Capítulo 22

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Narra Camila

Por la mañana regresé a la mansión sin compañía de Dmitry, quien había tomado otra camioneta hacia otra ciudad por asuntos que lo requerían con urgencia.

Como era mi costumbre, me di una ducha y me cambié de ropa para bajar al sótano a hacerle una pequeña visita a la rusa, estaba ansiosa por enfrentarla y devolverle cada una de las palabras que me dijo. No sabía exactamente el por qué, pero desde que llegué y me topé con su actitud arrogante un aborrecimiento hacia ella creció en mi. No se trataba de que halla tenido algo con Dmitry, mi odio iba más allá de eso.

Me detuve frente a los guardias que custodiaban la entrada al sótano, uno de ellos se mostraba reticente a dejarme pasar.

—Déjala, recibí órdenes del jefe para escoltarla hasta los calabozos —dijo uno de ellos al otro, que se apartó abriendo la puerta.

Pasé bajando las escaleras con cuidado mientras una de mis manos se posaba sobre la herida. Bajé uno a uno los escalones caminando por los sombríos pasillos, encontrándome con hombre hablando entre ellos. La mayoría de ellos tenían un físico atractivo con sus rasgos rusos, piel pálida, ojos azules y grises, de cabellos rubios, pelirrojos y castaño claro. De gran altura y musculatura, siempre lucían serios, raras veces los había visto reír y fue cuando estuve en el campo de entrenamiento y lo hacían muy pocas veces.

—Abran la puerta —ordenó el guardia que caminaba a unos pasos atrás de mi, uno de los que se encontraban ahí tecleó la clave para que la gran puerta de metal se abriera, entre caminando por el pasillo hasta llegar a las celdas, con lo ya conocidos lamentos.

La primera vez que estuve aquí sentí compasión por ellos, ahora ignoraba sus lamentos puesto algo muy malo tuvieron que hacer para estar sufriendo un castigo tan largo y cruel en estas celdas. Un claro ejemplo era Ahmad, quien no emitió ninguna emoción cuando me vio pasar por su celda, en una más adelante se encontraba Oksana con la cabeza baja.

—Sáquenla y llévenla a la celda de tortura —ordené caminando con el mentón en alto hasta la celda, me senté sobre una pequeña mesa donde había herramientas de torturara.

Los hombres entraron con ella, quien no emitía quejido y mantenía su mirada vacía, sin revelar emoción alguna.

—Hola, querida —saludé tomándola del mentón mientras los otros amarraban sus manos de unas cadenas que colgaban del techo.

Me levanté bajo la mirada de ella, quien cambió la suya por una llena de odio y repulsión, la entendía yo en su lugar haría lo mismo. Tomé el arma que estaba sobre la mesa caminando a ella para pasear el objeto sobre su cara.

—Recuerdo que solías decir que no era nadie, la última vez te burlaste diciendo que nunca llegaría a ocupar el lugar que quiero y me merezco —sonreí —siempre te dije que lo lograría, te advertí que no te metieras conmigo o terminarías muerta, me ignoraste y de no haberlo hecho no estarías aquí.

Fingí tristeza recibiendo una escupida de su parte, lo que le costó una cachetada que le volteó el rostro.

—Nadie te salvará, Oksana. Nunca debiste conocerme y mucho menos culparme de lo que ni siquiera era consciente —tomé con fuerza su mentón obligándola a verme —cada burla y humillación la pagaras caro, ese día que me tiraste al lodo te costará un bonito ojo de tu cara.

Solté una pequeña carcajada soltando para volver a la mesa y conseguir un objeto que me ayudara a sacarlo, lo tomé y me volví a ella sin quitar mi sonrisa disfrutando de su cara de pánico y sintiéndome como una maldita enferma.

—Eres muy linda, pudimos ser amigas sino hubieras sido tan hija de puta —dije sintiéndola moverse y retorcerse del dolor, sintiendo su espesura entre mis dedos enguantados.

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