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Tocó la puerta con fuerza hasta que esta fue abierta por una mujer que le veía nerviosa y preocupada.

- Discúlpeme, pero voy a pasar.- Dijo sin más, adelantándose a ella sin que oponga resistencia y caminando por el pasillo principal hasta ver las escaleras.

Vio al final de estas al rubio de ojos azules que enseguida le vio con superioridad.

- ¿Qué hace usted aquí?, esto es propiedad privada. ¿Acaso quiere que llame a las autoridades?- Su mandíbula se tensó entonces empezando a subir escalón por escalón. Robert apretó los labios haciendo lo contrario, alcanzándolo a medio camino.- ¿No me escuchó?- Colocó una de sus manos en su pecho, haciendo al mayor gruñir empujándole sutilmente.

- Si no le parto la cara en este momento, es por que soy lo suficientemente civilizado para ello, además de que siendo aún así una persona de escasos recursos, tengo educación. Ahora, quítese de mi camino, yo solo vine por mi esposo, si vuelve siquiera a acercarse a él, le juro que su título no le va a salvar de una buena demanda por intento de violación. Mi esposo no podrá contra usted por la debilidad que le infringe lo que ha hecho, pero mi hermano es de igual modo abogado, y no dudo en que lo hundirá hasta el fondo.- Dijo levantando el rostro con superioridad para después voltearse y seguir subiendo los escalones, justo donde Frank le había dicho que estaba.

Mikey iba tras suyo, deteniéndose donde el rubio seguía pasmado en su sitio.

Le vio con indiferencia cruzando brevemente miradas. Trató de hablar y decirle algo, alguna disculpa, pero nada salió.

Mentiría si lo hiciera, no se arrepentía.

- Tiene suerte, ¿sabe?- Dice entonces el rubio.- Suerte de que no este en este momento sin bolas.- Habló sin ataduras.- Mi hermano podrá ser muy pacífico y tolerante, pero yo no. Me entero de nuevo que atenta con mi mejor amigo o mi hermano, y le destruiré con todo lo que tengo. No crea que no le conozco, Bryar, y estoy seguro de que usted sabe de sobra quién soy yo.- Robert parpadeó oyéndolo con cautela relamiéndose los labios.

- ¿Quién?- Susurra entonces. Michael alza una ceja dudoso ante su pregunta.- ¿Quién eres?- Sonríe socarrón mirándolo con la mejor cara altanera y chocante que tiene en su repertorio.

- Way. Michael Way.





Tocó la puerta enseguida.

- ¿Bebé?, abre amor, soy yo.- Enseguida se oyó el seguro de esta despegarse y la puerta fue abierta.

Frank yacía con los ojos rojos y la nariz congestionada. Hizo un puchero hacia su esposo yendo enseguida hasta sus brazos, con este aceptándolo gustoso y abrazándole con fuerza. Sollozaba.

- L-lo intenté...- Dice entonces temblando.- I-intente creerle. Intenté confiar...- Gerard asiente tomándole de su coronilla y besándole con dulzura. Besa luego su frente y acaricia sus mejillas sonriéndole.

- Lo sé, mi amor. Lo sé. Has hecho bien, ya acabó. Te prometo que te voy a cuidar mucho mejor ahora. Te juro que esto no te volverá a pasar.- Confió en las palabras del amor de su vida dejando que este le cagarse como si de una princesa tratase.

Ocultó su rostro en su cuello, enrollando sus brazos a él. Sintió los pasos de Gerard resonantes y solo alzó la mirada cuando estaba ya fuera de esa casa. Cuando subió al auto, pudo ver de reojo la silueta de Robert.

Supo que sería la última vez que le vería.





Amaneció en los brazos de su esposo. Este no le soltó en toda la noche.

Fue egoísta y no le dejó ir a trabajar, mucho menos siquiera a hacer algo más como el desayuno o limpiar algo. Quería que le mimara, que le llenara de besos hasta que el sabor amargo de lo ocurrido se hubiera ido.

Gerard asentía a sus súplicas y le acorralaba entre sus brazos, le tomaba de las mejillas y le besaba con ímpetu.

Saboreaba sus labios y besaba la piel de su cuello. Le sacaba suspiros y su nombre de una forma única.

Siquiera el contacto era sexual, nada más romántico.


El día siguiente llegó y fue lo que al fin los sacó de su burbuja.

No fueron las miles de llamadas que recibieron, ni mucho menos la cumbre de su indisponibilidad, simplemente fue el repentino cambio de tolerancia a los ricos hot cakes con nutella que su esposo le hacía con amor de vez en cuando.

El estómago le dolía horrores y la garganta le ardía por la fuerza ejercida al devolver el desayuno.

Gerard preocupado hizo una cita con el médico de cabecilla del castaño para esa misma tarde.

Y para cuando este les vio, examinando al castaño y haciendo las pruebas pertinentes necesarias para un diagnóstico, lágrimas y sonrisas fue lo que sobró.

Iban a ser padres.

***
Hey jo.

¿Cómo van?, alguien comienza clases de manejo este lunes 😎🖖🏻

Contigo. ^Frerard^Donde viven las historias. Descúbrelo ahora