Huida al bosque

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Capítulo 11:

Erik llevaba dos días siguiendo al escuadrón de ratas. Dos días agotadores, sufriendo constantes emboscadas de asaltadores de caminos, aunque sin ninguna baja. Andaban escasos de comida, ya que no se habían llevado comida ni provisiones porque salieron corriendo del lugar en el que se convirtió en la perdición de los rebeldes. Pocas horas antes se habían detenido a descansar después de estar seguros de que las ratas no se alejaban. Erik y Celeste estaban desolados porque cada vez se sentían más debilitados. Seguían con vida gracias a un grupo de salteadores a los que mataron sin piedad y les quitaron las provisiones que aunque eran pocas, se venían muy agradecidos de poder llevarse ese día algo a la boca. Los alimentos escaseaban y las ratas poco descansaban. Las criaturas se habían unido a una columna mucho mayor formada por miles más que se perdía en el horizonte. El capitán rebelde había ordenado seguir a las ratas en paralelo y a una distancia prudencial para no llamar la atención. Ya era de noche cuando encontraron y abatieron a un ciervo y a dos conejos. Se tuvieron que comer la cruda, ya que si encendían alguna fogata pequeña, los centinelas enemigos los divisarían porque las ratas no dormían con hogueras. A Erik la carne le sabía a mil millones de demonios, aparte de que no podía masticarla bien y siempre se le acababa formando una bola pegada al paladar y no podía tragar bien. Si miraba al resto, sabía que no tragaban bien, igual que el. El frío se le metía por debajo de la capa, lo que hacía que Erik girase sobre si mismo para cerrar el agujero. La luna estaba en el cielo, alta y clara con las nubes a su alrededor y dando sombra a los árboles lo que daba una aspecto terrorífico al bosque junto con los aullidos bien audibles y cerca de los lobos que salen de caza y el ulular del búho que acaba de despertar. Por culpa de este ruido, los rebeldes no oyeron la que se les avecinaba, porque una patrulla les había avistado nada más caer el atardecer y los habían estados siguiendo desde entonces. Más de cincuenta ratas formaban el grupo de asalto, todas silenciosas y bien armadas. Con un grito de guerra ensordecedor, cargaron. 

Nada más escuchar el grito, Erik y Celeste se pusieron en pie con armas a mano. La primera rata que calló fue gracias a una flecha en cuello lanzada por Celeste. Los dos amigos intentaban ganar tiempo para que sus hombres cogieran las armas,  aunque dos ya yacían en el suelo, uno sin cabeza y el otro todavía se estaba desangrando por las extremidades perdidas, una pierna y los dos brazos. Los rebeldes no tuvieron otra opción que atacar a la desesperada con una furia y miedo que les hacía todavía más peligrosos e impredecibles. Erik le clavó la espada a una criatura maligna en el cuello y mientras sacaba la espada, golpeaba con el escudo en la nariz a otra oponente. Fugaz como un destello, vio a Celeste que era atravesado por una espada y caía al suelo. El capitán rebelde, lleno de ira, atacó a la rata que se disponía a rematar a su moribundo compañero. Le saltó a la cara, aplastando la nariz del mutante, lo que provocó que le cayera sangre a la cara mientras rebanaba el cuello de su enemigo. Erik dispuso de unos segundos de descanso y así pudo ver que de sus nueve hombres que le habían acompañado, dos estaban muertos y tres heridos, uno de gravedad, que era Celeste. La alegría le van cuando se dio cuenta de que más de tres cuartos del grupo atacante habían caído y los que todavía podían mantenerse en pie, se daban a al fuga. 


Earst estaba reuniendo a los hombres que habían sobrevivido al ataque en el Bosque Maldito, en su campamento. La batalla había empezado bien, pero las ratas lo habían desequilibrado todo y el campo de lucha estaba ahora teñido de sangre rebelde. El mismo había resultado herido y por poco no volvía al campamento, que se había convertido en un hospital. Su ira era incomparable, pero sabía que Erik había agrupado a diez hombres y de que estaban siguiendo a las ratas, por eso y por su sed de venganza, había ordenado hace una hora que todos los hombres en condiciones de luchar, que se pusieran en busca de su capitán perdido al alba. Todavía no había encajado la derrota, por eso pensaba darle todo su apoyo a uno de sus oficiales. Earst tenía esperanzas de llegar a tiempo.


Erik había ordenado curar a los heridos mientras el se ocupaba especialmente de Celeste. La herida era fea, ya que de un certero tajo, la rata le había sacado las tripas, que ahora descansaban dentro del cuerpo del segundo al mando, con la lesión cuidadosamente cosida mientras el cuerpo yacía inconsciente. El capitán rebelde estaba preocupado por su compañero, ya que la herida estaba llena de pus, aparte de estar infectada, y el borde del corte tenía un color verde-morado. Otro caso era los otros heridos, que sus cortes eran leves y podrían caminar, en cambio, Celeste tendría que ser llevado en una camilla improvisada, cosa que los haría ir más despacio, pero no estaba dispuesto a dejar a su compañero de armas a su suerte, que seguramente fuera la muerte, por eso, tomó una decisión. Lo llevaría el a hombros con ayuda de un segundo hombre. Erik ordenó coger todo los materiales que pudieran llevar a mano y que el resto lo dejaran. Ahora más  que nunca estaba dispuesto a descubrir de donde diablos habían salido esas pesadillas andantes.

Llamas de libertadWhere stories live. Discover now