El día dos.

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Las horas han pasado sin mayor problema, he preparado todo el material. Micrófonos, cámaras de grabación de tamaños prácticamente microscópicos. He codificado mi ordenador portátil, he creado una sala de chat. Estaré en contacto con Haruto, y si por alguien se le ocurre husmear, hemos decidido hablar en clave. Seremos simplemente un par de amigos que se echan de menos.

Finalmente, tras varias horas y antes de acostarme, pongo en funcionamiento mi reloj-cronometro de pulsera. Este me cronometrará y me irá indicando el tiempo disponible hasta el final de la misión.

Me colocó la ropa de dormir y después saco el osito de peluche de mi maleta y lo coloco junto a mí. Miro a mi alrededor buscando alguna ventana intuitivamente y me doy una bofetada mental, es como si hubiese olvidado la ausencia de ella, en su lugar hay una pantalla de plasma, proyectando un campo de hermosos tulipanes, al menos es configurable. Ya tendré tiempo de cambiarlo por las vistas de la ciudad de Tokio. Intuyo que esto es para evitar la sensación claustrofóbica o simplemente soy yo.

De cualquier manera, esto me ayudará. Y finalmente antes de cubrirme con la sábana, apago la pantalla y enciendo la luz quitamiedos, pues tengo miedo a la oscuridad también. Sí, efectivamente tengo demasiados miedos. Resulta ridículo que me hayan elegido para esta tarea, siendo tan miedica. Emito un hondo suspiro, vuelvo a levantarme tengo que ir al baño y cepillarme los dientes casi se me olvida esto. Una vez terminado de hacer esto último me acuesto y finalmente cierro los ojos, deseando dormir profundamente y no soñar nada.

No estoy segura cuanto tiempo he dormido, pero me levanto atemorizada. Otra vez tenido la misma pesadilla. La última vez que tuve una de esas fue hace 5 años. Solo espero que no se vuelvan recurrentes, pues no me he traído las pastillas conmigo. Cuando tengo aquellos malos sueños, me vuelvo vulnerable. No suelo dormir apenas, y eso evidentemente me va desgastando tanto física como mentalmente. Lo que menos quiero es estar así en estos precisos momentos. Pero lo que menos entiendo es por qué he empezado a tener esos sueños otra vez estando en este lugar ¿por qué?

Sacudo mi cabeza, procurando alejar todas esas ideas negativas de mi mente. Miro detenidamente que el reloj de pulsera marca las siete de la mañana. Es hora de levantarse.

Me dirijo hacia la puerta localizada enfrente de mi cama, es el cuarto de baño. Lo que me encanta del baño es que tiene un inmenso espejo que ocupa toda la pared que queda enfrente de la puerta. Puedo contemplarme a gusto. Aunque hoy precisamente no me gusta mis pintas. Pintas mañaneras. Parece que hubiesen anidado unos pajarillos en mi cabeza. Me acerco al espejo quizás puede resultar narcisista, pero me gusta contemplarme y preguntarme ¿Soy guapa?

Acaricio suavemente mis mejillas, sin embargo.

No, ahora no. Acabo de descubrir que me ha salido un grano en la punta de mi nariz, justo alado del lunar. Aprieto un poco la zona, y duele demasiado como para terminar aplastándola. Desagradable ¿no? De modo que decido obviar aquella idea.

El lunar que tengo en esta zona en un principio no me gustaba. Es una marca de familia. Mi madre me contó que lo habíamos heredado de mi padre, sinceramente apenas me acuerdo de él. Creo que a quien le sentaba mejor era a mi hermano, como siempre es inevitable no terminar acordándome de él. Lo echo tanto de menos, suspiro afligida al acordarme de todos los momentos que vivimos.

Después de acabar con mi rutina mañanera, me visto y salgo de mi habitación y emprendo el paso hacia el comedor.

R tenía razón tal y como dijo que le llamase, efectivamente sí que madrugan aquí. Veo prácticamente a todo el mundo caminar por los pasillos, supongo, dirigiéndose a sus actividades.

Cuando doblo la esquina de uno de los pasillos antes de llegar al comedor veo a un grupo de chicos formando dos filas, sí, creo que son chicos. Están de espaldas así que no estoy muy segura. Me llama la atención que lleven ropas de pacientes de un hospital, el típico color celeste de dos piezas. Mi curiosidad me asalta y no puedo evitar preguntarme a mi misma quiénes son.

Empujada por dicha curiosidad, acelero mis pasos, mi fuero interno me dice que tengo que hacerlo. Cuando estoy cerca del último de la fila, extiendo mi brazo y con mi mano trato de llamar su atención, pero la puerta del habitáculo al cual han estado entrando se cierra frente a mí y los pierdo de vista. Me detengo frente a esa puerta varios minutos sopesando las ideas que se me atraviesan por la cabeza antes de dirigirme al comedor.

Consternada, así es como me encuentro mientras camino en dirección al comedor. El comedor es inmenso, en él caben tres mesas que ocupan toda la habitación a lo largo de esta. Estas están prácticamente llenas.

Veo que están divididos por grupos. Una de las mesas que da a la puerta principal lo ocupan algunas personas que van vestidas del traje negro, aquel traje que vestía el hombre que me recogió en Tokio. La tercera mesa que esta cerca del mostrador la ocupan personas vestidas de uniforme militar. Entonces me doy cuenta de que en este sitio trabaja mucha gente, tendré que moverme con cuidado, sino quiero exponerme.

Una vez me he recreado en la imagen que presenta el comedor me dirijo hacia el mostrador, tomo una bandeja. El mostrador de cristal contiene prácticamente de todo. Mucha variedad de fruta junto a sus exprimidores, diferentes tipos de panes, y café en todas sus variedades. Finalmente me decanto por un par de tostadas integrales, algo de fruta y un vaso de zumo de naranja. Desisto de tomarme un café con algo leche. Debería, para espabilarme. Sin embargo, no lo hago.

Con bandeja en mano me siento en la mesa que está ubicada en el medio de las otras dos, allí todos llevan batas, así que intuyo que se trata de los científicos.

—Bienvenida —una mujer de cabellera castaña y de ojos azules me sonríe y extiende la mano—. Me llamo C —le doy la mano, siendo educada y tras un breve movimiento me la suelta— ¿tu primer día?

Asiento.

—Provecho.

—Gracias —respondo y cuando tengo intención de dar un bocado a mi tostada, la puerta corrediza del comedor se abre de par en par y aparece R. Dirige su mirada a todos lados como si estuviese buscando algo o a alguien. Espero que no sea a mí.

—¡Ena, sé que estás desayunando, pero te necesito! —vocifera desde la puerta.

—Que todo vaya bien, al parecer R te está buscando —C se encoge de hombros al tiempo que me mira con resignación fingida—. Ya tendrás tiempo de desayunar apropiadamente, no te preocupes —dice antes de beberse  descaradamente mi zumo ante mi real impotencia.

¡Demonios, hoy no es mi día de suerte! Me levanto con poca gana y me acerco a él, pues no he acabado mi desayuno, mi rico desayuno e incluso otra me ha robado una parte.

—Perdona, por molestarte. Pero cuando veas lo que te quiero mostrar, habrá valido la pena. Esto no puede esperar ¡Sígueme! —R parece muy emocionado yo en cambio no, sobre todo cuando tengo el estómago vacío.

De camino al lugar que R me tiene pensado mostrar, volvemos a pasar junto a la puerta que lleva grabada la letra X en el centro. Pasar junto a esa puerta me provoca escalofríos repentinos. Me produce una sensación extraña, algo en mi fuero interno me empuja a querer entrar.

Tengo que hacerlo lo más pronto posible, quizás es ahí donde desarrollan esa sustancia desconocida.

La puerta se queda tras nosotros, y con ello mi curiosidad acrecentándose, sin embargo, a R le parece mejor idea que tomemos el ascensor y subamos a alguna planta, aún no tengo muy claro como está estructurada lo que creo es el laboratorio.

Cuando se detiene, puedo observar en la pantalla que indica -3. Salimos y caminamos por el largo pasillo. A lo largo del pasillo no veo ninguna puerta. No obstante, acabo de divisar una puerta al final de aquel, extrañamente esta no tiene grabada ninguna letra. La puerta es de acero, junto a ella en la pared, hay un pequeño cuadro de mandos, que contiene un panel de teclado numérico. R empieza a pulsar una especie de clave, yo miro con suspicacia, tratando de quedarme con cualquier detalle.

Segundos después, se escucha un sonido, un clic. Señal de clave correcta. E inmediatamente veo salir un par de personas desde dentro, llevan una mascarilla, guantes y una bata blanca. Uno de ellos se acerca sosteniendo todo eso en sus manos y me señala, tengo que colocármelos.

—Ena, acércate. En este momento vas a ser testigo de algo maravilloso —R  extiende la mano y me invita a pasar a aquella habitación

No creo que sea capaz de describir lo que estoy viendo. Es sencillamente impresionante.

LOS SIETE.Where stories live. Discover now