Capítulo 16

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Agradeció mentalmente las sandalias que Heisuke le había obsequiado esa mañana al verse obligada a correr junto a la división de Sanosuke mientras investigaban las calles de Kioto de su zona, acompañada por samuráis que recordaba haber conocido durante las comidas que compartía con los soldados. Inspeccionaban cada una de las casas y callejones del lugar hasta que Tomoe divisó a lo lejos a un grupo de cinco hombres del Chōshū, quienes tenían expresiones desesperadas por querer salir de allí. "Alguien desesperado por vivir es peligrosamente fuerte", recordó las palabras que su maestro Iruma le había dicho en una de sus prácticas. Dispuesta a no dejar a ningún miembro del Shinsengumi morir ese día, la muchacha tomó dos flechas de su aljaba antes de que ellos se diesen cuenta de su presencia y soltó la primera para incrustarla en el muslo de uno, logrando que cayera al suelo, y la segunda en el hombro de otro. No morirán, pero al menos no podrán luchar, se dijo a sí misma. 

Sorprendiendo a sus compañeros, desenfundó su katana y se lanzó rápidamente en contra de los tres restantes, distinguiendo segundos después que más hombres de la décima división la seguían para ayudarla. Se enfocó en uno de ellos y, al chocar sus espadas, pudo notar que sostenía su arma con la mano izquierda. Zurdo, igual que Saitō-san. Feliz de sus arduos entrenamientos junto a Hajime, evadió los ataques de su contrincante con facilidad y, en pocos segundos, consiguió atajar su sable con la hoja del suyo y, poniendo toda su fuerzo en su torso, lo empujó con el hombro para tomar el mango de su katana y verlo caer al suelo de espaldas. El aludido no tardó mucho en ponerse de pie y tomar una navaja que escondía en sus cintas, pero, para sorpresa de ella, se mantuvo estático con una evidente expresión de terror combinado con seguridad reflejada en los ojos. ¿Así se había visto ella siete años atrás al querer enfrentar al asesino de su madre? Asustada pero segura si debía morir.

- No suplicaré por mi vida – le escuchó decir, dejando caer su única arma a sus pies.

¿Qué estás haciendo?

Antes de pensar en la posibilidad de devolverle su katana y dejarlo ir, notó cómo la punta de la lanza de Sanosuke atravesaba el pecho del hombre justo en el corazón al mismo tiempo que él cerraba los ojos y dejaba escapar su último suspiro antes de caer muerto. Debido a la rudeza del ataque, algunas gotas de sangre habían terminado en el rostro de Tomoe, quien mantuvo la mirada en el capitán de la décima división para no prestar atención a la sangre que ensuciaba sus medias y sandalias.

- No podemos permitirnos el placer de la duda aquí afuera, Tomoe-chan – determinó Sanosuke mientras limpiaba el pico ensangrentado de su yari -. Al que dejes con vida hoy será el mismo al que mate de los nuestros mañana. Si lograron perecer peleando por la misma causa que los trajo aquí en primer lugar, entonces pueden morir con honor.

Ella asintió como autómata y agradeció el pañuelo que el joven le extendió para poder  limpiarse el rostro.

- ¡Kumichō! – Uno de los soldados de la división llamó a Sanosuke por el nombre de "capitán". - ¡Un incendio está tomando lugar en la residencia de la familia Takatsukasa! ¡Se está extendiendo rápido! ¡Esperamos sus órdenes!

- ¡Debemos seguir con el plan! ¡Asesinen a los responsables!

- ¿Qué hay de los habitantes que queden encerrados? – preguntó Tomoe después de devolverle el pañuelo, tratando de recuperar la voz – ¡No podemos abandonarlos!

El capitán la miró a los ojos y respondió:

- Te encargo a ti su protección. Cuando pueda encontrarme con los demás, iré a ayudarte, ¿ne? No puedo acompañarte ahora – lamentó - ¿Crees que puedas hacerlo?

- ¿Si puedo hacerlo? – repitió con una sonrisa divertida - ¿Quién cree que soy, Sano-san? Por supuesto que puedo.

- Ve con cuidado, Tomoe-chan.

Mujer SamuráiWhere stories live. Discover now