El día catorce.

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—¿Qué tal has dormido? —pregunta C realmente entusiasmada al mismo tiempo que se sienta frente a mí, sosteniendo una taza humeante de café.

Frunzo mi ceño y niego al mismo tiempo que tuerzo mis labios.

—No hace falta que me digas más —niega con la cabeza haciendo un sonido gutural un tanto cómico.

—Creo que cada noche duermo peor que la anterior —suspiro agotada, apoyando mi mentón sobre la mesa y cierro los ojos—. Tengo tanto sueño que podría dormirme ahora mismo.

—Pero... ¿por qué no puedes dormir? —C parece bastante preocupada. Luego siento como retira un mechón de pelo que ha cubierto mi rosto. Lo coloca detrás de mi oreja izquierda.

—Pesadillas —balbuceo apenas audible—. Pesadillas.

No sé cuanto tiempo pasa cuando el sonido de una explosión me despierta. Al abrir los ojos veo a C con ojos bien abiertos, aterrorizada. Las luces se han apagado y en su lugar se han encendido las rojas parpadeantes, son la luces de emergencia.

—¡Qué está pasando!

C no me contesta, cuando se levanta y empieza a correr hacia la salida del comedor voy tras ella. Toda la gente dentro ha empezado a hacer lo mismo. El sonido de la alarma es muy estridente.

—Creo que la explosión ha llegado del nivel tres.

Corremos en dirección al ascensor, pero inmediatamente nos damos cuenta de que la corriente eléctrica ha sido afectada a causa de la explosión, así que resolvemos que no es buena idea tomarla. En su lugar, nos dirigimos a las escaleras de servicio.

Bajamos a toda prisa por las escaleras hasta alcanzar el nivel tres. Yo no encuentro explicación a nada de lo que está pasando, pero C parece que sí, porque sigue adelante sin mirar hacia atrás. Voy pisándole los talones. Es entonces que nos recibe una humarada, rápidamente me llevo la mano a la boca para evitar a toda costa aspirarla.

Con mis manos intento despejar el humo de mi camino. Unos metros más adelante de nosotras hay gente con extintores tratando de extinguir las llamas. Por fin me doy cuenta de donde procede la explosión. Es el laboratorio principal.

C parece totalmente abatida, y la entiendo perfectamente. Todo el trabajo de un año entero ha sido reducido a cenizas. Eso parece.

—¿Habéis podido salvarla? —escucho preguntar a Jocelyn con clara hostilidad a alguien detrás de aquella espesa humarada.

—Muy poco —responde alguien, atemorizado. Su voz temblorosa lo delata.

Quiero escuchar más, pero entonces comienzo a toser. Hemos estado demasiado tiempo en el epicentro del caos. Sostengo el brazo de C y trato de llevármela conmigo, pero no cede.

—C, es muy peligroso estar aquí —avanzo firme y tiro de su brazo en mi dirección—. No te preocupes, seguro que solucionaremos esto.

—R y nosotros habíamos dedicado todos nuestros esfuerzos a este proyecto —dice apesadumbrada casi al borde del llanto.

Finalmente consigo convencerla y nos alejamos del lugar, volvemos a subir las escaleras hacia el piso del comedor. De camino le pregunto que se me hace raro no haber visto a R, ella me termina por contar que ha salido, que cada mes, él va a Tokio a comprar provisiones. También añade que R no va a estar muy contento con lo sucedido.

A pesar del caos inicial en el comedor, ahora parece estar más calmado. La gente se ha reunido en pequeños grupos, supongo que preguntándose qué ha pasado. Quizás divagando posibles respuestas. 

LOS SIETE.Where stories live. Discover now