Capítulo 6━ Lo que tu mente no admite.

7.8K 647 89
                                    

Mi tercera mañana en el Capitolio empezó con un desayuno de tortitas y chocolate caliente. Había pasado la tarde anterior con Lucy y Steve, fingiendo sonrisas y hablando con posibles patrocinadores. Por todo ello, merecía una comida dulce y buena; había sido un esfuerzo demasiado grande.

-¿Nos vamos ya?

Steve me miró desde la puerta de la pulcra cocina, preparado para nuestro primer entrenamiento. Después de meterme a la boca el último trozo de tortita le seguí.

-¿Por dónde empezamos? -Preguntó en cuanto pusimos un pie en la sala de entrenamiento. Aún era muy pronto y no había nadie.

-He estado leyendo sobre plantas, quizá aprender a distinguirlas sea una buena manera de empezar.

Steve no dijo nada; se dedicó a clavar su mirada en un punto fijo y lejano. Parecía estar en su propio mundo, ignorándome, y por un momento pensé que se había desmayado de pie. Cuando me volvió a mirar distinguí El Miedo en sus ojos.

-¿Crees que alguno de nosotros podría resultar ganador? -Volvió a preguntar, inseguro.

Esbocé una sonrisa tan dulce como el chocolate que acababa de desayunar.

-No.

Empecé a entrenar. Al principio, tal y como planeamos, solo fueron plantas, pero a medida que nos fuimos sintiendo cómodos en aquella enorme sala comenzamos a hacer circuitos creados para mejorar nuestros reflejos.

Finnick y Lucy llegaron más tarde junto a otro par de mentores y tributos. Era la primera vez que muchos de nosotros nos veíamos las caras y sentí los nervios a flor de piel.

-¿Cómo vais, chicos? -Lucy, como siempre, estaba animada.

-Todavía no hemos tocado las armas -Informó Steve.

-Maravilloso. Llegamos en el momento adecuado. Ven conmigo, cielo -Lucy y Steve desaparecieron al instante y Finnick y yo nos quedamos solos.

-Bueno, empecemos por el principio -El rubio no se andó con miramientos. Al grano. No había tiempo que perder- ¿Alguna vez has cogido un arma?

-No. Ni nada parecido. A diferencia de ti, no he matado una mosca en mi vida.

Por primera vez me arrepentí de haberle atacado. Pero él, por suerte, no lo tuvo en cuenta.

-Eso tiene fácil solución. Probemos... -Nos dirigimos hasta la enorme vidriera donde se guardaban todas las armas-... tenemos cuchillos, hachas, arcos, lanzas, dagas, cuchillos y hachas arrojadizas, mazas, espadas, hoces... tridentes -Suspiró, pensativo, y cuando pareció llegar a la conclusión de que no le quedaba nada esbozó una sonrisa sugerente- ¿Por dónde quiere empezar, señorita Morgan?

Alcé las cejas, con una sombra de sonrisa en mis labios.

-Por donde usted sugiera, Odair.

-Señor Odair, si no le importa.

Mi sonrisa se amplió notablemente, tanto que se me tensaron las mejillas.

-Señor Odair, discúlpeme.

Un intercambio de miradas más y comenzamos a trabajar. Probamos desde las hoces hasta el tridente, desde las hachas hasta los cuhillos y desde el arco hasta las dagas.

Después de dos horas llenas de esfuerzo y sudor, llegamos a la conclusión de que destacaba en el arte de tirar hachas arrojadizas. El tiro con arco no había estado mal, pero preferí dejarlo en segundo plano.

A la hora de comer los mentores se fueron y los tributos tuvimos que reunirnos en un comedor; después de observarnos durante tanto tiempo las alianzas tenían que empezar. Me senté junto a Steve, analizando los rostros ajenos que reían, hablaban y comían como cualquier otra persona. Eran reales, no personajes de ficción. Les tenía frente a mí; gente como yo, ¿y tenía que matarles?

El verdadero amor de Finnick Odair. /sin editar/Where stories live. Discover now