Capítulo 20

18 3 3
                                    



"La noche que quise suicidarme"


Flashback.


Pasaba de media noche, mis hermanas estaban dormidas en sus respectivas habitaciones y mis padres estaban fuera de la ciudad, cosas del trabajo. Era verano, el ambiente era bastante cálido y el aire que se incorporaba a mi habitación a través de la ventana con las cortinas abajo me entumía los huesos y las articulaciones.

Estaba en estado de trance, no sentía nada más que el viento que corría mis cabellos y hacía pegajosa mi cara después de haber llorado tanto. El dolor era tan potente y tan sordo que ya no sabía de dónde provenía, si de mi estómago, mi cabeza o el corazón.

No me podía mover, estaba postrada sobre el suelo con más de doce botellas de alcohol a medio tomar regadas alrededor después de tragar una caja de pastillas que me matarían lentamente, mientras mis ojos se cerraban poco a poco, como si fuera a dormir... pero eternamente. Nunca volvería a despertar, nunca volvería a ver la luz del día ni de la noche, nunca volvería a respirar aire fresco, nunca volvería a escuchar aquellas canciones favoritas: nunca ya nada. Ya no habría nada, porque yo ya no existiría.

Había preparado aquella noche con anticipación al menos dos semanas antes, un par de días antes de salir de vacaciones de verano de la Facultad. Había tenido un semestre bastante pesado, con tantas cosas por hacer aquí y allá, y me había ido de maravilla a pesar de todo, pero cuando la situación se empezó a relajar y se despejaba mi mente, entonces mis pensamientos eran ocupados por todas aquellas voces de demonios que me decían que vivir no valía la pena.

Me deprimí bastante cuando me entregaron mis notas de excelente promedio y escuchaba que todos hacían planes para el verano, y todos harían fiestas y viajes, y todos se divertirían y serían felices. ¿Y yo? Yo me imaginaba acorralada en una esquina de un cuarto oscuro, ahogándome en la propia negrura.

No tenía consuelo y no tenía ganas de seguir, así que realicé el plan del suicidio.

Quería que fuera bello y amargo sin dolor, como una triste canción de invierno sobre la nieve que cae y cubre poblaciones enteras. Así que unas pastillas y alcohol era la mejor opción. No quería que hubiera sangre, pero a final de cuentas terminé haciéndome un poco de daño, ya cuando dejé de sentir mi cuerpo.

Empecé por despedirme: de mis compañeros, de mis "amigos", de mi familia. No lo hacía de manera directa, era más un "te quiero" que un "adiós". Nadie debía de sospechar, no quería que nadie intentara regresarme a la vida.

También reía muy seguido, pues no lo haría en muchísimo tiempo, más bien nunca. Y decía que sí a cualquier petición, pues ya no complacería a nadie. Y le dije a Oliver que lo amaba mediante un mensaje, le dije que lo amaba de verdad pero que ya no podía continuar, que esperaba en un futuro encontrarnos, quizá en otra vida, y quizá, sólo quizá, ahí él también podría amarme.

Y mientras comía una rebana de mi pastel favorito, escribí una carta disculpándome de todos mis errores, de todas las veces que le fallé a las personas que he amado. Esa carta la dejé sobre mi mesa, debajo de una rosa negra.

A las once de la noche mandé a mis hermanas a dormir, cada una con una de nuestras mascotas, cerré las puertas y ventanas con seguridad pues mis papás no volverían hasta el día siguiente por la tarde, había descolgado todos los teléfonos y dejé las llaves sobre la mesa de la sala por si mis hermanas necesitaban salir. Apagué la televisión, las luces y mi celular, coloqué un par de regalos para cada uno de los integrantes en casa en diferentes habitaciones con la misma nota vacía: "te quiere eternamente, Lucy".

Posteriormente, entré en mi habitación, cerré la puerta y puse música en alto. Entonces empecé a beber y a cantar hasta que el alcohol surtiera efecto; y luego, me tragué las pastillas, de una en una al principio, introduciendo poco a poco el arma que me mataría.

Al principio el efecto de la combinación se sentía genial, me hacía sentir llena de energía y felicidad, como si me hubieran inyectado adrenalina en la vena. Pero después, entre más avanzaba dentro de ese hoyo negro, las cosas empezaron a cambiar: dolor de cabeza y cuerpo, sudoración excesiva, mareos y sed. Hasta que llegó el punto en que el dolor se prolongó por cada fibra de mi organismo y se sentía como mil cuchillos enterrados. Y seguí bebiendo, porque pensé que con el efecto del alcohol el dolor desaparecería, pero lo que pasó es que dejé de sentir. Todo mi cuerpo "se durmió", sólo sentía un ligero cosquilleo y me desesperaba tanto que tomé una vieja cuchilla y tracé dulces cortes en mis brazos, en mis piernas, en mi torso y una a mitad de mi cara, sobre la mejilla izquierda.

Me pasé las pastillas que faltaban ya sin tomar alcohol o algún líquido, no me causaba molestia tragar en seco y ya poco me importaba. Ya no me podía sostener en pie, me dejé caer sobre mis rodillas y vi mis heridas, no tenía ni la menor intención de sanarlas, ¿de qué serviría? Quise levantarme para bajar el volumen de la música, pero me fue imposible levantar los brazos siquiera y me acosté de lado en posición fetal, mientras cerraba los ojos y escuchaba el aire crujir.

Mi audición era sorda y nula, muy apenas distorsionada,

Mi visión borrosa, como grandes manchas a lo lejos,

Mis sensaciones se apagaron como foquitos de Navidad,

Y las heridas no dejaban de sangrar manchando el suelo.

Ya no había esperanzas,

Ya no había sueños,

Ya no había razones,

Ya no había felicidad,

Ya no había amor.

Y mi cuerpo,

Como un saco vacío,

Se convertiría en nada.

Modern Fairytale.Where stories live. Discover now