(III)

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La pequeña niña se revolvió entre las sábanas, asustada de los rayos que sonaban por la tormenta fuera del castillo.




Ella estaba acostumbrada a que cuando aquellos raros sonidos que tanto le daban miedo sonaban, enseguida podía correr a la cama de sus padres y acurrucarse con ellos.




Más que, ahora no tenía cama a la cual huir, tan solo estaba su larga e interminable habitación, llena de vestidos que realmente no le gustaban, pero al parecer era lo que usaban en aquella tierra.



Ahogo un grito cuando un par de toques en la puerta interrumpieron sus recuerdos, pero enseguida trago duro.





-Pasa- dijo con voz temblorosa la pequeña niña de ocho años. Se aliso el cabello y miró con una mueca a la gigantesca cama en la cual residía; ya extrañaba el peso del bebé Finn en su cama, aún cuando antes se había quejado de eso. Ahora solo quería volver a esos tiempos.


Se relajó al instante que vio la rubia cabellera de cierta mujer pasar dentro; Lilian Thalassinos recién se había unido al aquelarre de La Grande, y tenía a sus bebé recién nacido justo a lado de su habitación, por lo cual Freya tampoco podía dormir mucho.



-Hola- saludo Lilian, dandole una agradable sonrisa mientras se sentaba en su cama. La rubia sabía bien qué tal vez esto no estuviera permitido, pero aún era una joven de catorce años y apenas llevaba meses aquí, quería ayudar a a Freya ya que la pequeña llevaba tres semanas en la Tierra Infinita.



Freya le sonrió con tristeza, mientras alisaba su cabello pelirrojo que cada vez oscurecía más y más.



-¿Te dan miedo los rayos?- preguntó Lilian, y la Mikaelson tan solo asintió.-A mi Leia también le da bastante miedo-titubeo.-¿te gustaría pasar la noche con nosotras? Las camas son enormes.



La niña miró nerviosa hacia la entrada, pero se inclinó un poco hacia Lilian, su cabello cayendo sobre el rostro jovial.



-Pero, ¿y si Sophie se enoja?

Lilian le regaló una sonrisa de medio lado.


-Será nuestro pequeño secreto- le murmuró, mientras que estiraba su mano hacia ella.

Freya titubeo, puesto que ella misma, a pesar de su corta edad, se propuso no confiar en nadie. Más que, la anhelación de no estar sola era demasiada.

Ella hizo a un lado las pesadas sabanas, sus pequeños pues tocando el frío suelo mientras que daba grandes pasos hasta tomar la mano de la rubia.

Aquella noche solo fue la primera de millones, donde se la pasó junto a Lilian y su pequeña bebé, quien de pronto creció y fue convirtiéndose en una jovencita muy hermosa.

Lilian fue para Freya la madre que jamás tuvo, puesto que Esther no contaba dado que la había entregado así como así, y para Lilian la pequeña Mikaelson fue otra hija.


Tal vez era por eso que Sophie no se atrevía a poner un dedo encima de Freya; sabía que su control en Lilian venía titubeando desde que convirtió a su hija en una destripadora, y que dañara a su hija adoptiva solo causaría problemas.


Freya siempre quiso a su familia, aún cuando pensaba que está no la querría a ella. Pero a pesar de todo, se alegro de encontrar su lugar entre las Thalassinos. Tal vez, después de todo, sus mil años de vida no habían apestado tanto.





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