Segunda Parte: INCOMUNICADOS - CAPÍTULO 20

194 29 0
                                    

CAPÍTULO 20

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

CAPÍTULO 20

—Comencemos— anunció Dresden a los miembros del Concejo.

El primero en pedir la palabra fue Vianney:

—Deseo reportar un asesinato— anunció.

Aquellas palabras llamaron la atención de todos de inmediato.

—Adelante— lo animó Dresden, pensando que sería uno más de los relatos misteriosos y escalofriantes para sumar al clima de miedo general a la invasión del norte.

Pero el relato de Vianney, aunque escalofriante, no era misterioso.

—El hijo de uno de los aldeanos de mis tierras fue asesinado anteayer por una de esas bestias asquerosas de lord Huber.

—¿En serio? ¿La muerte de un mero campesino es tema de Concejo?— se burló Filstin, despectivo.

—Supongo que si hubiese sido atacado por una sombra maligna de fantasía que venía del norte, sí te interesaría— dijo Vianney, sarcástico.

—Si tuviera que reportar cada campesino muerto por animales en mis tierras, estaríamos de reunión por toda la eternidad— se quejó Kerredas.

—No hablamos de meras bestias, éstas son bestias asesinas entrenadas por lord Huber— retrucó Vianney.

—¿Me estás acusando directamente de haber enviado a uno de mis guerreros a matar a...? ¿A quién se supone que mató?— el tono de Huber era más divertido que enojado.

—Al hijo de uno de los aldeanos, y no es una suposición— protestó Vianney—. El hombre vio con sus propios ojos como ese maldito animal subhumano le cortaba la cabeza con un hacha a su hijo y luego devoraba... devoraba...— Vianney ni siquiera pudo terminar la oración.

—¿Por qué me interesaría mandar a matar a uno de tus campesinos?

—No digo que tú lo hayas mandado, Huber— aclaró Vianney—, pero ese maldito tiene que pagar por lo que hizo.

—¡Ah! Quieres juzgarlo— comprendió Huber.

—Sí, exijo que lo entregues a mi corte para que sea juzgado y condenado— dijo Vianney, terminante.

—Me parece bien— se encogió de hombros Huber—. ¿Dices que tienes un testigo?

—El padre del muchacho, sí.

—Muy bien. Te propongo lo siguiente— comenzó Huber con gran tranquilidad: —Puedes ir con tu testigo hasta mi palacio. Pondré a todos mis guerreros y sirvientes en fila para que tu testigo los examine. Cuando tu testigo lo identifique, puedes llevártelo y juzgarlo en tu corte como mejor te convenga.

—¿Cuántas de esas bestias tienes trabajando para ti?— preguntó Vianney.

—Varios miles— sonrió Huber.

LA CONSPIRACIÓN DEL ESPIRAL - Libro IV de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora