8: Sobre la reunión posterior

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La sala de la mansión estaba casi vacía. Mark y Rick se encontraban con los ojos clavados en las llamas de la chimenea, esperando, contando los minutos. Habían pasado dos días desde que habían dejado el refugio de Lauren y no volvieron a recibir noticias de nadie. Randy tenía los ojos cerrados y estaba acostado en el suelo. Pretendía estar descansando, pero no se encontraba mejor que sus amigos. Si los médicos no volvían todos desmayados del cansancio, se llevaría una gran sorpresa. Incluso ellos, al haber pasado dos días despiertos ayudando a los heridos, cuando llegaron durmieron largas y tendidas horas. No podía ni imaginar cómo regresarían los demás.

Todos pretendían ignorar el estado del hombre rubio acostado en el sillón. No es como si pudieran hacer algo al respecto por él. La poción que le había dado Randy ayudó a que no muriera en el paso de las horas, pero eso no aplacaba el dolor. Tenía los ojos cerrados fuertemente, su rostro estaba perlado en sudor y se mordía los labios de una forma que parecía contenerlos de gritar. Poca importancia le dio a que los dientes sobre la piel del labio inferior había abierto una pequeña herida sangrante en la boca. Brett estaba a su lado, pasando repetidamente un trapo mojado por su frente. Era el único al que el rubio había dejado que lo ayudara. Cuando los demás intentaron acercarse, los había echado con gruñidos.

De repente, cortando el aire tenso del lugar, cuatro figuras salieron una por una de la chimenea, provocando que Mark tenga que correrse rápidamente de sus caminos. Todos los que aun podían se pusieron de pie apresuradamente, observando como los médicos frente a ellos tomaban forma y volvían al fin a la mansión que habían echado tanto de menos. El aspecto de los cuatro era lamentable: tenían oscuras y terribles ojeras surcándoles los ojos, las expresiones pálidas y desganas y el cuerpo les temblaba ligeramente. Parecían enfermos, aunque no lo estaban. Eran las consecuencias de estar cuatro días seguidos despiertos, muertos de hambre, sed y extenuación. Ocean les había proporcionado pociones para mantenerse despabilados y enérgicos, pero eso no podía reemplazar las necesidades básicas del cuerpo humano.

— ¿Está todo bien? —cuestionó Mark acercándose a su hermana y aproximándola a su pecho. La abrazó por largos minutos.

Felicia es la que contestó. Se restregó los ojos azules con pereza.

—Dentro de todo, sí. No había mucho más que pudiéramos hacer allí —declaró mirando el suelo —. Aunque prometieron llamar si nos necesitaban.

—Bien, pues todo el mundo está de acuerdo con que merecen un descanso —dijo Mark alejándose y poniéndole las manos en los hombros Ocean —. Creo que podremos manejarnos un tiempo más sin ustedes mientras se reponen.

Ella sonrió para él, pero sus ojos viajaron directamente hacia el hombre en el sillón. Soltó un suspiro largo y pesado, y su hermano supo exactamente qué le pasaba por la mente.

—No, Ann —expuso negando con la cabeza al mismo tiempo —. Él estará bien un día más sin ti. Ya casi ni fuerzas tienes para caminar, ¿y pretendes darle lo que te queda él?

—Solo... No discutas conmigo, Mark. No ahora, por favor —pidió fatigosamente. Le dedicó una mirada a sus compañeros —. Vayan a comer y descansar, yo estaré bien. Tenemos que recuperar las energías para ponernos al día con los pacientes de aquí.

Ellos asintieron al mismo tiempo y abandonaron la estancia tan pronto como ella se los permitió. Allí quedaron solamente ellos seis.

Se acercó a Draco lo más rápido que pudo, sacando de su bolsito de cuero los frascos que necesitaría.

—Brett, hazme un favor y pásame las pociones cuando te lo pida —le pidió ella a su hermano menor, que en ese instante se dedicaba a observarla con consternación. Asintió varias veces seguidas y tomó de sus manos la cartera marrón.

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