Prólogo: El comienzo.

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El comienzo.



Raleigh, Carolina del Norte.

25 de marzo de 1992, 3:34 a.m.


El silencio de sueños y esperanzas rotas sobrecogieron las lagunas en los ojos de aquella mujer, no más de dieciocho años, envuelta en una bata blanca, postrada en una camilla con un diminuto bebé entre sus brazos removiéndose ansiosamente.

— ¿Nombre? —volvió a preguntar la enfermera, ansiosa.

Lágrimas se deslizaron suavemente sobre sus mejillas de porcelana. Cuánto dolor y felicidad al mismo tiempo, cuántos sentimientos adversos luchaban por destruirla al mismo tiempo en su interior. Darle respuesta a aquella pregunta tan simple era dictar el fin de todo por lo que había luchado en los últimos meses, todo aquello por lo que hubiese dado la vida, aquello que le dio la suficiente fortaleza para ir en contra de todo lo que se interpusiera.

Drew Hoovie siempre había sido tan encantador como cualquiera de su clase lo sería; alto, apuesto, de melena rubia y una sonrisa que resaltaba entre todas las demás.

Casi odió su recuerdo, al igual que el primer día en que lo vio. Él estaba allí, sentado y riendo con despreocupación en los cómodos asientos de un restaurante de comida rápida. No era una zona prestigiosa y aún así él y sus amigos con sus atuendos caros estaban allí, charlando alegremente y engullendo de sus papitas. Así fue la primera vez que lo vio y así fue la primera vez que él la vio a ella; en la puerta de madera empapada de los pies a la cabeza después de correr por en medio de la tormenta, con una madre ansiosa que dejaba su puesto de trabajo para correr a secarla con su delantal.

Tan poco creíble como alguna vez pensó, se enamoró de Drew Hoovie y él le correspondió. Podía reír todo el día a su lado y sentirse en las nubes, podía sentirse la mujer más hermosa del planeta cuando él tomaba su mano e ignoraba al resto del mundo, ella podía ignorar su ropa de mala calidad, su cabello poco brilloso y sedoso y su falta de maquillaje cuando él besaba sus mejillas.

Él lo fue todo para ella.

Y allí estaba... Sola. Tan sola como quizá siempre lo estuvo, tan sola como alguien que alguna vez abandonó todo por amor lo podía estar, con un niño en brazos, miedos que no sabía cómo afrontar y un gran corazón roto.

Entreabrió los labios resecos y en una temblorosa respuesta musitó:

—Justin. Justin Moore.

La enfermera garabateó rápidamente sobre el papel.

—Felicidades, Srta. Kelsey —sonrió débilmente.

Pero Kelsey sólo lo observó a él, a su pequeño bebé y lo sostuvo con fuerzas aún cuando el temor se acoplaba a ella.

Como creyó que no volvería a hacer, regresó con sus padres y desató una tormenta de lágrimas, preocupaciones y lamentos. Ahora, por las noches no le quedaba más que pedir perdón a Dios en susurros mientras su pequeño hijo reposaba sobre su pecho.

Todo sederrumbó.

Paralelos (#1 Líneas)Where stories live. Discover now