saber que estaba haciendo algo a espaldas de Mason y mis dos hermanos mayores me carcomía.

Pero, de cualquier forma, no era mi culpa. Él se había presentado de improvisto en mi ventana como un Romeo de la época —algo sorprendente—, y me había pedido ayuda por esta noche. ¿Qué podía hacer en ese momento? ¿Le iba a decir que no? Bueno, pude haberlo hecho, pero no fue así.

Quizá, si esto hubiera ocurrido hace un mes y medio, no me lo hubiera puesto a meditar como ahora; él estaría durmiendo en la calle o en algún maldito hotel.

La puerta de mi habitación de abrió con un chirrido y me puse alerta.

Me medio senté en la cama y noté la reconocida silueta de Connor en el marco, balanceándose de atrás hacia adelante para mantener el equilibrio de su cuerpo.

¿Y a este qué le pasaba ahora?

—¿Connor? —susurré.

Él sólo se adentró en la habitación como si fuera la suya; sólo por oír su nombre.

Parecía un robot. Un maldito robot que se aparecía en mi cuarto a la una de la mañana.

—¿Qué te sucede? —Le dije cuando se plantó a los pies de mi cama— ¿Estás...?

Un ronquido salió de sus labios.

Okey. Ahora tenía a un Connor robot sonámbulo a los pies de mi cama.

Qué suerte.

Gracias a la luz de la luna que se colaba por la ventana y las cortinas, pude ver que sólo vestía un bóxer. Bien, algo más que sumar a la lista de "Cosas por las cuales no debí dejar que Connor Adams entrara por la ventana de mi habitación hoy".

Aparentemente dije su nombre otra vez, o lo que sea, ya que caminó hasta un lado de la cama y cayó sobre el colchón como si le perteneciera este también.

De su boca salió otro ronquido.

—No tienes que estar aquí, no puedes —le dije.

Ahora entendía que si le hablaba, se acercaría cada vez más. Acababa de comprobarlo: él se colocó sobre mí. Ahogué un jadeo de sorpresa.

Y entonces rodamos —cuerpo contra cuerpo casi desnudo— hasta caer al suelo.

No me partí el cráneo a la mitad porque fue él quien amortiguó mi caída; algo asombroso dada mi suerte diaria.

No obstante, no era la posición más cómoda... ni adecuada para nosotros.

De todos modos me distraje mirando su rostro y sus facciones. Tenía el ceño fruncido en sus sueños, y los labios entreabiertos —una tentación para cualquiera, incluyéndome si tengo que estar bajo el Suero de la Verdad que existe en la famosa saga Divergente—. ¿Por qué, siendo sonámbulo, vino hasta aquí? ¿Se habría dado cuenta Coop de su ausencia en su cuarto? Probablemente no, eran la una y diez de la mañana.

Yo no fuiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora