Capítulo Uno

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-¡Devuélveme mi libro!- gritó Amberly a todo pulmón.

-¡Lo haré cuando me devuelvas mis partituras!- le contestó Marlene sin frenar su apresurada carrera.

-Amberly, prometo comprarte todos los libros que quieras, pero por favor, no se las devuelvas.- le rogó Victoria.

-¡Pero si yo no las he cogido! - le contestó esta con la voz entrecortada por culpa de la carrera que estaba llevando a cabo, detrás de su hermana mayor, alrededor de todo el salón.

-¿Entonces, quién ha sido?- preguntó Marlene frenando al fin.

-Yo.- susurró Cristal.- Marlene, lo siento de verdad, en serio que no quería que te pareciera mal ni que te enfadaras conmigo, pero es que la última vez que tocaste el piano mi gato saltó por la ventana para no escucharte más.

-Querida, es una excusa muy pobre para justificarte- le reprochó esta enfadada.

-¿La muerte de mi gato no te parece excusa suficiente?- le preguntó Cristal ofendida e indignada.

-La del tuyo en concreto no. Está mejor donde está.- afirmó Marlene vehementemente.

-¿Qué tenía de malo Romeo?-preguntó haciendo que sus hermanas intercambiaran unas miradas entre ellas que no logró entender.

-Desde el nombre hasta las pezuñas. - le contestó Amberly- No me mires así, es verdad.

-Devuélvemelas.- le ordenó Marlene.

-Ni de broma.- contestó Victoria tajante- esta vez ha sido el gato, pero como vuelvas a tocar el piano la que se va a tirar por la ventana soy yo.

-No es mi culpa que no sepáis entender mi arte.- dijo Marlene con un deje de arrogancia.

-Estoy de acuerdo contigo hermana.- comenzó a decirle Cristal- Definitivamente no lo entendemos, porque estoy segura de que si tú oyeras lo que nosotras cuando tocas, no volverías ha hacerlo más...

Pero, antes de que pudiera acabar de hablar, sus hermanas comenzaron a reírse estrepitosamente calmando así, por fin, el ambiente.

Amberly recuperó su querido libro, Marlene suspiró derrotada y se dedicó a coser en un pañuelo lo que se suponía que eran unas iniciales y Victoria volvió a su aprendizaje de italiano, o francés, o español... la verdad es que estudiaba tantas lenguas que era imposible averiguar cuál le tocaba aquella tarde.

Cristal sonrió ante esa visión que tanto había añorado y se dispuso a salir hacia las caballerizas.

Durante tres años había permanecido en el internado de señoritas de Ms.Boomer a las afueras de Londres donde su padre la había mandado.

Era la única de sus hermanas que había podido ir pues, según su progenitor; Victoria era demasiado tozuda, Marlene demasiado torpe y Amberly tenía siempre la cabeza en las nubes.

Por lo que su padre había perdido la fe en que algún día llegaran a ser unas damas de verdad, pero sin embargo estaba convencido de que Cristal, su pequeña, sin duda lo conseguiría.

O al menos aquella era la razón oficial, aunque casi todos sabían que en realidad, tras la muerte de la condesa, su padre no podía tenerla cerca sin que su parecido le recordara constantemente a su mujer, razón por la cual había decidió poner tierra de por medio.

Y aquella lamentable decisión había hecho que pasara tres años sola, puesto que la envidia que sentían sus compañeras hacia ella, la hija de uno de los condes más ricos de la ciudad, le había impedido hacer amigas.

Y tanto se había acostumbrado a este hecho que había momentos en los que necesitaba desesperadamente estar sola y pasar rato consigo misma sin la presencia de nadie para poder pensar, porque sino se acababa agobiando.

Pero parecía ser que el destino no quería que esto sucediera ese día pues hizo que, justo cuando estaba a punto de tocar la silla de su hermoso caballo blanco y de saborear un poco de la libertad que ansiaba, una voz la detuviera al igual que le había sucedido unas horas antes, la primera vez que lo había intentado.

Pero esta vez no era Victoria quien la llamaba.

-¿Hija, te molestaría que te acompañase?- le preguntó su padre.

-Claro que no papá, así no tendré que hacerlo sola.- le contestó ella mientras se subía al caballo y le daba vueltas a la idea de que, si cada vez que uno dijera mentiras le creciera la nariz, como al protagonista de uno de sus cuentos preferidos, la suya ya tendría una longitud considerable.

-Hoy estás hermosa hija.-" Oh no." Pensó Cristal. " No, no, no, no. Otra vez no".

Lord Robert Adams era una buena persona; respetable, buen padre, execelente amigo, apuesto, caballeroso... y todos los cumplidos que uno se pueda imaginar.

Pero... no adulador. Y, este hecho sumado a su faceta manipuladora y victimista que tan bien conocían sus hijas, hizo que no tuviera ninguna duda de que quería algo.

-¿Un baile, una visita o un pretendiente molesto?- le preguntó directamente.

-Una visita. ¿Te suena el duque de Norfolk?.- le preguntó con una sonrisa su padre.

Victoria era audaz y atrevida, Marlene alegre y vivaz, Amberly soñadora e inteligente, pero su pequeña Cristal era la más perspicaz y comprensiva y, lo más importante de todo, siempre estaba dispuesto a ayudarlo.

-No. ¿Ha heredado recientemente el título? Creo no haberlo oído nunca.- le contestó ella mientras fruncía el entrecejo.

-No, fue hace algún tiempo, pero no te preocupes, no tiene por que sonarte.- afirmó despreocupadamente él.- La cuestión es que va a pasar una semana con nosotros porque su casa, que por cierto linda con la nuestra, no está lista para él ya que ha vuelto de improviso de un... bueno, llamémoslo viaje.- Cristal asintió ante la información pero sin estar convencida del todo de la veracidad de lo que acababa de decirle si padre.

En ese asunto había algo raro.

¿Cómo era posible aue la mansión de un duque no estuviera preparada para él con la cantidad de sirvientes que seguramente tendría?

Y en el absurdo caso de que fuera cierto.

¿Qué clase de mansión, por muy grande que esta sea, precisa de una semana para estar lista?

Cristal estaba completamente segura de que había otras razones ocultas pero, haciendo gala de su insana curiosidad que tantos problemas le había causado en el internado, se prometió a si misma averiguarlo más tarde.

-Y tú quieres que sea la persona que le diga a mis hermanas que un viejo verde, feo y gruñón duque va a estar en nuestra casa una semana. -afirmó en un tono que puso nervioso al conde. ¿Iba a caso a...?- Bien. Lo haré. Claro está, a cambio de ciertos beneficios.

-¿Bene...?- pero ya era demasiado tarde, su hija había cabalgado más rápido de lo que la había visto nunca hacerlo.

El conde sonrió y negó con la cabeza divertido al pensar en la repentina huída y en la cara que pondría su hija cuando se enterara de que, el duque de Norfolk, de viejo verde y feo tenía más bien poco.

Pero en cuanto a lo de gruñón, bueno... eso ya era otro tema.

Lady Habladora Adams (Saga héroes de guerra 1)Kde žijí příběhy. Začni objevovat