XI

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Salí a la calle para despejar mi mente. Podría ir a buscar algún establecimiento cerca de casa que necesitara empleados, como un supermecado, un quiosco, una cafetería... Cualquier cosa me iba bien mientras pudiera conseguir algo de dinero.

Pero por mucho que preguntara por un puesto, todos me rechazaban. Seguí caminando, de un edificio a otro, durante horas. No había manera: todos era rechazada por mi falta de experiencia laboral, y es que no sólo iba aún al instituto, si no que además nunca había trabajado en ningún lugar antes.

Cuando empezó a anochecer, me senté en un banco, exhausta. Aún no me había rendido. Conseguiría un trabajo pasara lo que pasara. Pero por hoy, daría por finalizada la búsqueda. Ahora lo más adecuado sería volver a casa antes de resfriarme.

Al levantarme, me di cuenta de que alguien se acercaba a mí, aunque no le podia ver bien la cara por la falta de luz. De repente, las farolas de la calle se iluminaron y pudieron mostrarme el rostro de la persona. Era Damien.

Seguramente volvería a hacer una de sus tonterías y yo no estaba de humor como para lidiar con él, así que me di la vuelta y me fuí.

-¡Anda, pero si es Gan! -le oí decir.

Le ignoré y seguí caminando sin mirarle. Sabía que me estaba siguiendo porque no paraba de llamarme. Aceleré el ritmo y me metí por un callejón para perderle de vista. Llegué a mi edificio y miré alrededor antes de entrar por la puerta, para asegurarme de que ya no me seguía.

Bien. Había funcionado.

Subí por el ascensor y me encerré en mi habitación sin decirle nada al viejo. Encendí el ordenador y tecleé unas cuantas letras. Busqué puestos por diferentes páginas web hasta las diez de la noche. Me dolían demasiado los ojos como para continuar. Además, aún no había cenado.

Apagué el aparato, agotada. Aún no tenía nada. Salí de mi cuarto y me dirigí hacía la cocina. Me preparé rápidamente una ensalada y me la comí en silencio. Luego volví a mi cueva y me tumbé. El móvil vibró encima del escritorio.

Era un mensaje de Felix.

-¿Ya estás mejor? Al final no ha sido tan duro estudiar solo~

Enviado a las 22:12

"Estudiar..." Era verdad. Mañana tenía un examen, pero hoy ya no me quedaban fuerzas. Estuve estudiando los anteriores días, así que seguro que me las podría apañar. Apagué la luz y, sin siquiera ponerme el pijama, me fuí a dormir.

Al día siguiente, lo volví a intentar, pero no encontré nada. Seguí así hasta el sábado, cada día probando en distintas partes de la ciudad. Cada vez tenía que irme más lejos de casa y, a consecuencia, volvía más tarde. Lo más molesto era cuando veía a Damien por la calle: no paraba de saludarme y gritar mi nombre para llamar mi atención. Yo no le hacía caso, pero entonces él se acercaba a mí y yo debía perderle de vista.

El sábado fué el último día de mi búsqueda. Después de haber intentado convencer al propietario de una panadería, me rechazó por quinta vez y tuve que rendirme. Me senté y comprobé la hora. Eran las nueve y media. Apoyé mi cabeza en mis dos manos y cerré los ojos. No sabía cuánto más podría seguir así. Ninguno de mis familiares vivía cerca, así que no les podía pedir ayuda y, encima, el viejo seguía sin hacer nada. Estaba sola.

Sentí un escalofrio. Esa noche refrescaba más de lo habitual y yo no me había abrigado bien. Debía volver ya a casa. Me levanté, pero alguien me agarró el brazo y no me dejaba avanzar.

-Al fin te tengo -dijo Damien.

-Suéltame ahora mismo -dije en un tono amenazador.

-No.

Intenté darle un golpe con mi otro brazo, pero él lo detuvo y lo agarró con su otra mano. Mi bolso cayó al suelo.

-Tengo buenos reflejos, ¿verdad?

-¡Suéltame! -repetí.

Forcejeé para poder liberarme, pero no servía de nada. Él era más fuerte que yo. Finalmente, me rendí y relajé los brazos.

-¿Qué haces fuera a estas horas? -preguntó.

-Eso no te incumbe.

-Pero sí que me interesa.

Suspiré. Tenía frío y estaba cansada. En ese momento sólo quería irme a casa para comer y descansar. No tenía tiempo para él. Tampoco me importaba decirle la verdad, apenas nos conocíamos.

-Busco trabajo -le dije al fin.

-¿Por eso te he visto todos estos días en la calle?

-Sí -contesté, enfadada. Quería irme de allí ahora mismo.

-¿Y es por eso que has suspendido el examen de física?

-¡Déjame en paz!

Sacudí los brazos y me liberé. Cogí el bolso del suelo y me marché. Quería estar lejos, lejos de él. Pero él no me dejaba hacerlo.

-¡Espera, no te enfades! -decía atrás mío - Puedo ayudarte si lo necesitas.

-No hace falta -mentí.

-Te puedo conseguir un puesto de trabajo. Si quieres, claro.

Me detuve y volví hacía donde estaba él. Paré delante suyo y le miré en los ojos. A diferencia de Felix, él no era tan alto. Casi compartíamos la misma altura.

-¿En serio?

-En serio.

Me lo pensé. No parecía que me engañaba, pero no me fiaba mucho de él. Era muy molesto e irritante. Aún así, ya estaba agotada de andar todos los días, siendo rechazada una y otra vez.

Lo decidí.

-Está bien.

Damien sonrió y sacó su teléfono.

-Te daré mi número para poder quedar mañana -me explicó -. Te llevaré y te presentaré a mi padre.

-¿Cómo? -pregunté -¿Por qué deberías presentarme a tu padre?

-Porque él será tu nuevo jefe.

Me quedé mirándole en silencio, con los ojos bien abiertos. ¿Realmente hice lo correcto?

-¿Te acuerdas de la pizzería donde nos encontramos el lunes? -siguió - Pues él es el propietario.

MorganWhere stories live. Discover now