Octava Parte: MANCOMUNADOS - CAPÍTULO 154

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CAPÍTULO 154

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CAPÍTULO 154

—¿Por qué haces esto? ¿Por qué me adviertes?— le preguntó Lug a Franz.

—No pude evitar que mi padre se manchara de sangre con Dresden, pero no permitiré que derrame la sangre de un muchachito, Lug. Esto tiene que parar.

—Gracias— murmuró Lug.

—Ahora dime, porque debo saber la verdad, ¿él lo hizo?

—Sí y no— respondió Lug—. El Llewelyn que estuvo al lado de Overkin era mi hijo solo en cuerpo, su mente estaba usurpada por una asesina despiadada.

—¿Quién?— exigió Franz.

—Su nombre era Marga— respondió Lug con un hilo de voz.

—¡Marga! ¿Marga, tu madre?

Lug asintió con la cabeza.

—Es una historia larga y complicada— suspiró Lug.

—Lo imagino, pero mi padre no tendrá la paciencia para escucharla ni la inclinación a creerla. ¿Dónde está Marga ahora?

—Ya no existe.

—Entonces, no tienes forma de probar tu historia.

Lug negó con la cabeza.

—Te sugiero que saques a tu hijo de Colportor de inmediato si quieres que viva. Y te sugiero también que desaparezcas de Colportor tú mismo y no vuelvas a pisar el sur.

—Sacaré a Llewelyn de aquí, pero no me pidas que me vaya. Necesito negociar la paz con el norte, para eso vine.

—¿Crees que el regente va a negociar la paz con el padre del asesino de su esposa?

Lug abrió la boca para contestar, pero la cerró de pronto al escuchar el tumulto y los gritos en la habitación contigua.

—Quédate aquí— le ordenó a Franz con un dedo en alto—. No quiero que te expongas a ser considerado un traidor.

Franz asintió y Lug corrió hasta la puerta, abriéndola de un golpe. La escena le hizo hervir la sangre por un momento. Dos guardias arrastraban a Llewelyn hacia afuera de la habitación, mientras otros dos sostenían a Dana para que no interfiriera. Los dos forcejeaban, tratando de escapar: Dana a los gritos y Llewelyn, llorando desesperado. A la izquierda de la puerta, estaba parado el conde de Vianney, con los brazos cruzados, los ojos destellando furia.

—¡Llew!— le gritó Lug—. ¡Vete de aquí! ¡Vete! ¡Ahora!

El muchacho tardó unos segundos en reaccionar a los gritos de su padre. Dejó de forcejear con los guardias y cerró los ojos, tratando de calmarse. Un momento después, los guardias cruzaron una mirada asombrada al ver que el muchacho había desaparecido, y que sus manos, que habían estado sosteniendo los brazos de Llewelyn, apretaban ahora inútilmente el aire.

LA CONSPIRACIÓN DEL ESPIRAL - Libro IV de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora