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Hoy era el día antes del examen. Quedé con Felix para estudiar a las cinco en su casa. Después de clase, Damien también me pidió que estudiara con él, pero me negué. Ya no quería hablar más con ese tipo.

Volví a casa a las cuatro. A diferencia del año pasado, yo debía comer a la cafetería del instituto, y después esperar el autobús de las 15:30. Era una rutina bastante agotadora, pero era lo único que podía hacer.

Abrí la puerta del apartamento y me fuí directa a mi habitación. O al menos, eso quise hacer. Antes de encerrarme, escuché una voz que provenía del comedor. A esta hora se supone que no había nadie en casa salvo yo.

-¿Judith? -decía la voz.

Sabía perfectamente quién era. Me dirigí al comedor y lo vi. Ese hombre barbudo, sentado en la butaca, sujetando el mando de la televisión con una mano. Me miraba y yo le devolvía la mirada.

-¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar trabajando? -le pregunté.

-Me han despedido -dijo secamente, mientras apartaba su vista de la mía y se concentraba en el programa que emitían.

-¿Otra vez? -dije, subiendo la voz -¿Y ahora qué?

-No lo sé -respondió con un tono monótono.

-Tú nunca sabes nada.

Esa respuesta tan desganada hizo que la rabia creciese en mí. ¿Acaso no le importaba? ¿Era ese dichoso programa más importante que nuestro futuro?

No lo soportaba.

Andábamos justos de dinero. No nos podíamos quedar así por mucho tiempo. Si él no iba a hacer nada, entonces yo sería la que tomaría el control del asunto. Estaba dispuesta a volver a mi cuarto, pero aún tenía algo que decirle.

-Y por cierto, ya te dije que yo me llamo Morgan, no Judith.

-Para mí, mi hija siempre se llamará Judith.

-Tu hija puede ser Judith, pero tú jamás serás el padre de Morgan.

Cerré la puerta de mi habitación con fuerza y me tumbé en la cama. Estaba harta de discutir siempre por lo mismo: que si el trabajo, que si Morgan, que si Judith...

Ya hablábamos de esos asuntos una y otra vez, casi diariamente, y él parecía que aún no lo entendía.

"Si no hubiera echado a mamá aquella noche..." pensé.

Ahora no tenía tiempo para recordar eso: lo importante en ese momento era centrarse en un trabajo. Sí, debía encontrar un lugar dónde trabajar. Cualquier lugar. No podía estar más tiempo de brazos cruzados. Eso quería decir que no tenía tiempo para los estudios.

"Cierto, había quedado con él."

Saqué el móvil de mi mochila y lo encendí. Busqué a Felix en mis contactos y lo llamé.

Pocos segundos después, oí cómo respondía a mi llamada.

-¿Gan? -pude escuchar.

-Escucha, hoy no podré quedar. Yo...

Me detuve por un momento. ¿Qué podía decirle? Jamás le había hablado acerca de la situación económica de mi casa, pero tampoco se lo quería contar. Sólo le preocuparía, y eso no ayudaría. Él ya tenía asuntos con su família, ahora no quería molestarle yo con los míos.

-Yo... -repetí - No podré quedar, lo siento. Me encuentro mal.

-¿Cómo? Hace poco estabas bien, ¿qué te ocurre?

Intenté pensar en algo que no hiciera que le preocupara demasiado. Cualquier cosa.

Nada.

Mi mente estaba en blanco. No sabía que decirle. Debería haber pensado en una excusa antes de llamarle. No podía quedarme callada por mucho tiempo.

Debía contestarle enseguida.

-Ya sabes... cosas de chicas.

Eso fué terrible, pero no se me ocurrió nada mejor. Sólo esperé a que funcionara.

-Oh -se oyó en el móvil.

No sé si eso significó que me había entendido o que realmente no me creía. Seguramente mi respuesta no sonó muy convincente. Después de todo, yo no estaba hecha para mentir.

-Bueno... -volvió a hablar -Supongo que tendré que estudiar solo. Tú descansa, ¿vale?

Solté un suspiro, aliviada.

-Sí... lo siento.

-No te preocupes. Llámame si necesitas algo.

Me despedí y le colgué. Me sentí mal por haberle mentido de esa forma. No se lo mercía, pero al menos ya tenía un asunto resuelto. Ahora debía encontrar un trabajo.

MorganWhere stories live. Discover now