Mini-serie: La casita de Natsu (15)

1K 78 12
                                    

Las chicas quedaron embobadas.

Un hombre alto, fornido, guapo; de piel morena, cabello oscuro, barba cerrada de candado y trajeado; bajó del avión. Iba acompañado de tres sujetos con lentes oscuros. Caminaba con las manos en los bolsillos, ignorando a la fila de mujeres embelesadas, que caminaban tras él. ¿Qué le importaban sus miradas lascivas? Sus malos pensamientos, esos que levantan el ganso, ya estaban dedicados a una persona. A la mujer que, con un cartel en las manos, lo esperaba al final de la sala de abordaje. Le había prometido, que pasaría todo el verano, con ella y con las hijas que tenían. Ya que llevaban casi seis meses sin verse. Además, no podía ignorar, las fotografías que le habían enviado: Su princesa menor, andaba mirando con enamoramiento, a un wey de cabello rosa; que se veía bien pendejo y que para nada, podría pertenecer a la familia. Le tenía que poner un alto a ese tipo y alejarlo de su bebé.

Fuera quien fuera el que le envió las fotos, le daría lo que pidiera, como recompensa por tal útil información. Se lo agradecería de verdad.

— ¡Mi amor! —Gritó Ayami, echándosele encima. Él la atrapó y la cargó, caminando a la salida del aeropuerto, con sus muchachos atrás. — ¡Ya llegaste, mi amor! ¿Cómo te fue en el vuelo? ¿Te cogiste alguna azafata?
— ¿Cómo crees? —Preguntó él, riéndose por las ocurrencias de su mujer. — Ninguna estaba tan guapa como tú. ¿Y las niñas?
— En la playa con sus amiguitas. No les dije para darles la sorpresa.
— Vamos a caerles. ¿Están guapas las amigas? ¿Son mayores de edad? Aquí si se lo toman en serio, en México, he visto a los judiciales esperando afuera de las secundarias; no para agarrar ''vatos'' con drogas, sino porque esperan a sus ''morritas''.

Ayami se derritió lentamente. Amaba a su marido y su forma de hablar, como a pesar de que sabía japonés fluido, se le escapaban sus palabras raras en español. Y su acentito. Ah, que macho se escuchaba, tan guapo su hombre; tan simpático. Esperaba que, algún día, Yume-chan y Ume-chan, consiguieran a un hombre tan varonil, fuerte y amoroso, como su marido. Alguien que las tratara bien, que las consintiera, que les pudiera dar la vida a la que estaban acostumbradas; gracias a los negocios de su esposo, quien era dueño, de una agencia de seguridad; la cual proveía equipos y personal, para todos los que pudieran pagar el precio. Claro, algunas personas, pensaban que más bien era un traficante de algo; pero no... Ok, tal vez algunos clientes se dedicaban a eso, por ello se blindaban, pero no era su trabajo juzgar a los demás. Mientras su amorcito no lo hiciera, entonces, todo estaba bien. ''A toda madre'' como decía su hombre.

— ¡Espera! —Dijo ella, deteniéndolo. — Primero quiero ir a comprar un bikini. No voy a andar como monja en la playa. Quiero enseñar.
— Tráete el carro, Sergio —ordenó el señor.
— Sí, ''patrón'' —respondió el aludido.

Se preguntó, cómo estarían sus niñas, si algún cabrón andaba tras sus huesitos. Quería que su niña mayor le contara un cuento de los que escribía y que la bebita, le cantara una canción. De preferencia, en español, para saber qué tan bien le iba en eso. Próximamente, quería llevarlas a México, para que visitaran a su abuelita. Pero si no hablaban español, entonces, ella nunca las iba a entender. Bueno, había muchos planes en puerta, que ningún escuincle nalgas meadas, le arruinaría. Al que se quisiera meter entre sus niñas, lo iba a asustar tanto, que desearía ser mujercita para evitar los madrazos en el culo.

Se subieron en una camioneta cerrada, de color negro, con Sergio al volante. Tras ellos, los otros dos empleados, Jerall —O Gerardo, como se llamaba de verdad— y Alejandro, los seguían en un coche igual. Ir a Japón siempre era genial. El patrón se ponía muy contento, estando con su familia, le salía todo lo bueno. Empezaba a hacer regalos, los llevaba a diferentes lugares; les dejaba divertirse y hasta les pagaba las prostitutas. Claro, Jerall sólo aceptaba el dinero, porque no le gustaba ese tipo de ''diversión''. Le agradaban las chicas, pero pagar por sexo, le resultaba extremadamente triste y un tanto patético. Él quería amor.

Tú y yo (Natsu Dragneel harem)Where stories live. Discover now