Capítulo Ocho

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El sonido de los criados moviéndose en el piso inferior despertaron a Cristal al día siguiente.

Se sentía tan feliz,el sol brillaba, los pájaros cantaban, y ella estaba abrazada a su hermano que tanto había echado de menos.

En un gesto de cariño lo abrazó más fuerte y reacomodó la cabeza sobre su pecho haciendo que este le correspondiera.

Cuando esto sucedió Cristal no pudo evitar fruncir el ceño. ¿ Desde cuando su hermano tenía unos brazos tan musculosos? Siempre había sido delgaducho, razón por la cual sus hermanas se metían con él constantemente.

Sorprendida dirigió su mirada hacia los brazos de su hermano y arrugó el ceño cuando vio que dos cicatrices entrecruzadas recorrían casi todo el antebrazo de Geric.

Sabía que en Eton habían sido estrictos. Su hermano tenía por costumbre y mayor virtud tener la capacidad de hacer perder la paciencia a cualquiera. Y los castigos físicos, a pesar de que le causaban repulsión a Cristal, eran socialmente aceptados y estrictamente regidos en aquellas instituciones.

Una rabia inmensa la invadió cuando comprobó que en su pecho, el cual logró entrever a través de la camisa de dormir que tenía desabrochada casi por completo, tenía más de aquellas largas cicatrices, largas y desiguales, entrecruzadas y tantas que eran casi incontables.

Escandalizada, Cristal levantó la mirada hacia la cara de su hermano. Solo había un problema. Ese no era su hermano.

Los ojos parecieron salírsele de las órbitas cuando, soltado un chillido de horror que intetó acallar cubriéndose la boca con las manos, se despegó rápidamente de él duque en un movimiento brusco que hizo que se cayera de la cama.

-Oh Dios mío, oh Dios mío. Susurraba mientras mientras se alejaba cada vez más de la cama arrastrándose hasta la puerta.

Ella misma había decidido que el cuarto que era se su hermano pasaría a ser del duque. Geric iba a volver justo el día en el que el duque se iba. Su padre se lo había pedido expresamente porque era una de las habitaciones más grandes y mejor decoradas. ¿ En que demonios había estado pensando anoche? ¿ Como demonios no se había acordado?

El sonido de unos pasos acercándose la alteró. Desesperada miró por toda la habitación, y casi sonrió de alegría cuando divisó el ropero de caoba situado enfrente de la cama, al cual corrió para ocultarse.

Con un camisón y en un armario. Casi le daba la risa a Cristal cuando pensaba en como demonios explicaría esto si la pillaban.

-Señor.- oyó que decía un criado después de tocar repetidamente la puerta.

-Pasa.- Le dijo clara y secamente Harding. Cristal contuvo la respiración. Esa no era la voz que tenía alguien que acababa de despertarse. ¿ Cuánto tiempo llevaba levantado ? "Oh señor, por que me haces esto". Pensó Cristal mientras veía la situación empeorar por momentos.

- Ya son las siete señor. He venido a ayudarlo a vestirse.- oyó que decía la ayuda de cámara del duque mientras se acercaba al armario. Cristal se tensó.

- No te preocupes. Hoy he amanecido autosuficiente. Ya lo hago yo. Ve ha ocuparte de otras tareas.

-Pero señor..- protestó el mayordomo sorprendido.

- Es una orden. De todas maneras no es como si hicieras bien tu trabajo. Si fueras así no me confundirían con otra persona.

-¿ Con otra persona?

-Contigo.

-¿Conmigo?

Cristal se tapó la boca con las manos para reprimir la carcajada que quería dejar escapar.

-Charles, retírate por favor, no entiendo como mi amigo Alek a podido recomendarte teniendo en cuenta lo insustanciales que son siempre nuestras conversaciones.

- En realidad fue Lady Korsakov, su mujer, quien...- pero el sonido de la puerta cerrándose no le dejó oír nada más.

Cristal se clavó las uñas en las palmas de las manos para refrenar los impulsos que sentía de salir y pegarle un buen tortazo a Harding. ¿ Cómo se atrevía a tratar así a un criado?

Pero dichos impulsos se fueron a un rincón alejado de su mente cuando sintió al duque moverse de un lado a otro de la habitación.

Diez minutos fue lo que tardó en arreglarse, pero si le preguntaran a Cristal ella probablemente diría que tardó una hora.

Y entonces por fin oyó los pasos encaminándose hacia la puerta y soltó un suspiro de alivio . Un resoplido soltado demasiado pronto, porque antes de que pudiera darse de cuanta los pasos se encaminaron hacia ella y la puerta del armario fue abierta. 

-Se me olvidaba la chaqueta.- le dijo mientras descolgaba la que estaba justo detrás suya. Acto seguido caminó hacia la puerta y se giró para volver a mirarla.- Por cierto. ¿ Alguien te ha dicho que hablas en sueños? No te lo digo por mal eh. A mí me ha encantado escuchar de tus labios lo mucho que te gustan mis "ojos azules tan parecidos al mar embravecido". - le dijo antes de guiñarle un ojo y salir se la habitación.

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Ya eran las diez de la noche cuando Cristal al fin pudo respirar normal y relajarse ante todos lo acontecimientos de la mañana. La llegada accidental a ese cuarto había sido mucho más fácil que la huída.
No quería ni pensar que diría la sociedad londinense si le hubiera visto saltar de balcón en balcón desde el del duque hasta su habitación.

Después de eso y de una tarde en la que había estado fingiendo tener dolor de cabeza para no tener que cruzarse con el duque y en la que no había podido estar solo por insistencia de sus hermanas y hermano, aquel era el único momento de paz que había tenido.

Cansada, cojió un peine y se sentó en la barandilla de su balcón para contemplar el anochecer mientras se desenrredaba el cabello, el cual ya sobrepasaba su cintura.

Casi sin darse cuenta una suave melodía comenzó a salir de entre sus labios.

- ¡Abrid las ventanas! ¡Lady Cristal está cantando!- oyó Harding que decía los criados por los pasillos. Extrañado, miró al conde, quien a su vez lo observó con una sonrisa.

-Venid.- le dijo mientras lo guiaba a través de los pasillos hasta su despacho. Cada vez que daban un paso más el asombro del duque crecía. Toda la casa estaba asomada a las ventanas. Incluidas las hijas del conde y su heredero, y ni un solo ruido se oía.-Asomaos.- le dijo una vez que llegaron al despacho del conde y este hubo abierto la ventana.

A pasos lentos el duque se asomó. Y ahí fue cuando lo entendió todo.

Cristal se hallaba peinando sus resplandecientes cabellos dorados mientras cantaba una canción .

Su voz era dulce, melodiosa y perfecta. Y aquella canción, aquella que él tan bien conocía, sonaba cargada de sentimientos.

Tanto así que sin poder evitarlo imágenes vinieron a su mente. Su madre vestida con arapos cantándole esa canción mientras que él intentaba dormirse en aquel destartalado catre que llamaba cama cuando apenas tenía cinco años. Él cantando esa canción en el funeral de su madre. Su hermana cantándosela entre lágrimas la noche antes de su inminente partida a la guerra. Él recítándosela a su mejor amigo mientras este exhalaba su último aliento tras ser ensartado por una espada en el campo de batalla. Y volviéndosela a cantar a su hermana cuando...

Un escalofrío lo recorrió entero. Estaba retrasando mucho sus planes, pero ya no podía posponerlos más. Él estaba ahí por una razón, y ni Cristal ni su bonita voz y sus bonitos ojos iban a impedir que lo lograra. Tenía que vengarse por todo lo que le habían echo, como había jurado ya tantas veces, y aquel era el momento, y Cristal, la clave.

Lady Habladora Adams (Saga héroes de guerra 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora