Everlasting love

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Los temblorosos dedos de la Señora Chardin guardaban un pañuelo de algodón blanco envejecido por el paso de los años. Sus ojos sólo mostraban reverencia hacia lo que guardaba bajo las capas, llenos de amor y sueños que pudieron o no haberse cumplido.

Hope la observaba con el sentimiento de cariño que había desarrollado hacia la pobre mujer. Por muchas veces que le sacara de quicio, no podía evitar pensar que podría estar sola en el mundo, o que habría mucho tiempo que dejase de recibir muestras de cariño. 

La joven soldado terminó de arreglar su vestido, planchando con sus manos las pequeñas arrugas provocadas por tanto tiempo sentada esperando. No fue sino por el consejo de la Señora Chardin que aceptó esperar media hora más del inicio de la fiesta para provocar un efecto de sorpresa mayor entre los comensales. A veces se arrepentía de la tonta ilusión de provocar algo más que sorpresa, pero aquello no eran más que sueños de una niña pequeña. Ella era distinta. Un miembro de las fuerzas especiales del ejército, un ser que sólo guardaba amor por su patria.

- No es mucho... -empezó a decir la anciana, acercándose hasta el retocador donde se hallaba Hope. A través del reflejo del espejo pudo ver cómo se desenvolvía el pañuelo... La curiosidad movió tanto en su interior que no pudo evitar mirar más atentamente-. Todas las señoritas llevarán joyas de suma importancia... Y usted apenas tiene nada -su voz tembló, pero respiró profundamente antes de continuar-. He pensado que esto podría ayudarla a brillar, señorita.

-  ¡Señora Chardin! -gimió Hope de sorpresa cuando entendió las intenciones de la mujer. Entre aquellas manos envejecidas por el paso del tiempo se hallaban nada más y nada menos que un conjunto modesto pero bellísimo de joyas. El corazón de Hope se quedó encerrado en un puño, sobrecogido y abordado por ser el receptor de aquél ofrecimiento humilde y lleno de bondad-.

- Lo llevé hace muchos años en mi vida... Bien sabe Dios que ya no me harán falta. Y tú podrías darles un nuevo uso esta noche.

- Pero no puedo aceptarlo... 

Las lágrimas inundaron los ojos de la anciana, otorgando al momento un sentimiento más profundo. Hope recogió aquellas manos entre las suyas, envolviéndolas cálidamente y ofreciendo el soporte que necesitaban.  

- Nunca me las volví a poner. Y mi querido Frank estaría feliz de saber que alguien más las usaría para brillar. Usted verá...-Hope tomó un asiento para que la mujer pudiera sentarse, mientras buscaba rápidamente algo que ayudara a secar las lágrimas de la otra mujer-. Yo nunca fui de destacar entre la multitud. De hecho, nunca llegué a entender como mi Frank pudo fijarse en mí. Pero lo hizo. Y no miró ni a mi hermana, ni a mis amigas... Sólo a mí. Ahorró durante meses para poder cortejarme... y luego, una vez que yo ya estaba perdidamente enamorada de él, trabajó muy duro durante más años para darme la mejor boda de mi vida -la mujer sonrió para ella misma, sin importar las lágrimas de su rostro-. Él siempre me decía "para mi serás mi princesa, y debo tratarte como mereces". El día de nuestra boda apareció con este regalo. Y desde que las vi, no pude más que prometerme que las guardaría y conservaría hasta el fin de mis días. Frank se quejaba de que no les diera uso... ¿pero qué iba a hacer una chica de pueblo con algo tan caro? Tuve miedo de perderlas... y de perder así lo que tanto le había costado conseguir a él. 

- Es una historia muy bella, Señora Chardin. ¿Qué le pasó a su marido?

Los ojos de la mujer buscaron los de Hope, debatiéndose entre contarlo o no. Pero recobrando al compostura y levantando su agotado cuerpo, ocupó posición detrás de Hope.

- No vayamos a ponernos a llorar, mi querida niña. Frank siempre estará vivo en mis recuerdos. Y ahora deje que la hagamos brillar.

Los cálidos dedos no temblaban cuando colocaban los pendientes en los lóbulos de Hope. Dos pequeñas orquídeas de oro blanco con diminutos diamantes y una diadema del mismo material pero con ramificaciones ornamentadas al estilo romántico que colocó alrededor del recogido. 

Hope no pudo evitar admirarse deslumbarada... Ni siquiera viviendo con sus padres se había sentido tan... afortunada y bella. 

- Está usted preciosa... -murmuró la mujer, aún manteniendo sus manos sobre los hombros de Hope. Una especie de orgullo hacia la soldado se desprendía de su persona. Ella también lo notaba-. ¿Preparada?

- Siempre -aseveró Hope, poniéndose en pie y regalando un beso y abrazo a la anciana-. Vaya a descansar, Señora Chardin. Se lo merece, y yo pondré a buen recaudo sus recuerdos.

Justo antes de cruzar el umbral de la puerta, escuchando el barullo lejano de los invitados y los criados corriendo de un lado a otro intentando ofrecer el mejor servicio... justo antes de desaparecer en el mundo de los ricos, se dirigió a la anciana una vez más, sonriendo mientras sus lágrimas eran contenidas:

- Sé por qué Frank la amaba tanto -la Señora Chardin mantuvo la mirada, retorciendo sus dedos nerviosa-. No podría haber conocido a alguien tan amable y lleno de bondad que no necesitase de joyas para brillar. Sólo usted, haría temblar su mundo. Muchísimas gracias, Señora Chardin.  De corazón.

- Adiós, mi niña -escuchó a la señora despedirse. Hope levantó su cabeza una vez más, conservando aquella sonrisa natural, y degustando el sentimiento... Se sentía bien, y no por llevar un hermoso vestido... sino porque por un momento, por pequeño que fuera, había vuelto a sentir lo que era ser tratada como una hija, o como debiera haber sido.

Levantó las faldas de su vestido lo mínimo para no tropezar con el bordillo de la escalera, y mientras descendía por la gran escalinata, con todos las miradas fijas en ella, sólo sintió orgullo y fuerza.

Ella era Hope Ryan, y nadie podría quitarle lo que era. Su pasado, presente y futuro la habían convertido en la fuerte y maravillosa mujer que era hoy. Quizá no estaba casada ni tenía hijos, pero salvaba vidas arriesgando la suya propia. Y eso a veces contaba más que las cenas y bailes.



Soldado HopeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora