Capítulo 36

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Mi teléfono logró despertarme, no era un buen día para despertar tan temprano. Mi hermana Anna se enfermó y la escuchamos toda la noche merodear por el pasillo, Sam nunca puede conciliar el sueño si ve la luz encendida y la del corredor se escabullía hasta nuestra habitación. Había sido una noche en la que la mayoría del tiempo dormitamos y que mi celular lograra despertarnos no era la mejor forma de iniciar la mañana, Samuel incluso me lanzó su almohada en señal de fastidio porque había interrumpido sus preciadas horas de sueño, al mirar la pantalla me percaté que era Irina quien estaba detrás de la llamada.


—Son las seis de la mañana Ben, anoche llegué tarde y Anna no nos dejó dormir, ¿puedes decirle a Irina que moleste después de las ocho?


Contesté, al mismo tiempo que le lancé de regreso la almohada a mi hermano.


—Buenos días Irina.

—¿Te desperté? —Pregunta al escuchar mi voz somnolienta.

—Si, pero no importa, ¿ocurre algo?

—Sólo quería escuchar tu voz.


Me incorporé de golpe en la cama, tallé mis ojos con mis manos y me levanté para salir de la habitación.


—En dos días estaré en la NYC Ballet Academy, mi papá se regresó a Los Ángeles ayer. Creo que jamás va a superar que tú me diste el mejor regalo de cumpleaños, el mejor regalo que me hayan podido dar en toda mi vida de hecho.

—¿Ya no está molesto?

—Han pasado tres semanas, si se dignó a venir por mi cumpleaños y pasar una semana y media con nosotras quiere decir que me ha perdonado. 



Me quedé platicando con Irina quince minutos más. Han pasado tres semanas y siento como si no la hubiese visto en un año, realmente la echaba de menos.

Su llamada me robó el sueño, no pude volver a la cama para dormir de nuevo como Sam lo hizo. Busqué mis toallas y me duché, me preparé después para mi rutinario día laboral en Hall's.


—¿Tienes sueño? —Cuestiona mamá.

—Un poco. Digamos que Anna y Sam no me dejaron dormir, ella porque andaba por ahí como alma en pena y Samuel porque no dejaba de quejarse.

—Tu padre hacía lo mismo cuando se sentía mal. Decía que caminar lo distraía y dejaba de pensar en lo que lo afligía.


Mi mamá acarició mi cabello y acto seguido regresó a lo suyo sin dejar de prestarme atención.


—¿Qué ha pasado con Dylan, hijo?

—Ahmm... Sé que estamos entre sus favoritos para el concurso. Yo sigo creyendo que aún no me ha perdonado.


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Dulce perfecciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora