Capítulo 22

14 3 0
                                    


"Hojas de otoño"


El chirrido de las cadenas al friccionar con el metal mientras nos columpiamos y mirábamos un bello panorama: las montañas se estaban quemando en un rojo intenso, el cielo teñido de anaranjado y las hojas de otoño cayendo de sus árboles casi sin follaje.

Íbamos a la par, meciéndonos con el fresco viento que corría de sur a norte, sin hablar, sin irrumpir en el dulce silencio que nos embargaba y sin la necesidad de hacer algo más.

Ya casi es abril, así que los árboles están mudando sus retoños porque el otoño está en pleno centro. Todo totalmente contrario a como sería en mi país, y es complicado de asimilar porque a veces despierto e imagino que estamos en primavera.

Ha pasado el tiempo, sí. Y yo he estado trabajando, también. Y Oliver está más concentrado en sus estudios que nunca. Y todos nos encontramos haciendo lo que debemos hacer, pero, aunque algunas veces el tiempo nos consume, buscamos un momento para compartirlo juntos.

Así como hoy, que es mi día de descanso y él pudo liberarse de sus tareas.

— He estado pensando en conseguir un departamento –solté las palabras y rompí sus pensamientos– no muy lejos de aquí, quizá en el centro.

— ¿Has dicho un departamento? –cuestionó, como si la palabra no existiera en su vocabulario.

— Sí. He estado ahorrando y...

— ¿Un departamento? –repitió por segunda vez, tan confundido como en la primera.

— Sí, Oliver. ¿Qué no sabes lo que es? –lo encaré, quitando la mirada sobre el cielo. Pero lo que encontré fue un par de ojos avellana llenos de tristeza.

— Ya no quieres vivir conmigo. ¿Hay algún problema? Lo repararé. –dijo como si se tratara de cualquier cosa.

— No hay ningún problema, en lo absoluto. Tu familia me agrada muchísimo y me han tratado bien a pesar de todo, en todo este tiempo –sonreí cálidamente, para que ganara confianza–. Pero el problema es conmigo –le quité la mirada, en su vez posé los ojos en una rama–. No puedo estar abusando de la confianza y el cariño que me tienen ustedes, soy demasiado independiente para cuidarme de mí misma y hacerme responsable de mí misma, como irme a vivir por mi cuenta y pagar una renta mensual, así que ésta es mi decisión.

— Cuando llegaste aquí no tenías casi nada, además de las ganas de buscar una nueva vida. Y nosotros te dimos refugio, te acogimos, te hicimos un espacio en nuestra vida y te incorporamos a la familia, ¿ahora te vas? –habló como si estuviera decepcionado de lo que iba a hacer, como si lo que iba a hacer fuese mero acto de cobardía o inmoral. Yo no creía que fuese así.

— Sí, estás en lo correcto y siempre estaré eternamente agradecida con ustedes, pero, necesito hacer mi vida y la hubiera hecho estando aquí o allá.

Los columpios sobre los que estábamos se mantenían rígidos, nuestros pies no se movían y parecía que nuestro alrededor tampoco. Todo se encontraba en trance tras la noticia que había dado.

— Siempre he sido una persona que quiere avanzar, que quiere seguir, que quiere seguir conociendo nuevos caminos y nuevos lugares, probar nuevas cosas y experiencias. Déjame ir, sabías que esto iba a pasar.

Me miraba a través de mis ojos. Esperaba que de esa manera se diera cuenta que decía todo con las mejores intenciones y así pudiera comprender que estoy envejeciendo, que ya no tenemos diecisiete y que hay que vérselas por uno mismo para sobrevivir.

Dejó escapar un largo suspiro, sonaba a resignación.

— De acuerdo, pero yo iré contigo a visitar los lugares y veremos si es seguro. –cedió en definitiva y yo di un gritito de felicidad.

— Gracias por comprender. –le dije.

— Siempre lo voy a hacer.

Después de aquella breve conversación nos quedamos callados, como hacía minutos, y nos quedamos ahí hasta que el cielo se volvió azul oscuro y las estrellas adornaban el manto de la noche.


Ya pasaban de las ocho de la noche y el día siguiente continuaba la usual rutina, así que me levanté de mi lugar y él lo hizo también. Caminamos lado a lado de regreso a casa, con las manos sujetadas, brindándonos calor humano en el clima frío.


Esa noche, mientras dormíamos con dos cobijas encima, me abrazó por debajo y hundió su cabeza en mi pecho, aspiré el olor de su champú y me sentía entre nubes, junto a una piel de terciopelo que antes tanto soñaba tocar y que ahora era real, tan real como los sentimientos que renacían por él cada vez que lo veía.


Cántame, cántame para dormir.

Cántame, cántame para dormir.

No puedo dormir por mí cuenta.

Cántame, cántame para dormir.

Estoy aquí tan sola.

Cántame, cántame para dormir.


Esa cancioncita apareció en medio de mis sueños y cuando desperté en medio de la madrugada lo primero que hice fue tomar un papelito y un lápiz para escribirla. Oliver estaba desplazado del otro lado de la cama, ya no sostenía mi cuerpo con tanto aferro como cuando antes de dormir, así que eso me facilitó saltar de la cama y lograr mi objetivo.

Y mientras escribía, recordé la tarde que pasamos, el cielo anaranjado y las montañas quemándose en un rojo intenso. Titulé el texto como: "hojas de otoño"

Modern Fairytale.Where stories live. Discover now