Lobo de ciudad

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Camina el bosque como si caminase el centro de Buenos Aires <La Nueve de Julio, Plaza Italia, los bosques de Palermo>, de pronto se frena, se frena en un instante para sacudir su pelaje al viento, desprende la nieve, el peso de un día. A paso firme, temerario, se para frente a una vidriera y no quiere reconocerse, termina por hacerlo, se queja un poco. El día es un pasaje, como una previa a la vida, vive caminando, alejándose de todo en aquellos cientos de kilómetros que lo separan de alguna parte (no sabe bien de dónde, por ese motivo los camina a diario sin cuestionarse <a veces se cuestiona, aunque únicamente en la luz del sol>). Cuida a los suyos, a los pocos suyos los vuelve unitarios. Y más allá no existe gran cosa; la manada, una familia.

El bosque cruje, sus garras o botas de cuero se van enterrando en las veredas de la ciudad, los otros se espantan, lo determinan. Hay que sentarse junto al fuego, en medio de la noche (su momento) para notarlo en su esencia, vive en la calma, en su propia y delimitada suficiencia. El lobo nunca perro, animal dócil pero jamás domesticable; a pesar de su mala fama no supo herir a un solo humano en todo su existir, aunque el humano, tristemente lo había herido cientos de veces. Las balas, la cacería, las ganas de recordarle su determinada condición depredadora (determinación hombre, como todo, como siempre). Debíamos sentarnos en un fogón, en una biblioteca, esperando que caiga la noche o que aparezca la luna (o alguna de ellas), para que su ser se agudice, para poder oírlo aullar.

La fidelidad bestia, el lobo jamás cambia de pareja en una vida, siempre le es fiel, y como lobo él continuó dedicándole su vida cada vez que comenzaban las mañanas. Una noche se fue acercando a una madriguera, las otras especies se vieron aterradas, aquel lobo solamente quería un trago, sentarse frente al lago en medio del bosque y poder contemplar todo, sin la mirada acribillante de todo el alrededor.

Lobo de cacería, el lobo oportunista, a pesar de saberse cazador el lobo vive de su insistencia más que de sus largos colmillos, vive fallando, en la reiteración está la subsistencia. Lo vi errar por mil noches, pero jamás lo vi con hambre, jamás lo vi sediento. Saber a la bestia errante, qué mayor motivo de insistencia. Siempre elige a la presa más fácil, a la que menos trabajo le cueste, a la que más lo complazca sin a la vez desgastarlo. Aquella semejante inteligencia. En un mundo de violencia y agonías prefiere la armonía en cuestión de territorios, pero tiene sus noches en la que las copas rebalsan de efecto y termina desbordado hasta la siguiente mañana; donde despierta en San Telmo, o cerca de una cascada.

Es tímido, es desconfiado, no quiere caer en las trampas de la vida; procura que su pisada deje huella únicamente cuando él esté dispuesto a hacerlo. Lobo del bosque, fui a buscarte al medio de la montaña, encendimos un fogón y a la vez unas vidas; apareciste, en tu silencio, me robaste el alma con tus ojos penetrantes. En algún delirio a falta de sangre quise envolverte entre mis brazos, me detuvieron a tiempo, nos rondaste, nos admiraste (admirar la insuficiencia, cualidad majestuosa), nos prestaste terreno a cambio de comida. Te dimos algo de carne (oportunista), nos ganamos tu tolerancia (animal audaz). Terminé relatando nuestro encuentro entrecruzado sin saber quién tenía las manos o quién llevaba las garras, me desperté en San Telmo, o en medio de la montaña. Llovía violentamente, la nieve se escondía bajo mis pisadas. Caminé por el bosque, por el medio de la avenida, los árboles se movieron, los animales me clavaron los ojos; la manada se había distanciado y se encontraría en algún otro extremo de la ciudad, caminar para no perder el paso, condición de la bestia.

- El lobo no se preocupa en el entorno, no sabe de contexto, pero cuando estuve cerca de ellos me sentí hasta protegido. Estamos hablando de un intercambio de por medio, ellos precisaban comida, nosotros protección. Un pacto con el demonio más cálido que podría describirte, So (me seguía costando decir tu nombre). El contexto, el lobo en la ciudad está fuera de sí, pero no le preocupa. La tolerancia bestia, la actitud y aptitud bestia. La estigmatización, la sociedad de mierda, todo se congrega en que de pronto en medio de la montaña no podía escribir con una lapicera, de pronto tenía garras y estaba corriendo en medio de la arboleda sin dirección alguna. La fidelidad, la unión manada en sí, la seguridad, la armonía con la que dispusieron los roles en su manada. La libertad de aquella semana donde lo supe solo, lo seguimos, jamás pasó hambre (no lo vi comer demasiado), jamás tuvo sed (sólo se detuvo en un arrollo), estuvo satisfecho de principio a fin, incluso sin pretender alejarse de lo que era. Y fue por eso que lo admiré tanto, la esencia lobo fue la más pura que alguna vez conocí, el no encajar en un mundo que parece destrozarte con cada aparición, y es que el mundo tiene tan poca significancia, ahí radica nuestro problema. Estoy casi seguro de que si el lobo supiera de la existencia del mundo terminaría enloquecido, desencajado, si el lobo fuese poseedor de razón se volvería tristemente humano, tristemente bestia.

- Qué pensaría el lobo del perro, es decir, ¿el lobo consciente consideraría la voluntad de volverse perro?

- Jamás. Sólo un humano consideraría esas cosas.

Para SofíaWhere stories live. Discover now