7. Chocolates y algo más.

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 Chocolates y algo más


Halle tenía un mal presentimiento esa noche.

No sabía cómo explicarlo, era algo que, como solía decir la abuela de Zoe, sentía en los huesos. Estaba allí, en la manera en que la noche parecía más fría que las anteriores, en los nervios que se alojaban en su estómago y le quitaban el apetito.

Lo sintió apenas llegó a casa después de su primera práctica en el equipo de porristas. Había sido terriblemente difícil, más de lo que imaginó.

Resulta que Halle y Zoe no eran las mejores en gimnasia, tampoco las peores, pero para ser animadoras necesitaban mucho más. Le dolía todo el cuerpo y moría por llegar a su bañera y quedarse ahí horas y horas.

Eso no le fue posible.

Apenas puso un pie dentro de la mansión Price, todo estaba en un silencio muy inusual. Mindy salió del pasillo del despacho de Joel, la vio allí de pie y se aproximó enseguida con su celular en mano y su agenda bajo el brazo.

—Halle, tus abuelos vendrán a cenar, será mejor que te vistas.

Perpleja, la dejó allí. No dio más órdenes ni indicó qué tipo de atuendo debería utilizar, quizá supuso que ya lo sabía. Parecía demasiado perturbada, o tal vez solo tenía la mente muy ocupada.

Halle se percató de que sus padres no estaban en casa y subió a darse un rápido baño de agua fría para estar lista a las seis en una braga manga larga que le llegaba a los muslos, la tela era la favorita de su abuela: de rayas rojas y negras, con botones azabache en el pecho.

Se apresuró a dejar su cabello en ondas perfectas, un maquillaje suave que cubriese las ojeras que últimamente no la desamparaban y se dejó libre de accesorios.

Había algo curioso en esa visita repentina de los abuelos Price. Ellos llevaban más de diez años viviendo en Santorini y desde entonces no habían puesto un pie en los Estados Unidos. Halle no sabía exactamente por qué, escuchaba a Joel decirle a sus conocidos que estaban demasiado cansados y deseaban disfrutar de Grecia los siguientes años de su vida, sin trabajo.

Pero eso no era cierto, porque también había escuchado Halle que el abuelo Price aún estaba activo en las empresas y emitía órdenes desde Santorini.

Iban a verlos unas pocas veces al año, o cada dos o tres. Tenían una villa bastante lujosa, con más habitaciones y cuartos de baños de los que realmente necesitaban, una espectacular vista y una hermosa piscina.

Halle disfrutaba la visita a sus abuelos simplemente porque adoraba Grecia, porque sus abuelos solo hacían aparición para desear los buenos días, estar presentes en las comidas y despedirse de ellos, y sus padres nunca estaban sobre ella ni al pendiente de lo que hacía o vestía.

Pero que mágicamente sus abuelos estuviesen pisando tierra estadounidense después de diez años era algo extraño, inesperado y de recordar.

Cuando bajó, había solo unos cuantos trabajadores preparando la mesa y terminando de armar la velada. Becca estaba entre ellos.

—Becca, ¿alguien más ya está en casa?

—Sí, mi niña. Tus padres y tus abuelos ya están en casa, llegaron hace una hora —le echó una rápida ojeada mientras organizaba las copas de cristal—. Estuviste lista temprano, eso les gustará. Ya deberían de estar por bajar.

Halle se sintió más confundida.

—Pero... ¿Por qué hay tan poca gente?

Becca la miró, parpadeando, quizá preocupada, indecisa.

Paralelos (#1 Líneas)Where stories live. Discover now