12: Discutamos sobre esperanza

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Mark cerró lentamente la puerta detrás de él mientras George y el señor Weasley sacaban los juegos y los pergaminos que estaban encima de una de las mesas pequeñas que ocupaban las esquinas. Era Randy quien había decidido colocarlas, así después de cada reunión que la Resistencia tuviera podrían relajarse un poco.

Ambos pelirrojos arrastraron una silla extra, ocuparon las otras dos y esperaron tranquilamente al tercero. Mark, a decir verdad, nunca había tenido tanto trato con esa familia. Se había cruzado a Arthur una o dos veces en el Ministerio, pero al no formar parte de la antigua Orden del Fénix no compartían más que asentimientos. Una vez Voldemort tomó el poder, los Weasley habían ayudado con todo lo que pudieron a los refugios, aunque habían charlado más con su hermana que con él. Y no es como si los culpara por ello; el grupo de confianza que se atrevía a tener Mark, incluso durante aquellos años, era muy reducido. Sin embargo, el hombre sabía leer expresiones demasiado bien, mucho más si las personas que quería descifrar no ocultaban nada. El señor Weasley y George guardaban un semblante entre serio y esperanzado, reticente y anhelante. Mark esperaba que lo que le tuvieran que comunicar causara lo mismo en él; había olvidado cómo lucía su sonrisa.

―Supusimos que era más fácil charlar contigo que reunir a todo el mundo ―comenzó Arthur una vez Mark se hubo sentado ―. En especial si no queremos esparcir falsas esperanzas...

―No son falsas ―se apresuró a corregir George un tanto firme. Su padre suspiró pesadamente, como si hubieran tenido esa conversación muchísimas veces antes.

Mark arrugó las cejas, confundido. Hizo un ademán con la mano para que continuaran, y el señor Weasley tomó la palabra otra vez.

―La Orden del Fénix, hace años ya, había acordado mandar infiltrados a la fila del Innombrable ―confesó, lo que provocó que Mark agrandara los ojos con sorpresa ―. Dumbledore mismo los entrenó y entraron gracias a la influencia que Snape tenía sobre los Mortífagos en ese entonces. No se ganaron la plena confianza, pero sí un lugar entre ellos.

Se quedó en silencio, y por los siguientes largos segundos lo único que se oyó fueron los dedos de Mark golpeando la mesa. Se podían oír los gritos de Randy en la cocina, las órdenes de la señora Weasley y uno que otro correteo por ahí.

―Pasaron cuatro años desde que el Innombrable tomó poder, ¿y me vengo a enterar de esto ahora? ―exclamó, comenzando a enfadarse. Solo de pensar en la utilidad que unos cuantos infiltrados podrían haber proporcionado, las vidas que habría salvado si supiera solo un poco más, hacía que tensionara los hombros y borrara toda expresión tranquila que llevaba en el rostro.

Les dirigió a ambos su más terrible ceño.

―Sucede que desde que Snape cayó en la batalla de Hogwarts no hemos oído nada de ellos ―explicó George, utilizando un sedante tono de voz para calmar a Mark ―. La Orden ha ido destruyéndose de a poco a través de los años en cuanto el Innombrable empezó a perseguirnos, hemos perdido muchos miembros. La organización ya no existe, y cuando los últimos que quedábamos vivos quisimos ponernos en contacto con los demás nadie acudió.

―Eran solo unos niños ―comentó Arthur para respaldar las palabras de su hijo ―. Excepcionales, por supuesto, aunque no pasaran de los veinticinco años. Dumbledore había pensado que era mejor mandarlos a ellos porque eran las caras menos conocidas entre nosotros. Estaban bien entrenados, pero Snape también y todo su conocimiento y experiencia no lo ayudaron. Supusimos que los habían descubierto, que ya estaban muertos. Así que dejamos de intentar encontrarlos, y comentar algo de esto a otra persona parecía inútil.

― ¿Pero...? ―agregó Mark, acercándose más a ellos. Esperaba profundamente que todo ello tuviera un punto.

George dejó que la comisura de su boca se inclinara ligeramente. Se relamió los labios antes de declarar:

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