Purgatorio y Redención.

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El viento ululaba una quimérica y cínica melodía, correteando entre los árboles, testigos silenciosos del sufrimiento, centinelas majestuosos del bosque y los secretos que en él se acurrucaban, en la nieve, en la copa de los árboles, en las agujas de pino; donde moraban sus propios secretos, agregando aquel cuya huella perduraría en su memoria perpetuamente.

Aquel himno mortuorio retumbaba en sus sentidos, escoltando al esqueleto de mirada perdida hacia el cenit de su existencia. Su corte de verdugos deambulaban por la nieve con etéreas pisadas, el sonido silencioso de la culpa, fiel y magnánima amante, marchaba fantasmagóricamente a su lado, extendiendo su velo de soledad sobre la cascara del un monstruo que él solía conocer bien. La realidad se había consumido vertiginosamente, nunca más escucharía su voz, jamás volvería a mantenerse en vela esperando su regreso, la suave fragancia ya no perfumaría el hogar, no habría otra vez disimuladas miradas intentando descubrir algo en aquellos ojos, la cocina permanecería en sepulcral silencio, se había desvanecido permanentemente su cálida compañía.

Ya no había lágrimas que derramar, comprendió que aquella seria su última marcha hacia la consumación de todo, inhalando profundamente, percibiendo cada movimiento que su cuerpo realizaba, la larga marcha comenzó, y así abandonaron sus verdugos la espera, lanzándose sobre él. De esa forma su mente abandono el limbo, empujado por su pecado lujuria, amando obscenamente a su propia sangre; la nieve en la que sus pies se hundían y las fauces afiladas clavándose en sus huesos le dificultaba caminar; sus macizas y pesadas cadenas lo hacían jadear, había derrochado su valioso tiempo juntos, egoístamente había arrastrado a su hermano pequeño hacia el infierno; la culpa lo detuvo en un gélido abrazo, sus brazos rodearon su pecho, clavando sus dedos en las costillas, soportando la glaciar caricia que cortaba su respiración y le impedía hablar; aquella sensación se prolongó hasta convertirse en fuego, otras manos, menos afectuosas rodearon su cuerpo, cuyo tacto abrazaba sobre sus huesos, la hija y el cantinero se vengaban, aprovechando la obediente abnegación de su purgación, porque una vez muerto, nada podría continuar torturándolo, todo acabaría suavemente; ya no había mentiras, se habían acabado los engaños, y solo quedaba esperar.

Al frente estaba la entrada a las ruinas, pero él estaba cansado. Sans no podía continuar, su cuerpo se detuvo en medio del camino y todos los sonidos callaron, el himno mortuorio, los aullidos, las voces, a su alrededor reinaba un sepulcral silencio; cerro los ojos, disfrutando de la nada absoluta, intentando captar, si existiera, el sonido de la nieve cayendo sobre sus hombros.

Ya no había lágrimas, y la culpa se había esfumad, sus dulces brazos no rozarían su cuerpo nunca más, él no volvería a disfrutar de su conmovedora compañía. Pero no quedaban segundos para lamentarse, ni motivos para hacerlo.

Aceptado su destino, inmóvil frente aquella puerta, habiendo enfrentado el infierno, estaba listo para permanecer y desaparecer por su más grave pecado: la traición. Y aunque aquello era algo normal, en su mente nadie como él; a su hermano, los monstruos, su deber como hermano mayor, como vigía, él mismo, todos victimas de sus errores, de sus incompetencias, de sus debilidades, de su miedo a las posibilidades. Pero ya no había miedo, ni lugar al cual correr, no había manera de deshacer lo que había sido hecho. Los muertos no volverían a la vida por mucho que lo deseara. Aquel abandono brindaba una reconfortante y cálida sensación que bañaba su cuerpo, un suave y placentero cosquilleo, supo entonces que, solo la muerte lograría purgar su conciencia y lo liberaría de...

Para quien lo viera, aquel esqueleto no podía ser Sans, el monstruo desconocido tenía un par de ojos inexpresivos, una mirada donde la vida estaba ausente y ese abismo te traspasaba; su cuerpo se balanceaba sutilmente, imitando el vaivén de una mecedora; su ropa desarreglada, la chaqueta negra estaba en un estado deplorable, rota y sucia, dando la idea de que quizás vivía en el bosque, o alguien había intentado mostrarle un poco de AMOR. Ese desconocido definitivamente no era Sans, porque no había semejanza alguna.

Mi pecado [UF!Fontcest]Onde histórias criam vida. Descubra agora