1: Gritos de una noche silenciosa

186 8 0
                                    

Bosque Epping, Londres.

La noche era impenetrable, sin un gramo de luz ni un imperceptible sonido. Los cinco intentaban atravesarla de la manera más silenciosa, pero fue Jean el que acabó por pisar una esquelética y pequeña rama de árbol. Todos ellos se sobresaltaron, saliendo de aquella bruma de concentración que los sumía con sus garras finas.

Jean, avergonzado por arruinar tan pronto la primera expedición que le permitían presenciar y temeroso de que lo devolvieran inmediatamente al sótano con el resto por su falta, alzó las manos temblorosas y musitó sólo con los labios un lo siento; sus ojos muy agrandados en la oscuridad le conferían una expresión lastimera y abochornada. Aquel ruido no había sido oído por nadie más que ellos y había sonado tan bajo que ni siquiera el quinto del grupo, Randy, el más alejado que se encargaba de vigilar las espaldas de todos, lo había escuchado. Judith, volteando a ver por qué se detuvo el avergonzado muchacho, rodó los ojos y dijo entre susurros.

—Se supone que Mark nos debe avisar cuándo mantenernos callados. Tira un árbol al suelo y estaría perfecto —finalizó, chitando con los dedos para que se ponga en movimiento. Luego, sin decir nada más, miró al frente y lo dejó solo, con su rama rota y sus mejillas tan rojas que la penumbra negra de la noche no podía ocultarlas del todo.

Mark, a la cabecera del grupo y quien jamás se perdía ni una sola misión ya que era el que las planeaba, siguió adelante sin prestar atención a la escasa conversación de los demás. Apretaba con tanta fuerza la varita que la mano le comenzaba a doler por el esfuerzo y sus hombros increíblemente rígidos enviaban malestares a su espalda recta. Nunca podía relajarse en esas situaciones, por más que lo intentara y que Ocean lo golpeara cada vez que tenía que darle una poción para el estrés que llegaba después de un cometido. Jamás encontraba el control suficiente para estar tranquilo.

— ¿Piensas que estamos cerca? —musitó Emerick a su lado. Más de una vez le había dicho Mark que lo seguro sería dejarlo sólo a él enfrente, por si algo pasaba y los demás encontraban tiempo para ayudarlo o para escapar; quien quisiera luchar con ellos se concentraría en bajar al líder primero. Por eso mismo Mark quería caminar delante en cada expedición. Pero Emerick nunca lo oía. Siempre estaba junto a él, siempre estaba ahí donde no se lo había colocado.

Mark, pasándose una mano por el cabello con frustración, soltó un suspiro cansado y detuvo el paso.

—Te he dicho que te mantuvieras con los otros —demandó él, tomando el brazo de su compañero para hacerlo frenar.

—Hemos estado caminando por horas —replicó, ignorándolo casi inconscientemente.

—Rick...

—Madeleine dijo que el viejo había oído gritos a unos pocos metros de la carretera. Han pasado más que unos pocos metros, Mark. Deberíamos estar llegando —comentó, desviando sus pálidos ojos azules hasta postrarlos en su líder. Tenía las cejas pobladas muy juntas y los labios apretados en una finísima línea. Mark lo conocía lo suficiente como para saber que estaba extremadamente preocupado por la tranquilidad aparente que les daba aquel bosque.

—Deberías superar tu miedo a la oscuridad de una vez, ¿sabes? A mí no me engañas —contestó. Olvidándose ya de la desobediencia de su compañero, siguió adelante, aunque no para ponerse en marcha otra vez, sino para examinar mejor su paradero.

Emerick observó su espalda, concentrado en un pensamiento que le consumía la atención. Solía hacer aquello varias veces al día, por lo que Mark no sabría decir si se le había ocurrido una idea con respecto a ese instante o si otra cosa le comía el cerebro.

Hidden Where stories live. Discover now