Capítulo nueve: Bohemio

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—¿Te apetece ir a tomar algo?

La voz de William me sacó de mis pensamientos. Volteé la cabeza hacia él. Iba mirándome de reojo mientras tenía la vista en la carretera. Me quedé observándolo durante unos segundos.

—Está bien. Pero ya mismo es la hora de la cena y luego no tendré hambre.

—Pues cenamos cualquier cosa. Conozco un sitio genial

—Vale, está bien.

Después de cinco minutos de aquella pequeña conversación, William dejó su apreciado coche aparcado en un parking de pago. Mientras él fue a sacar el billete, saqué a mi pequeño husky del asiento de atrás y esperé a William fuera del automóvil apoyada en él.

Caminamos por unas calles sin un alma pero al llegar a la principal todo cambió. Había un mar de gente que paseaba arriba y abajo, con prisas o a paso de tortuga. Iba totalmente perdida y sólo me dediqué a seguirlo entre la gente sin memorizar los edificios que nos rodeaban. Sentí como me rodeó la muñeca con su mano para que no me separara de él. ¿Qué regalaban allí? Tanta gente no era normal.

Tras esquivar a unas cuantas personas y recorrer la calle como si fuese un laberinto, nos metimos en un local bohemio. Había cojines extendidos por el suelo rodeando una pequeña mesa y unos sofás donde también se podía cenar. Prácticamente estaba vacío excepto por un par de grupos.

Nos sentamos en un rincón encima de unas alfombras y cojines. Un camarero se acercó para darnos la carta y preguntarnos por la bebida que íbamos a tomar. Yo escogí agua y William una cerveza. Le di las gracias y en cuanto se marchó abrí la carta. Inspeccioné todos los platos con nombres extraños que había en la carta y acabé decantándome en uno que parecía tener buena pinta.

—Es uno de mis restaurantes favoritos. ¿Qué te parece?

—Está genial.

Y era verdad. Miré a mi alrededor tras cerrar la carta. Nunca había visto un lugar así y me sorprendió en todos los sentidos. Dejé al cachorro a mi lado cogiéndole de la correa que había comprado en la clínica. Se acerca el mismo camarero que nos había atendido con nuestras bebidas en la bandeja. Nos la dejó en la mesa y se fue.

—¿Has pensado nombres? —pregunté mientras echaba el agua en el vaso.

—¿Nombres de quién? —me miró perplejo sin tener ni idea de lo que estaba hablando.

—¿De quién va a ser? ¡De nuestro perro!

—¡¿Cómo que nuestro?! No, Bleu. Ese no era el trato. Tú te lo quedas hasta que alguien lo reclame o lo quiera.

—Pero, ¿cómo no te has enamorado ya de él?

—Pues no lo he hecho.

Vi como su mirada se desvió hasta el perro que estaba bien quieto sentado a mi lado. Lo miré y volví a fijarme en mi acompañante. Por su mirada supe que sus palabras no decían la verdad. Sus ojos brillantes mostraban todo lo contrario mostrando admiración y amor hacia el can.

—Mientes —dije con total seguridad que yo misma me hubiese convencido al instante.

Hubo un silencio que acabó provocándome una cierta incomodidad. Me removí en el cojín sentándome encima de mis piernas. El camarero apareció con nuestro pedido. Dejó los platos en el sitio que correspondía y se marchó.

Observé el contenido que había en mi plato y tenía muy buena pinta, tanta que no pude esperar a que se enfriara un poco. Terminé quemándome la lengua y por poco no suelto un grito. Mientras le daba algo de agua a mi boca vi como William se estaba riendo por lo bajini. Será imbécil. Encima que me acabé achicharrando la lengua por su estúpida idea de ir a cenar, se descojonaba.

La aventura universitaria de BleuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora