10: La visita de los rojos

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La sala estaba en completo silencio. Davina se encontraba leyendo un libro en el sillón individual; Jody, acostada en el suelo, tenía los ojos fijos en el techo, más lejos de su amiga de lo que nadie la había visto nunca. Había un ambiente de tensión entre ellas y todo el mundo lo había notado; toda la casa sabía, por las muecas que realizaban al ignorarse, que hace días no se hablaban.

Brett estaba recitándole un nuevo descubrimiento a Mark sentado frente al sillón más grande y con un libro gordísimo en el regazo. Utilizaba las manos para gesticular sus palabras y darles más relevancia. Sabía que probablemente nunca haría uso de sus descubrimientos con magia de verdad, pero la esperanza no la perdía.

― Y tienes que hacer así ―decía, agitando los brazos por todo su alrededor para realizar movimientos exagerados.

Mark sonreía a la vista de aquel niño extasiado con cada conocimiento. Le recordaba demasiado a cuando Ann era pequeña y lo usaba a él para distraer a sus padres mientras ella se colaba en la biblioteca de Steve y hurtaba los enormes volúmenes que él nunca quería prestarle. Eso era antes de empezar en Hogwarts. Todavía se acordaba de la incredulidad que sintió él cuando el sombrero la mandó a Hufflepuff ya que habría apostado que ella iría a Ravenclaw.

―Te habrían encantado los libros que teníamos en casa ―comentó el hombre, distraído. Tenía la vista perdida en algún punto y el aspecto de estar recordando un muy buen tiempo.

Brett, al que siempre le habían negado saber mucho sobre el pasado ―no deliberadamente, era solo que a su familia le producía dolor hablar sobre eso, así que lo evitaban ―, calló su relato y esperó pacientemente, esperanzado de que siguiera contándole.

―No sé si lo recuerdas ―empezó Mark, sonriendo ―, pero teníamos una biblioteca enorme en casa. No era una mansión, mamá nunca quiso algo tan grande. Entre tú y yo, pienso que es porque le hacía acordar a este lugar. Cerca de las cinco, ella ordenaba a los elfos que nos ornearan unas galletas y todos, incluso Jody y tú, pasábamos la tarde entre las estanterías. Tú tenías como cuatro y Ann te leía en voz alta todos los libros que usaba en Hogwarts porque era la única manera de mantenerte tranquilo. A Jody no le interesaba, así que se pasaba todo el rato trepando por mi espalda o haciéndome peinados estúpidos. Creo que Ann ha sacado fotos en esos momentos, pero yo le pido que las guarde bajo llave. No puede saberse que el líder de la revolución andaba con dos colitas rosas y brillantina en el pelo cuando era adolescente. Me arruinaría.

Brett soltó una risita corta. Unas imágenes de aquellos momentos le llegaron a la cabeza, pero no eran muy claras. Creía ver a Ann enfundada en la ropa de su hermano que le quedaba gigante y leyéndole los tomos viejos que usaba en su quinto o sexto año del colegio.

Respirando profundamente y armándose de valor, preguntó, preparado para cualquier reacción:

― ¿Y papá qué hacía?

Mark apretó los labios y bajó la cabeza, enterrándola entre ambas manos. Un bufido llenó el ambiente.

―Brett...

―Él usualmente estaba siguiendo a Jo, cuidando que no se lastime, o hablándonos sobre su tiempo en el colegio. No unos momentos muy ejemplares, si me preguntas ―intervino Ann, colocándose junto a Mark. Randy se sentó en el bracero del sillón, oyendo la historia atentamente ―. A veces hacía miga con las galletas que comíamos sólo para que mamá se enojara con él. Corríamos por toda la casa. Yo siempre estaba de su lado, Mark de vez en cuando elegía a mamá y entre los dos nos perseguían a los gritos. Y cuando acabábamos y volvíamos a la biblioteca, descubríamos que Jody y tú se habían terminado las galletas. Yo nunca llegaba a probar ni una.

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