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Cuando llegaron al jardín la noche ya lo cubría todo y lucecitas volaban entre los presentes. Entre los matorrales y arbustos salpicados de flores, también brillaban luces. Fernanda se acercó a examinar uno y notó como vides se enroscaban entre ellos para alumbrar el lugar. Luz mágica. Bien, no podía negar que Elliot tenía algo de razón, el mundo de las hadas era hermoso aunque era posible que esa palabra y cualquier otra se quedara corta, pero la belleza ocultaba otra cosa. La belleza ocultaba travesura, capricho, fealdad de algún modo.

Caminó por el jardín y vislumbró a Keveth y Doriat enzarzados en lo que parecía una amena conversación, aunque hablaban en susurros muy cerca el uno del otro. Ambos tenían copas en las manos. La de Keveth mostraba un líquido morado y la de Doriat uno rosa claro: vinos.

—¿Qué tal te fue con la reina? —Keveth se llevó la copa a los labios, había detenido su conversación con Doriat apenas la vio acercarse y como era su costumbre fue directo al grano sin detenerse en saludos.

—Bien, está satisfecha con mi desempeño.

—¿Solo satisfecha?
—Eso creo. —Fernanda se encogió de hombros—. Me felicitó.

—Los felicitó a todos solo por el hecho de estar entre los últimos siete. Esperaba más halagos. —Fer sintió una ramalazo de furia envolverla. ¿Por qué tenía que ser siempre tan inconforme? Pero ella no iba a tirar por la borda todo lo aprendido, Keveth no la iba a descontrolar. Así que le sonrió y dijo.

—Te aseguro que cuando le agradecí quedó más que sorprendida. —Un destello de sorpresa e incluso algo de pánico brilló en sus ojos verdes. Él intentó controlar su expresión aunque Fer apreció como el agarre en su copa se intensificaba.

—¿Qué hiciste?

—Solo agradecí a la reina, como la buena pupila que soy. —Keveth abrió la boca, seguro para retarla, pero Doriat interrumpió, siempre mediando entre ellos.

—Haya sido lo que sea que haya sido tu agradecimiento, ya está hecho. Aunque, florecilla, debo recordarte que el torneo no se termina aun. Las hadas femeninas son duras con las humanas, ya lo sabes, en cuanto a la reina, pues multiplica la dureza de un hada normal por mil. Esperemos que si está sorprendida sea para bien.

Keveth vació su copa de vino en un solo trago, clavó su mirada en Fernanda con tanta dureza que por aquellos momentos Fer se sintió como una niña tonta y tuvo que reprimir el impulso de disculparse mil veces.

—Permiso. —Eso fue todo lo que dijo, se alejó de ellos y caminó por el jardín, viéndolo todo e intercambiando palabras de vez en cuando con las otras hadas.

—¿Puedo preguntar qué le dijiste a nuestra reina? —Fer miró a Doriat. Odiaba la forma en que la estaban haciendo sentir, como una niñita traviesa y caprichosa, cuando ella no había actuado de esa forma, ¿o quizás sí? ¿Acaso estaba tomando de las hadas más de lo debido y comenzaba a comportarse como una de ellos?

—Es mejor que no lo sepas, eso fue cosa mía. Lo arreglaré, lo prometo. —Doriat le sonrió.

—Esperemos que puedas. Vamos, florecilla. Demos una vuelta.

Doriat le ofreció un brazo y Fer se agarró de él. Caminaron por el amplio jardín, Doriat a veces arrancaba flores y se las tendía, por lo que un par de minutos luego Fer tenía un racimo de flores multicolores en las manos. Sumadas a su corona de flores de pronto pensó que debía parecer un florero y dejó escapar una risita. Doriat le preguntó qué encontraba gracioso y ella se lo confió, él le sonrió la gracia. Se detuvieron frente a la asiática, su cabello negro a la altura de la barbilla tenía entretejida en un mechón una flor amarilla y su vestido era mostaza, salpicado con brillantes en el corpiño. El hada que la acompañaba era mucho más alto que ella, un poco más alto incluso que Doriat. Fernanda lo recordó de la cena con la reina y supo que era el hada estética de la asiática.

La senda de las flores [La Senda #1]Où les histoires vivent. Découvrez maintenant