El reino mágico

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Capítulo 12:

Erik y sus hombres llevaban dos semanas agotadoras de viaje, con poca comida, durmiendo poco a causa del ataque recibido, aparte de que el capitán tenía que hacer el esfuerzo doble de cuidar y llevar a Celeste. Las lesiones de los otros soldados ya habían cicatrizado, pero la de su segundo al mando había empeorado, antes tenía que lavar la herida una vez cada dos días, ahora, a todas horas. Se estaba acabando la tela con la que detener la hemorragia y el hilo con el que cosía la herida ahora eran lianas cuidadosamente limpiadas para quitar todas las bacterias posibles para que no empeorara la herida, que ya estaba muy mal. Celeste agonizaba, tenía sueños inquietos y llamaba a su madre. La fiebre no paraba de subir. Pero por suerte ya habían llegado a su destino. El ejército de ratas habían desfilado un par de días antes por esa angosta y gigante puerta por el que cabían cuatro elefantes a los lados y tres de altura. Ellos habían parado a coger alimentos y fuerzas porque no sabían que les depararía al otro lado. Por fin hoy era el día en el que cruzarían la entrada. Erik mandó recoger todo lo que era el campamento, un par de tiendas hechas a mano, todas las armas y las flechas caseras que habían fabricado. Cuando el cielo estaba en lo alto del cielo, escoltado por un escuadrón de nubes que galopaban en pos del viento, entraron.


Esa misma mañana, Earst encontró rastro de la lucha en la que habían herido a Celeste. Los restos de las ratas todavía era reciente, descomponiéndose. Al otro lado del claro, había dos pequeños montículos con pequeñas cruces de madera cada uno. Persal llegó a su lado:

- Al menos sabemos que siguen vivos, aunque con dos hombres menos-. dijo la chica

- Si, al menos siguen vivos, por ahora- añadió el jefe rebelde, haciendo una exageración en las palabras "por ahora".

Dicho esto, ordenó a sus hombres, que eran un par de centenares, que marcharan siguiendo el rastro del camino que habían dejado las tropas enemigas.


Al entrar por la gran grieta por donde habían entrado las bestias mágicas, sintieron un hormigueo en el estómago y un calambre recorrió el cuerpo de cada uno de los rebeldes. Era un gran agujero de altas paredes y de un techo abovedado todavía más grande que la puerta. Parecía hecho para que pasase un ejército de dragones. La gran ruta estaba marcada con lanzas clavadas en el suelo con cabezas de soldados rebeldes puestos recientemente.

- Serán cerdos- dijo un soldado llamado Auriel- no han pasado aquí ni un día y ya van dandose de victoriosos, en cuanto le pille..-

-En cuanto les pilles que- le cortó Erik- ¿Les mataras a todos? Ya ves lo que han hecho con un ejercito-

-Lo siento- se disculpó el soldado.

- No, no lo sientas, yo también estoy sediento de sangre, solo hay que saber cuando es el momento. Ahora no es el momento, como puedes ver, pero te prometo Auriel que tendrás tu venganza- y añadió- y todos vosotros también- dirigiéndose a su hombres.

- ¡Si señor!- contestaron todos a coro.

Continuaron andando sin hablar mucho pero con el ánimo de nuevo en pie. Les costó un día atravesar todo el túnel pero al final llegaron a su fin. Otra puerta igual de grande como la anterior pero con una diferencia, había una figura a cada lado de dos dragones a tamaño real guardando la puerta, el problema, que estaban medio derruidas y que encima de ellas estaban las estatuas de un centauro con fuego como los ojos y con cabezas a su alrededor. Había un par de banderas con el mismo símbolo: un dragón atravesado por una espada.

- Chicos, estad atentos, me da que esto no es un mundo normal- comentó Erik.

Nada más decir esto, un grito desgarrador surcó el cielo.

- ¡ Falange!¡Posición de defensa!- no acababa de gritar esto cuando el linde del bosque se llenó de medio hombres medio caballos.

- Centauros - El capitán de los rebeldes no salía de su asombro pero reaccionó rápido- no temáis, hoy seremos los primeros en matar a varias criaturas mágicas en pocos días. Sabemos que las ratas pueden morir, ¿ Por qué no estas bestias-

Un rugido lleno de esperanza salió de los supervivientes rebeldes y formaron la falange con rapidez y lanzas en alto. Los centauros parecían dudosos pero cargaron.

Al ver que los iban a rodear, los rebeldes formaron un circulo alrededor de Celeste. Las bestias no eran tontas así que optaron por no cargar de frente contra unas largas y puntiagudas lanzas. Empezaron a dar vueltas alrededor de los rebeldes disparando flechas para hacer huecos por donde pasar. Erik tenía lo nervios a flor de piel, al lado suya Auriel insultaba a los centauros para incitarlos contra las lanzas. Pareció surtir efecto porque uno giró repentinamente de rumbo y acabó empalado por la lanza del rebelde. Las bestias mágicas parecieron darse cuenta de una cosa porque hace un segundo estaban dando vueltas como buitres esperando a que la presa muera y ahora se encontraban dispersándose por el bosque. Iban a perseguirlos cuando una gran sombra tapó el sol.


El rastreador de Earst encontró el campamento en el que los ocho supervivientes habían acampado antes de entrar por la gran puerta tres días antes. Las huellas conducían hasta la entrada, así que las siguieron y se encontraron con todas las cabezas empaladas.

- Malditos, serán malditos- dijo el jefe rebelde a Persal.

- Da igual, hay que seguir adelante para encontrar a los que todavía están con vida- contestó la chica.

Después de esta pequeña conversación, siguieron con el camino.


Cuando Erik abrió los ojos, sus hombres estaban tirados junto a él. Delante suya había un dragón de más de treinta metros de largo, con escamas doradas que brillaban con el sol, y una larga cola acabada en unos grandes pinchos. El animal mágico se encontraba delante de Celeste, con una de sus grandes garras encima de la herida del muchacho.

- Será mejor que te tapes los ojos- dijo con una voz de ultratumba.

Erik cerró los ojos en el preciso instante en el que un gran poder lo invadió. Oleadas de calor llegaban a su cuerpo, sintió que podría hacer cualquier cosa, pero solo duró unos instantes. Al volver a abrir los ojos, se fijó en que la herida de Celeste ya no existía, y que el dragón descansaba despierto a su lado. El capitán rebelde se levantó y se dirigió hacia su compañero. Cuando tocó el sitio donde antes estaba el arañazo mortal de la espada, sintió carne normal y corriente, sin cicatrices. De repente, Celeste abrió los ojos.

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