13: Tipos de amor y muerte

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El tren corría por las vías rápidamente, y el ruido era tan alto que algunos de los pasajeros se quejaban a cada rato. No habían pagado por el viaje más caro y cómodo; Frances había dicho que al ir en ese estarían más seguros. Donnchad no acababa de entender de qué tenían que cuidarse tanto ni por qué la chica parecía siempre andar con un ojo en la espalda, como si los siguieran los tipos más amenazantes. Supuestamente, los abuelos no se preocuparían por su desaparición ni irían tras ellos dándoles problemas, y él no recordaba tanto de su vida original como para pensar que era el que atraía el peligro.

La muchacha a su lado se encontraba devorando una hamburguesa al igual que si tuviera la panza vacía hacía meses y de vez en cuando la descubría dando sorbos de una pequeña petaca plateada que guardaba bien al fondo de su mochila. Donnchad no quería pensar que Frances, que no parecía tener más de dieciséis años, tomaba alcohol como si dependiera de él para mantenerse en pie, pero no conseguía descubrir qué era lo que realmente contenía porque ella se negaba rotundamente a explicárselo.

—Enfonfes... —comenzó ella a hablar con la boca llena. Soltó un par de risitas ya que sus palabras habían sido ininteligibles por la cantidad de comida —Entonces, ¿no recuerdas nada de nada?

Él sacudió la cabeza y su melena negra fue a parar hasta su frente, lo que le bloqueó ligeramente la vista. Había perdido la goma para atárselo en el camino y eso realmente lo molestaba.

—No —contestó, suspirado cortamente. Comenzaba a frustrarle en demasía el hecho de querer pensar en algo, cualquier cosa en lo absoluto que lo ayudara en el camino, y solo recibir como respuesta un punzante dolor de cabeza; quizá una cara, un nombre o un tacto lo ayudaría, pero no, nada —. Desperté en un bosque hace unos días; solo, lastimado y amnésico. No tengo idea cómo llegué allí ni qué pasó para que estuviera tan ensangrentado y sucio.

Donnchad, mientras hablaba, clavó su vista en su pierna, justo donde unas horas atrás Frances le había curado la herida con la que se levantó en ese boscaje. La había limpiado como había pedido y la había envuelto con la primera tela que encontró en su bolso; él se había negado a detenerse en un hospital y ella no había insistido ni una vez, como si también se rehusara a exponerse mucho. Seguía rengueando al caminar pero ya no le molestaba tanto como antes, o al menos era más fácil ignorarla.

Frances arrugó su ceño de manera contrariada y terminó de dar el último bocado a su hamburguesa. Le ofreció un poco de su bebida, pero, a recibir otra negación por respuesta, soltó un suspiro.

—No eres de comer mucho, eso podría ser una desventaja en el camino. No tengo la fuerza suficiente para llevarte si te desmayas por falta de alimento. —Puso su mochila entre las piernas y sacó una manzana, una banana y una botella de agua. Le extendió todo. Él quiso negarse otra vez, pero ella puso una expresión casi suplicante, del tipo que hacía resignarse a cualquiera —. Vamos, por mí. Necesito un acompañante con energía si se nos cruza algo en el camino.

El hombre suspiró, cansado ya de repetir sus negativas, y, encogiéndose de hombros de manera vencida, tomó la comida. Comenzó por masticar la manzana. No sabía hace cuánto no ingería algo, pero su estómago se removió feliz por el contacto dulce del jugo de la fruta. Quiso volver a oír la voz de la muchacha. Si bien no se encontraba con ánimos de conversar, descubrió que la voz de ella lo tranquilizaba; era lo único a lo que se aferraba, y sentía desde lo más hondo de su ser, sin importar que carecía de recuerdos que lo justificaran, que conocía todo sobre ella, solo debía hurgar un poco más.

— ¿Me dirás por qué te mueves todo el tiempo como si temieras que nos observan? Pensé que nadie de tu familia vendría por ti. Me podrían acusar de secuestro —dijo seriamente, lamiéndose los labios mientras seguía masticando con gusto.

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