Capítulo 12 | La chica misteriosa

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—Se te ve el trasero —comunicó Nick.

Me enderecé como un resorte. Bueno, tal vez este vestido negro no era el adecuado para ir a una cena familiar. Si mi papá me veía con esto, capaz lo mato de un paro cardiaco.

—Es culpa de mamá. Me dijo que fuera bien vestida, no en pijama como yo estaba planeando —refunfuñé, desordenando mi ropero—. Claro, y que el hijo vaya como se le dé la gana.

Nick puso los ojos en blanco desde el respaldar de mi cama.

—La cuestión es que al hijo se le ve todo bien, a la hija no.

—¿Qué has dicho? —Lo señalé con un tacón.

—Que todo te queda bien.

—Que bueno, aprecias tu vida.

Al final opté por un vestido beige que me quedaba un poco más arriba de las rodillas, lo justo para no causarle un ataque a mi padre. Tenía un escote casual en el pecho y una pretina que moldeaba mi cintura. Me quedaba fabuloso. Sí, estaba lista para conquistar. Tenía un detalle bordado en la falda que...

Que me hizo recordarlo a él.

Al chico antes de todo.

A él le encantaba estos vestidos, decía que me quedaban preciosos. Llevaba uno el día que lo nuestro se acabó. Estúpidamente de mal humor, me volví hacia Nick.

—Ya no quiero ir —espeté.

Él puso los ojos en blanco y, una vez abajo, me hizo una seña para meternos al auto de Tyler. Le hice caso, cuidando que mi vestido no se alzara por si a Tyler se le había dado por poner cámaras.

—Tranquila, Tyler prefiere meter sus narices a andarse con eso de cámaras. —Me leyó la mente, mirando la carretera—. Y no creo que papá se vaya a morir por verte en un vestido que si recoges algo casi se te ve el culo, así que no te preocupes. Aquí está tu buen hermanito para cuidarte.

El sarcasmo en su voz no me pasó desapercibido. Le di un manotazo en el brazo. Empecé a cantar hasta que llegamos a la casa de mis padres. Caminamos por el ridículo sendero de piedras lisas que papá construyó para que los vecinos sepan por dónde entrar, lo que era estúpido porque solo había una jodida puerta en toda la casa. Pero cuando uno se vuelve viejo, se vuelve terco.

—¿Tocas tú o toco yo?

Y Nick era tan terco como él.

Una tradición de la familia Sullivan era que el primero en cruzar la puerta, era recibido por los abrazos de oso asfixiantes de papá y por los besos húmedos que te dejaban labial en la cara de mamá. Y nosotros detestábamos esas muestras de afecto.

—No quiero tocar yo —me apresuré en responder.

—Yo tampoco.

—Perfecto, no tenemos otra opción.

—Sí, resolvamos esto como adultos.

Entonces, como los chicos maduros y serios que somos, empezamos una épica batalla de pulgares. Hasta que le aplasté el dedo a Nick y no tuvo otra opción que quejarse y acercarse hacia la puerta con los hombros caídos. Yo diría que fue una decisión bastante madura de nuestra parte.

Él, con el rabo entre las patas, tocó el timbre y corrió hacia mí. Escuchamos un par de tacones y unas fuertes pisadas, hasta que ellos abrieron y sonrieron de oreja a oreja.

—¡Mis hijos! ¿Quién tocó el timbre?

Nick me señaló y yo le señalé.

—¡Nick! —le reprendí.

Inevitable DestrucciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora