Observando.

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   Podía pasar horas así, simplemente sentado en lo alto del tejado mirando a la luna, al reflejo que se producía de ella en el mar, a las estrellas que se encontraban a su alrededor, horas pensado y dibujando con sus dedos las constelaciones que estas formaban, rodeado de todo el silencio que la noche le proporcionaba, el simple sonido de las hojas arrastradas por el suelo debido a la brisa de verano, la soledad que llegaba cada noche cuando todo el mundo se iba a dormir pero él seguía ahí, perdido en sus pensamientos, en sus preocupaciones, en sus deseos de que todo alguna vez mejorase, en sus deseos de que alguna vez le importase a alguien, en sus pensamientos de que eso nunca ocurriría porque no lo merecía, porque no era suficientemente bueno para ello. Las noches siempre eran así, hacía mucho que no era capaz de pasar una completa en la cama durmiendo, al final siempre acababa ahí arriba hasta que conseguía que todo lo que rondaba por su cabeza desapareciera o al menos hiciera menos daño. Y la verdad es que ayudaba, ayudaba no escuchar a nadie, ayudaba pasar horas con la tranquilidad de saber que no tienes a cientos de personas a tu alrededor, gracias a eso, con el tiempo el daño había disminuido, había aprendido a apartar aunque fuese un poco esos pensamientos de su cabeza, había aprendido a no confiar ni en la mitad de las personas que lo rodean, había aprendido a no dejar que le hiceran más daño, a no dejar que él mismo tampoco se lo hiciera, sin darse cuenta el subir al tejado y mirar al cielo, al mar, a los árboles, a todo lo que le rodea, se ha convertido en una rutina que realiza cada día antes de ir a dormir, y eso es algo que está seguro que no va a cambiar.  

Diario de un suicida ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora