Capítulo 21

64.2K 8.6K 3.4K
                                    


Andrea

Tal como lo prometieron horas más temprano, al terminar el programa con tía Su y los chicos salimos «por ahí». Francamente pensé que iríamos a un bar, cine o la casa de otro amigo, pero, ¿bodegas?

El lugar es media manzana ocupada por bodegas. Abner aparca el coche frente a la número siete, dos policías nos saludaron al entrar y ahora mismo otro al bajar del coche, lo que a mi criterio indica que ingresamos «legalmente». Tía Su se coloca una cazadora de cuero color corinto, lentes de sol a juego y enciende un cigarrillo que comparte con Abner. Le cuestiono ponerse lentes de sol de noche, pero le resta importancia. Porque sí, se ve bien; sin embargo, necesito saber dónde estamos y por qué. Me piden esperar.

Hay más coches particulares llegando, lo mismo personas en taxi, motocicleta o caminando. Y no sería extraño si no fuera por la clandestinidad.

Tía Su señala con su cigarrillo a dos de los tipos que llegaron en motocicleta e indica abrir una puerta doble que lleva al sótano de la bodega siete. Ellos obedecen sin cuestionar nada. Una vez abierta la puerta, la gente empieza a bajar.

—Vamos —dice Aaron señalando escaleras abajo.

—No hasta que me expliquen qué demonios pasa —Me niego a avanzar.

—¿Recuerdas la empresa de Abner? —dice haciendo girar sus ojos y asiento—. Esta es.

—¿Fabrican botargas ahí abajo?

El bebote ríe. —Te pasas.

—Era una empresa de botargas, ¿no?

—Sí, pero... no.

Me está asustando.

—¿Por qué a las once de la noche? —digo, mirando la hora en mi teléfono.

—Baja y te explicamos —insiste él—. Tienes derecho por ser inversionista.

—Yo no puse dinero aquí —bufo, aunque empiezo a bajar. Apenas veo mi camino.

—Oliver sí.

—Su dinero no es mi dinero.

—Sí..., lo que digas. Ahora lleguemos abajo.

El sótano no cambia mi primera impresión. Es peor aquí abajo. Mucho peor: Muebles deteriorados iluminados por bombillos sucios. La gente que ya bajó forma un círculo alrededor de tía Su. Ella pide a los que están entrando que también se acerquen.

—Bebote, ¿qué es esto? —insisto en saber.

—Terapia —dice él observando el lugar como si fuera el paraíso.

—¿Terapia?

—La idea de Abner era capacitar botargas para empresas nuevas, pero tía Su la renovó. Después de cenar el lunes lo platicamos junto con Porky. Todavía usaríamos botargas pero ya no las pondríamos al servicio de las empresas.

—¿Entonces?

—Se las ofreceríamos directamente al consumidor.

—No estoy entendiendo.

—¿No te enfadan las botargas? —Me pregunta Aaron viendo a parte de las personas que entraron sacar de cajas o bolsas disfraces de productos reconocidos—. ¿No has querido golpearlas por interrumpir tu paso mientras les gritas «¡No, no me interesa tu estúpido producto!»?

—Un par de veces, supongo.

—Eso le hizo ver tía Su a Abner. Las botargas no fueron creadas para promocionar el producto de una empresa, Andrea. Están ahí para jodernos a nosotros. Aunque, por otro lado, ellas también son víctimas —Señala a la botarga de Peppa Pig—. Imagina tener que soportar a gente que le enoja verte o, peor..., mocosos oligofrénicos.

La buena reputación de Oliver Odom ©Where stories live. Discover now