La batalla definitiva

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Capítulo 10:

Las figuras monstruosas se pusieron a cuatro patas, después de eso, cargaron. 

Las siluetas se iban acercando a una velocidad monstruosa. Cuando estaban a cincuenta metros, Erik pudo observar que llevaban armaduras, tenían pelo por todo el cuerpo y una cola sin pelo sobresalía, parecían ratas. Antes del impacto, lo que fuese que cargaba contra ellos se pusieron en pie. La pelea estaba todavía lejos de donde estaba el grupo de los rebeldes pero se acercaba con rapidez. El capitán mandó organizar una cuña y avanzar hacia donde estaban los refuerzos enemigos.

Las ratas los vieron y se acercaron con una rapidez estrepitosa. Erik lanzó un grito alentador a sus soldados, que con fuerza, esta vez fueron ellos los que se lanzaron a por los animales. Estos no esperaban semejante cometida, así que se quedaron paralizados. Los rebeldes saltaron contra el cuello de los enemigos. Si alcanzaban parte del cuerpo lanzaban tajos a diestro y siniestro hasta que la cabeza rodaba. Las ratas reaccionaron con rapidez, así que pronto los hombres tenían que defenderse con puños y uñas. Erik se dirigió contra un enemigo que le sacaba tres cabezas, iba con la armadura dorada, por lo que parecía el jefe. La contrincante se dio la vuelta justo en el momento en el que el rebelde le clavaba la espada en el tórax. Soltó un grito de dolor, tal cual era, que hasta los pájaros que no se habían ido por la batalla, volaban ya alto y lejos por el susto de semejante ruido. La rata intentó sacar la espada que tenia clavaba, pero estaba muy profunda y cada vez que la movía salían borbotones de sangre. Erik aprovechó ese momento para sacar el arco junto con una flecha y dispararle. El mutante se dejó de mover al instante porque la saeta le había entrado por la nuca y había salido atravesando la nuez. Para cuando el primer proyectil estaba en el aire, el segundo ya salía con una velocidad vertiginosa hacía la cabeza de otro enemigo y la tercera flecha estaba buscando un blanco. De los quinientos hombres que tenía Erik, quedaban en pie como máximo una centena de hombres, por no hablar de la caballería, que no quedaban ni cincuenta caballeros, que encima se retiraban, cubiertos por las saetas que disparaban los arqueros. El ejercito rebelde se retiraba hacia el mar, y Erik no vio otra opción que retirarse, pero no hacía el mar, que allí quedarían atrapados, sino al bosque, que los árboles les cubrirían.

-¡ Retiraos!¡Retiraos!- gritaba sin parar. Los hombres corrieron como locos hacia el grueso del ejército rebelde, pero Celeste y ocho soldados siguieron al capitán.

Corrieron como alma que lleva el diablo hacía los árboles con quince soldados enemigos pisándoles los talones. Cuando llegaron al muro de vegetales, se dispersaron para atrapar al enemigo que los perseguía. Nada mas llegar, los rivales se pusieron a buscar huellas que les indicasen por donde habían huido de rebeldes. Empezaron a meterse en el bosque cuando una lluvia mortal de saetas cayeron sobre ellos. Ocho hombres murieron al instante por flechas en la cabeza o con el corazón atravesado, tres soldados del rey fueron alcanzados en los hombros, brazos y piernas, en total quedaban cuatro en condiciones de plantar cara al enemigo oculto. Otra vez aparecieron las flechas, unas remataron a los heridos y otras mataron a los que estaban en pie. 

La batalla había acabado hace tiempo cuando Erik oyó un ruido y ordenó a sus hombres que se callaran y que se escondieran en los matorrales cercanos. Esperó segundos que parecieron horas cuando un escuadrón de más de cien ratas apareció en el bosque. No se pararon para matarles, sino que siguieron andando sin siquiera lanzarles una mirada. Ese gesto creó curiosidad en el capitán rebelde y tomó una decisión. En cuanto los mutantes desaparecieron, Erik con sus hombres fueron tras ellos. 

Llamas de libertadWhere stories live. Discover now