2. El almacén.

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El almacén

Justin Moore era un enigma. En casa era un tipo de chico muy distinto a lo que veían en el Dodge. Su madre Kelsey solía pasarse horas observándolo y noches en vela preocupada; a veces veía al mismo niño con la cara llena de lágrimas que vivía junto a ella en condiciones precarias y espantosas, y otras veces le parecía ver a alguien como él.

Normalmente terminaba sacudiendo la cabeza intentando alejar todo pensamiento que fuese de regreso al pasado y cualquiera que relacionara a su muchacho con una clase de gente que le encantaría borrar de su vida.

La verdad era que ni para Kelsey ni para sus padres, Mick y Jill, las cosas habían sido fáciles desde la llegada de Justin. Siempre fueron una familia muy humilde, con cada centavo contado y cada ración de comida limitada. Y Kelsey había sido un dolor de cabeza en la adolescencia que casi llevó a su padre a su tercer infarto y a todos a la ruina. Ella se lo lamentaba todos los días... Pero tampoco era algo de lo que a Kels o a sus padres les gustase hablar, era especie de tema prohibido, casi algo que simulaban haber olvidado.

Solo los mantenía conscientes el hecho de que la rebeldía de Kels trajo consigo a Justin. Un día fue una adolescente rebelde de diecisiete años que decidió escaparse de casa y al siguiente era una niña asustada con un bulto en brazos, sin dinero, sin casa, sin comida y ni la más mínima idea de cómo criar a un hijo.

Kelsey tenía mucho que agradecerles a sus papás. Por todo. Pero también tenía mucho que agradecerle a la familia Tyker. Luego de que regresara a casa con Justin recién nacido en brazos, sus padres perdieron su trabajo y por consiguiente el pequeño bloque donde vivían alquilados. Pensaron que tuvieron suerte al encontrar casas de acogida, pero resultó ser otra pesadilla; agua turbia para el consumo, garrapatas en las sábanas y como si fuera poco el dueño era un alcohólico que en una oportunidad puso sus sucias manos sobre Kelsey. Ella todavía tenía una pequeña cicatriz en el pómulo que se lo recordaba.

Pero Justin había conocido a Andrew Tyker en la escuela pública y Andrew y su familia los habían salvado. Vivían en un barrio pobre, pero más seguro que la casa de acogida; también tenían una pequeña casa y un pequeño almacén del que no hacían uso.

Por eso Kelsey desde la ventana observaba con orgullo la pequeña y vieja estructura de un almacén que con esfuerzo fueron convirtiendo en su hogar. Justin también era feliz ahí, con Andrew y su familia a su lado.

De hecho, la pequeña habitación de Justin del almacén, tenía un agujero lo suficientemente grande que conectaba con la habitación de Andrew, por el cual Andrew a sus doce años se escabullía para hacerle compañía y por el cual, aún, con un poco de esfuerzo todavía cabía y pasaba con mucha regularidad.

La última noche que habían visto a Zoe Terrence en el Dodge Charger no había sido la excepción. Después de las carreras, Justin había bajado de su auto luego de guardarlo en la cochera de los Tyker. Andrew, quien no había dejado de observarlo toda la noche con ojos curiosos, cerró la cochera y caminó pisándole los talones a su mejor amigo, antes de lanzar apresuradamente:

— ¿Vas a decirme a qué se debe esa cara de perro arrepentido que pones cuando intentas socializar y terminas dando miedo?

Justin hizo una mueca con los labios.

—Probablemente. —se limitó a responder.

— ¿Y bien? ¿Con quién fue? ¿La amiga de Zoe? —insistió Andrew, que con sus ojos como dagas los mantenía fijos en la nuca de Justin mientras caminaban a casa.

Justin suspiró y cerró los ojos maldiciendo por lo bajo.

No tenía grandes capacidades para hacer amigos, era cierto. Mucho menos para hablar con extraños, y en muchas circunstancias terminaba pareciendo un bicho raro. Pero el caso de esa noche con Halle Price había sido un poco distinto.

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