Capítulo I

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La antigua Edo era una época bastante complicada, y en el siglo XVIII mucho más. Después de un largo periodo de conflictos internos, el primer objetivo del recién establecido shogunato, Ieyasu Tokugawa, fue pacificar el país. Creó un balance en el poder influenciado por los principios del Confucionismo de orden social. Osaka y Kioto se convirtieron en importantes centros de comercio y productores de artesanías. Edo conformó el centro más importante abastecedor de alimentos y bienes de consumo esenciales. Sin embargo, poco a poco creció una grieta en los acuerdos; los daimyō recolectaban los impuestos en especie, y éstos eran muy elevados; un 40% de la cosecha, significaba un abuso del dominio. Los campesinos quedaban prácticamente con las manos vacías. En consecuencia, el descontento y algunos problemas resaltaron al instante. «¡Justicia para el más pobre y necesitado!», comenzó a escucharse en las calles. Así nació parte de la Oposición.

Kioto se convirtió en uno de los puntos más conflictivos de las tres grandes ciudades; entre grupos que apoyaban el actual régimen y opositores, estos últimos pidiendo un mejor estado de libertad y economía. Un choque silencioso estalló inevitablemente, enfrentándose en continuas luchas. Peleas dónde la información, estar un paso delante del enemigo, significaba la ventaja de una pequeña victoria que haría la diferencia.

En el aparente pacífico Kioto era el pan de cada día. Y esa noche guardaba el mejor ejemplo.

Un grupo de soldados recorría las calles empedradas de la ciudad. Las personas, acostumbradas a los disturbios, aguardaban silenciosas dentro de sus viviendas mientras ellos revisaban el perímetro del barrio en busca de un individuo. ¿Qué sujeto? Un atrevido ladrón que había osado interceptar un mensajero del Cuartel General.

De la figura de aquel muchacho podía notarse la sombra, cubierto de pies a cabeza con ropajes negros que lo hacían perderse en la penumbra de la noche. Sólo en su rostro resaltaba el penetrante color de unos brillantes irises azules, contrastando el tema monocromático de su atuendo. Y escondido tras la roída pared de una casa abandonada, mantenía su agitada respiración silenciosa, corría el peligro de ser descubierto. Aunque poco le importaba. Observó el pergamino en su mano derecha y sonrió bajo la máscara. Obtuvo un valioso rollo lleno de información que Konoha utilizaría a su beneficio.

Escuchó un grito cerca y miró por una rendija del cuartón, advirtiendo a los guardias marchándose por haber concluido una búsqueda inútil. No lo pensó más y salió corriendo del lugar por otra calle solitaria; el camino correcto al refugio. Disminuyó el paso sintiendo la herida de su costado hacerse más grande, antes de huir lo había alcanzado el filo de una katana y el gran esfuerzo estaba pasándole factura. Presionaba el área afectada con una mano y la otra apretaba fuertemente el rollo. Seguiría caminando, enfocándose en llegar con los suyos para entregar la información. Un poco débil alcanzó el final de la calle aparentemente desolada y relajó el cuerpo por un instante. Su satisfacción duró unos segundos.

—Miren lo que encontré —escuchó una voz burlona a su espalda—, una rata escurridiza.

Naruto Namikaze dio media vuelta sin responder al insulto, observando el sitio dónde provenía la voz. Entre las sombras reconoció la silueta de un hombre, iba acercándose poco a poco. Una alarma gritó en su cabeza y, a prisa, se colocó en pose defensiva. Tras unos segundos, gracias a la simple luz de la luna, distinguió por completo la figura del desconocido. Era un hombre alto, al menos más alto que él; de piel pálida, cabellos negros con mechones azules y rasgos afilados, vestía un inconfundible uniforme militar. Sin embargo lo que capturó su atención fueron sus ojos brunos, unos ojos fríos y analíticos, como un abismo misterios, expresaban una sola emoción: desprecio.

Sasuke Uchiha también evaluó cada acción del enemigo. Patrullaba la zona cuando escuchó el informe del robo, se había puesto en marcha atento a cualquier movimiento sospechoso. Nunca imaginó encontrarse tan rápido al autor principal del saqueo. Lo supo al identificar el pergamino hurtado, pues aún llevaba la evidencia en una mano, la otra sujetaba su costado izquierdo. Sasuke lo escaneó detenidamente; parecía un individuo algo escuálido que, igualmente, se mostraba fuerte. No logró identificar más, llevaba ropajes negros y solo resaltaba su mirada tras la mascarilla. Esos ojos azules eran los más bonitos que había visto, lamentablemente pertenecían a una persona podrida.

Acompañante de placer: OiranWhere stories live. Discover now