La muerte de un ser no esperado

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Capítulo 4:

Los rebeldes le condujeron por un pasillo escondido de la vista pública situada detrás de una cortina color turquesa. Tuvieron que matar a tres soldados más para poder meterse en el pasillo. El túnel era estrecho y húmedo, lo suficiente para que los hombres pudieran salir de uno en uno. Después de media hora caminando por el camino salieron al puerto bajo de la ciudad, en seguida supieron porque habían elegido ese sitio para salir de ese estrecho y empinado túnel. Nadie pasaba por allí, se fijaron en que un grupo de hombres desembarcó y se dispuso a dirigirse a los fugitivos. Uno de los rebeldes que los habían rescatado se acercó a los visitantes para dirigirles unas pocas palabras. La persona con la que hablaba primero les dirigió una mirada moribunda y después de unas pocas palabras más les miró con una cara divertida, luego se acercó a ellos. El hombre les contó que su rescate había sido una distracción y que mientras tanto un grupo de cincuenta hombres se había metido en las mazmorras y habían liberado al grupo de Ghali y que ahora mismo se estaban dirigiendo al norte para resguardarse en las montañas de Lorothar. Erik y Celeste se alegraron por esta noticia, y a pesar de sus esfuerzos por ocultarlo una gran sonrisa se les dibujó en la cara. Le preguntaron el nombre a ese buen hombre y les dijo que se llamaba Lastor, después de eso le empezaron a hacer preguntas sobre como un había sido el rescate del grupo proscrito, el jefe de sus rescatadores les dijo que era hora de embarcar porque dentro de poco tiempo los soldados del rey llegarían dentro de poco. Subieron por la pasarela que subía al barco. Este era un gran bote con dos pares de remos a cada lados de la barca. Cada uno ocupó sus puestos en la barca, Celeste había cogido un remo y Erik su par en el lado opuesto de la barca. También se subieron con ellos el grupo que había bajado del barco, subieron una pequeña ancla, luego izaron una vela de tamaño mediano. Poco después de que salieran del puerto un grupo de soldados entró en el embarcadero y al ver que la nave ya estaba dirigiéndose a alta mar se pusieron a gritar como locos, al cabo de dos minutos después un grupo formado por veinte arqueros se pusieron en formación de combate, cargaron y con la orden dada.... Dispararon.

La lluvia de flechas se quedo un poco corta, ya que el viento había empezado a soplar con mucha fuerza, pero eso no desanimó a los arqueros que volvieron a cargar. Esta vez cuando dispararon, una red de escudos que sostenían los ocupantes que no estaban en los remos pararon la descarga mortal que venía de la orilla, pero aunque los escudos atrapaban la mayoría de las flechas, otras se colaban por los pequeños huecos que había entre estos y o se clavaban en la barca o se en alguna parte del cuerpo de los ocupantes del barco. El jefe rebelde tenía un proyectil clavado en el muslo, otro compañero tenía otra en el brazo izquierdo y al hombre que remaba detrás de Erik recibió una en el hombro, por lo que lo tuvieron que sustituir ya que no podía remar. El enemigo no disparó más flechas ya que estaban fuera de su alcance. Cuando el contrario dejó de disparar se ocuparon de los heridos, primero sacaron la flecha al que la tenía clavada en el hombro y se lo vendaron, después le tocó al que tenía clavado el proyectil en el brazo y finalmente al rebelde. Al cabo de pocas horas tuvieron que cambiarle el vendaje al del hombro porque estaba cubierto de sangre. La barca se zarandeaba con las olas de altar mar, aunque no tardaron en, un trecho bastante gordo, volver a meterse de nuevo hacía tierra. Todo estaba planeado desde el principio, ya que lo único que querían era mandar al dictador sobre una pista falsa y así poder organizarse un poco.

Ghali ya llevaba varios días en prisión cuando vio a Erik y a Celeste ir al juzgado, eso le sorprendía mucho, ya que se juzgaba a los presos que llevaban más tiempo en la cárcel, porque a los capitanes más malvados les gustaba que estos sufrieran un poco en la celda, con la poca comida que les daban y con las trampas que tenían algunas de ellas, para después llevarlos a juicio y a la muerte seguramente. Ghali compartía estancia con Bort, uno de sus tres capitanes. Este tenía un golpe feo en la sien, que era donde uno de los soldados le había pegado para dejarlo inconsciente, ahora descansaba en la única cama de la celda. La mirada del jefe proscrito se cruzó con la de un guardia, que le dedicó una respuesta de pena y a la vez de prudencia hacia los prisioneros. Los ojos del soldado le resultaron vagamente familiar. Los había en un sitio fuera de aquí. -Serán imaginaciones mías- pensó Ghali- ya que le podría haber visto en cualquier sitio, en las aldeas a las que iban a pedir comida a la vez que les garantizaban protección de los peligros del bosque, también en la calle por la que circulaba cuando le llevaron a prisión o en los campesinos a los que acogían cuando viajaban por el bosque. El gemido de dolor de su compañero de celda le sacó de sus pensamientos. Llamó a un guardia para ver si le podían traer un trapo y un barreño lleno de agua fría para bajarle la fiebre, como en las anteriores veces le dijeron que tendrían que esperar a la hora en el traerían el cubo para que se aseasen un poco. Ya era de noche según les indicaba la avecilla que tenían en la celda cuando les trajeron el barreño y el trapo e flotando en el agua, nada más mojarse y escurrir el trozo de tela que les habían dado, se los puso en la cabeza a su compañero para ver si bajaba la fiebre. Habían pasado unas pocas horas cuando un gran estruendo los despertó. Por el pasillo que conducía a la celda se iluminó de repente por el brillo de varías antorchas, el ruido del metal entrechocando les indicó a los prisioneros que en el pasillo había gente que luchaba a muerte. Eso podía ser un problema si venían más soldados. La batalla duró poco tiempo, ya que los atacantes superaban en número a los guardias. Uno de los recién llegados cogió unas llaves de uno de los cadáveres y fue abriendo las puertas de las mazmorras una por una para liberar al grupo de proscritos. Cuando los libertadores abrieron la jaula de Ghali, el soldado con el que se había cruzado con la mirada, se metió en ella y cogió al capitán mal herido y se lo llevó a rastras fuera de la celda mientras al jefe proscrito le daban una espada para que se defendiera. El ruido de una gran campana resonó en la cárcel. Estaban dando la alarma, eso significaba que dentro de pocos minutos, eso estaría a rebosar de soldados enemigos. Los proscritos que podían luchar estaban armados con espadas largas de dos manos, como la de Ghali, y los que no, los sujetaban los compañeros o los liberadores. Ahora que el jefe proscrito podía ver a sus salvadores, se fijó en que estos estaban vestidos como los soldados del rey, salvo una cosa, ellos llevaban una pañoleta roja atada en el brazo. Su armamento estaba formado por: Una espada larga pero que se podía manejar con una sola mano, un escudo grande y circular. Algunos llevaban arcos colgados en el hombro. Eran un grupo de veinte hombres. Los prisioneros siguieron a los atacantes por un pasillo estrecho pero los suficiente para que los hombres pudieran pasar de dos en dos, hombro con hombro. Cuando estaban a punto de salir, una patrulla de cincuenta hombres enemigos le salió a su encuentro. Aunque también contaban con los proscritos, seguían siendo inferiores en número. Entraron en combate. Sabían que si no se daban prisa, más hombres del rey llegarían y su única posibilidad de fugarse se habría esfumado. El enemigo al tener veinte soldados más, les rodeó, dejando la única forma de luchar era hombro con hombro. Eso no les benefició para nada, ya que los hombres que tenían espadas de doble mano no podían maniobrar con facilidad. La batalla se luchaba con fiereza. Ghali y sus diez hombres se dispusieron en formación de ataque en primera fila. El jefe proscrito notó un dolor desgarrador cuando una espada le dejó parte del bíceps colgando. Sus hombres le cubrieron la retirada para que pudiera descansar en el centro del circulo. La pelea iba mal para los proscritos y rebeldes, ya que el grupo que les había liberado lo estaba pasando mal. Un amigo suyo había sido atravesado por una lanza enemiga y yacía en el suelo, a otro le habían atravesado el estómago y estaba sufriendo espasmos en el suelo y otros cinco se encontraban tirados en el suelo sin cabeza. Ghali se intentó unir a esa pelea pero vio que sus hombres también lo estaban pasando mal, ya que uno le habían atravesado la garganta, a otro intentaba luchar sin brazo, pero al ser espadas de dos manos no se pudo defender de una estocada mortal que le iba a la cabeza y para cuando tocó suelo ya estaba muerto y otros tres estaban partidos en dos. El jefe proscrito se unió a la pelea pero al estar herido cada movimiento le dolía más que el anterior. Los rebeldes poco a poco iban perdiendo terreno y su espacio de combate se reducía mucho. Se fijó en que estos solo había diez soldados en pie y en cambio del enemigo solo habían perdido uno. Los enemigos al ver que estaban cansados hicieron un último ataque mortal y definitivo. Aún con el dolor del bíceps, Ghali se acercó a las caballerizas y, entrando, se subió a uno y se enrollo otras cinco riendas de distintos caballos salió para ver si podía salvar a alguien. Su cara mostró horror cuando se encontró que ya solo quedaban siete rebeldes en pie. Muchos de sus hombres se encontraban tirados en el campo de batalla con una lanza que les atravesaba, o sin cabezas, o también desangrándose por una herida mortal. El jefe proscrito, lleno de furia y en un último intento de salir con vida, envistió contra los soldados del rey, dejando los otros caballos atrás para que sus compañeros los pudieran coger. Con el rabillo del ojo, vio que tres de los rebeldes se subían a los caballos y galopaban hacía la libertad. Mientras tanto, los proscritos que no habían querido abandonar a su jefe, se pusieron en formación de combate y cargaron contra el enemigo. La furia con la que arremetieron sorprendió a los soldados y durante unas fracciones de segundos ya habían caído cinco, pero aunque los proscritos habían cargado con furia, el número del enemigo seguía siendo superior. No tardaron en rodearlos, aunque esta vez luchaban con mucha más valentía, ya que no tenían nada que perder. Ghali desde su caballo lanza tajos a diestro y siniestro y muchos soldados caían bajo su acero. Diez contó. Aun así, un soldado le cogió del pie y le tiró del caballo. Los proscritos que quedaban en pie, con un último esfuerzo de salvar a su jefe, le rodearon y lo defendieron hasta morir todos y cada uno de ellos. Ghali al verse rodeado de enemigos tiró su espada a un lado y con sus últimas palabras gritó:

-¡Viva Carson X, nuestro legítimo rey!- dijo levantándose, mirando fijamente a sus enemigos hasta que una lanza le atravesó el corazón.

Llamas de libertadWhere stories live. Discover now