CAPÍTULO 20 | Un día como cualquier otro

6.3K 710 117
                                    

Capítulo dedicado a LittleGirlCarrot ♥ Te lo mereces y muucho.


PERRIE

La oscuridad me rodea cuando mis ojos se abren y noto cierta presión en mis muñecas. Mi cabeza parece estar a punto de estallar aunque, de todas formas, no me siento del todo mal. Noto cierta molestia en la nuca y al intentar mover la cabeza, noto que esta también está amarrada, por el cuello, a algo.

Intento palpar con mis manos lo que tengo a mis espaldas. Es suave, como si fuese de seda, pero a la vez es duro como una pared. A mi mente viene el recuerdo de la camilla en la que una vez desperté de forma vertical. Se siente igual. Así que sí, vuelvo a estar amarrada a una camilla y no me duele.

A lo lejos, distingo un leve ruido. Los segundos pasan y noto que son pasos, constantes y delicados, que poco a poco se acercan a mí.

Una luz se enciende. Veo al mismo hombre en silla de ruedas. El lado bueno es que ya no lleva ningún sedante.

—Es bueno volver a verte, Jade—murmura en cuanto alzo la mirada en dirección a él.

Permanezco inmóvil, sin saber qué hacer. ¿Quién demonios es Jade?

—Pide un deseo—repite, observándome ahora con cierta dulzura.

No lo entiendo. Richard no tiene por qué...

De la nada, en su rostro se refleja una sonrisa triste. Sigue observándome, pero ahora lo hace con cierta pena, como si supiese todo lo que yo olvidé. En el fondo, sé que así es, y tengo claro que, como un día lo hizo, puede devolverme todo eso que yo quiero sin demasiado esfuerzo.

Comienzo a renegar. Yo no pienso de esa forma.

—Deseo que te mueras—mascullo, bajando la cabeza para no mirarlo—, y me dejes ir.

Un pitido, fuerte y prolongado, me obliga a relajarme. Intentando encontrar el lugar del que proviene, termino por alzar la mirada al techo, para encontrarme allí con un reloj gigante que cuenta, con números en negro, diez segundos. El uno, de la nada, se transforma en un cero. A su lado, el cero se vuelve un nueve. Ahora son sólo nueve segundos.

A mi costado derecho, algo más se activa. En la pared se abre un hueco por el cual sale una pistola negra y apunta directamente a mi cabeza.

—Las palabras alteran y perjudican el tiempo que nos queda para salvarnos—agrega entonces Richard, tomándome por sorpresa.

Sigo sin entenderlo, sintiendo cómo toda mi cabeza es un completo desastre. Veo imágenes entrelazadas, la sonrisa de un hombre y una niña gritándole «papá». Todo se torna oscuro en mi mente, y luego vuelven los recuerdos, aunque ahora la niña llama por ayuda. No viene nadie. No hay nadie.

Cierro los ojos. No consigo entender de dónde provino eso ni qué significa, pero la niña tenía cierto parecido a... a mí. Su cabello era castaño y en su mejilla se dibujó la sombra de un hoyuelo cuando gritó.

Pero no. Yo no puedo ser ella.

Richard parece comprender, de alguna forma, el lío por el que estoy pasando, así que en un rápido movimiento, mueve ambas manos y se impulsa para hacerse a un lado, dejando ver entonces una puerta a varios metros de mí. Está casi sumida en la oscuridad e incluso parece lejana, pero allí está. Es la salida. Y yo no puedo alcanzarla.

—¿Qué quieres de mí?—exclamo, rendida, sin observarlo a él.

Permanece en silencio unos instantes. Vuelvo a oír el pitido. No me hace falta alzar la cabeza para entender que ahora el reloj cuenta con sólo ocho segundos. De nuevo, otro hueco se abre en la pared y una nueva pistola apunta ahora a mi corazón.

—Pide un deseo, Jade—vuelve a decir Richard, y esta vez, suena como si fuese una súplica.

Lo observo al fin. Tiene un aspecto penoso y uno de sus pies vendado. Lleva ropa oscura y me dedica una mirada triste. No parece el mismo hombre que una vez rió tanto sólo para deshacerse de a quien se suponía que amaba, ni siquiera se asemeja al hombre que tortura cada año a siete chicos sólo para recordarse a sí mismo que ya nada puede curar el dolor de haber matado a su propia hija.

Y, lo peor de todo, es que no tenía idea de que sabía todo eso.

Ni siquiera recordaba conocerlo.

Intento volver a observarlo, porque parece dar resultado para recordar todo lo que perdí. Él sabe, y por primera vez no lo siento como algo a parte de mí sino más bien como un verdadero pensamiento propio, qué es lo que quiero. Pero quiere oírlo, quiere que yo lo admita para poder dármelo.

Richard comienza a desaparecer, hasta que de la nada ya no está en donde antes estaba. En su lugar, no hay nada, sólo espacio y, un poco más atrás, una puerta.

Mi escape.

En cuanto lo comprendo, noto que mis manos se aflojan. De repente, es como si pudiese respirar. No tenía idea de que me estaba asfixiando. Caigo al suelo de rodillas y la camilla desaparece de la misma forma que lo hizo Richard: rápido y sin hacer ningún mísero ruido. Mis manos tocan el suelo pero mis brazos no son capaces de valerse por sí mismos, así que mi cara se estrella sobre el frío suelo gris.

Ya no siento mi propio peso, ni soy capaz de soportarlo.

Desea, Jade. Desea.

Los murmullos a mí alrededor llenan, de alguna forma, el espacio, y consiguen incorporar aunque sea una parte de mí. Alzan mi cabeza en dirección a la puerta y siguen hablando con total naturalidad, formando un bullicio molesto y lejano a la vez.

Escapa, Jade. Escapa.

Algo toma mis manos y las une en mis espaldas. Mi cuerpo se pega por completo al suelo y me obliga a cerrar los ojos.

¿Qué es lo que quieres, Jade? ¿Qué es lo que quieres?

La pregunta se paraliza en mi mente, justo como todo lo que me rodea. Los murmullos cesan, al menos para mí, y ya no hay reloj ni pistolas a un lado. Sólo queda esto, mi interioridad y yo, y la posibilidad al alcance de mis manos.

¿Por qué está pasando esto? ¿Qué es lo que quiere Richard? Eso da igual.

Pide un deseo.

Intento abrir la boca, intento soltarlo mientras pienso en que ya es demasiado tarde porque no me siento ni siquiera capaz de hablar. Sin embargo, a pesar de que no tengo fuerzas, las palabras salen solas de mi boca.

—Quiero recordar.

Al instante, todo vuelve sobre mí.

Siento que recobro la fuerza, que mi alma vuelve a mi cuerpo.

Oigo un pitido sobre mi cabeza. Una bala choca en el suelo justo al lado de mi mano, la cual quito mientras me incorporo.

Otro pitido. Seis segundos.

Localizo con rapidez la puerta y echo a correr hacia a ella, perseguida por las balas y sintiéndome ligeramente detenida por el tiempo. Avanzo a toda velocidad pero, de todas formas, la puerta parece estar cada vez más lejos.

Otro pitido. Cinco segundos.

Parece imposible.

Y podría serlo.






AlevosíaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant